Fueron los hombres los que
crearon la historia de Eva, fueron ellos los que dijeron que salió de una
costilla de Adán, que es algo así como decir que la mujer no es del todo
completa. |
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SER MUJER
POR ELENA G. GOMEZ
C onfieso que cuando era pequeña yo
quería ser un niño, es más, durante mucho tiempo intenté imitar el
comportamiento, la forma de vestir, de moverse, de jugar, de los niños, y
eso no era porque realmente los admirase sino porque no soportaba a las
niñas, aquellas niñas débiles, con sus movimientos lentos y vestidos cursis
que no les permitían subir a los árboles, jugar al balón y mucho menos
derrapar con la bicicleta.
Por eso yo siempre estaba con los niños, jugaba a las cartas con ellos y
sobre todo me sentía orgullosa de ser la única niña que ellos escogían para
jugar a policías y ladrones porque, según decían, corría tan rápido como
ellos.
Cuando llegué a la adolescencia las cosas continuaron igual, seguí
sintiéndome mucho mejor con los chicos, sus conversaciones eran mucho más
variadas, con ellos aprendía cosas de deportes, de coches, mientras que
ellas sólo hablaban de chicos, no les interesaba nada más, eran capaces de
pasar horas sentadas en un mismo lugar esperando ver pasar al chico de sus
sueños para dedicarle una sonrisa nerviosa. Ellas eran aburridas,
tremendamente aburridas, con lo cual nada en ellas me hacía despertar el más
mínimo interés en hacerme mujer.
Y así continuó mi vida, e irremediablemente empezó una lucha dentro de mí,
una parte quería ser mujer y otra parte detestaba la imagen de la mujer que
me ofrecían aquellas que conocía. Y no me quedó más remedio,
afortunadamente, que luchar por construir dentro de mí una mujer distinta,
una mujer que fuese capaz de mantener una conversación con un hombre, una
mujer que no fuera cursi, pija y, mucho menos, una mujer objeto.
Luché, luché mucho, porque a pesar de tener las cosas claras, a pesar de
saber muy bien lo que no quería ser, había dentro de mí muchas conductas,
como luego fui descubriendo, que sí eran de mujer, de un prototipo de mujer
que estaba creada, diseñada y moldeada por muchos siglos de educación
machista.
Así comprendí que la mujer, tal y como ahora existe, es una mezcla entre una
educación basada en siglos de represión impuesta por el hombre y de técnicas
de supervivencia que la mujer desarrolló para poder hacer lo que ella quería
y que ahora, sin duda, se están volviendo contra ella.
Por eso comprendí que si quería crear dentro de mí una mujer distinta, una
mujer nueva, tenía que enfrentarme a todo aquello que veía a través del
comportamiento de las mujeres pero, sobre todo, tenía que oponerme a ser la
mujer que el hombre quería que fuese.
Mujeres que me conocían me advirtieron que si era sincera, si decía todo lo
que pensaba, si me empeñaba en ser autosuficiente, ningún hombre se
acercaría a mí. ¿Por qué? Les preguntaba. Ellas no sabían decirme la razón
pero sabían que a los hombres les gustaban las mujeres calladas, sumisas,
dispuestas siempre a satisfacerles. Y yo, cabezota como siempre, les decía
que para vivir así prefería quedarme sola, por lo menos haría siempre lo que
realmente sentía hacer. Luego, con el tiempo, entendí que en realidad el
hombre tiene miedo de aquellas mujeres que son capaces de enfrentarse a sus
esquemas. Prefieren a su lado a mujeres débiles, sumisas y calladas para
ellos sentirse así más hombres. Es decir, que en el fondo es un problema de
ellos, de su propia debilidad y de que en algún lugar apartado de su
subconsciente saben que la mujer posee mucho poder, que tiene toda la
capacidad que desee para hacer lo que quiera, que puede conquistar las metas
que se proponga y que su debilidad es sólo una ilusión, porque sobre todo la
mujer es fuerte.
Pero a pesar de no detenerme ante nada, de ir creando mi vida tal y como yo
decidía hacerlo, de no permitirme nunca ser una mujer débil, cómoda, de
aceptar la soledad hasta el punto de disfrutar realmente de ella y de
sentirme orgullosa de mi condición de ser mujer, tenía una lección
pendiente, algo que encadena de una forma absoluta a la mujer, y es la
necesidad de poseer y, a través de esta necesidad, de establecer la
propiedad privada. Con esta actitud la mujer se enfrenta a lo más sagrado
que hay en su interior, y es su capacidad de ser madre, porque la
maternidad, en realidad, es algo mucho más profundo que el acto de tener
hijos, es la capacidad que tiene la mujer de dar de sí misma, de dar de una
forma generosa sin importarle el sacrificio, el esfuerzo, el dolor. Y la
capacidad que muestra una mujer que es madre de amar a todos sus hijos,
tenga dos o tenga veinte, es la misma que posee para amar, en general, a
todas las cosas. Por eso cuando una mujer quiere amar en exclusiva, cuando
sólo quiere dar de sí a una parte, está mutilando su maternidad, es decir,
su capacidad de amar sin medida.
Y os cuento todo esto porque considero que llegó el tiempo de construir a la
verdadera mujer y esa es una responsabilidad que tenemos que enfrentar las
mujeres, todas juntas, todas unidas, cada una en sus propias circunstancias,
y para ello no sólo tenemos que destruir la imagen que la mujer tiene sobre
sí misma, tenemos que sacudirnos la carga de una historia pasada, una
historia que creó el hombre, porque fueron los hombres los que crearon la
historia de Eva, fueron ellos los que dijeron que salió de una costilla de
Adán, que es algo así como decir que la mujer no es del todo completa, ellos
los que nos colgaron el cartel de pecadoras. Pero, ¿qué ocurriría si la
historia la contase una mujer? Tal vez si hubiera habido la posibilidad de
que fuesen las mujeres las que dijeran lo que ocurrió, contarían otra
historia muy distinta... y quién sabe, quizá esa historia esté ya empezando
a escribirse a través de muchas mujeres que ya están descubriendo lo que
significa SER MUJER. ∆ |