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Beben sobre todo los fines de semana. Empiezan cada vez más temprano, a los 12 y 13 años. Es entonces cuando las influencias del entorno y del grupo de amigos se hacen más notables.

 

Cada fin de semana, miles de jóvenes se citan en calles y plazas de todo el país alrededor de unas bolsas de supermercado repletas de botellas. Se reúnen para beber.
Es el fenómeno del botellón.
Para ponerle freno, el gobierno apuesta por la mano dura: prohibirá beber en la calle. Quedan sin tocar aspectos más profundos que destapan las contradicciones de una sociedad que se preocupa por sus jóvenes sólo cuando molestan.

Texto: Carolina Fernández / Fotos: Fer

LLEGA LA LEY SECA

Porque es más barato. Porque te sales de las rutas marcadas que te dicen a dónde tienes que ir y a qué hora. Porque no le sigues el juego a los pubs ni pagas las salvajadas que piden por una copa. Porque así sí te puedes tomar dos o tres cacharros, y no uno sólo. Porque se conoce gente; hay buen rollo y te lo pasas mejor. Porque estás a tu aire con tus colegas sin que un portero borde te pueda estropear la noche. Incluso porque respiras aire fresco, y no hay que aguantar el tufo que se acumula en un local cerrado, que todo hay que tenerlo en cuenta. Los jóvenes ven muchas razones para apuntarse a la cita que cada fin de semana reúne a miles de personas en calles y plazas de toda España.
Los que viven en los lugares próximos a estas reuniones no lo tienen tan claro, ni mucho menos. Los colectivos vecinales han protestado enérgicamente contra lo que consideran un cúmulo de problemas. Los lugares por donde pasa el fenómeno botellón amanecen al día siguiente como un campo de batalla, sembrados de botellas, vasos de plástico, bolsas de supermercado y restos de comida, sin olvidarse de las desagradables vomitonas y demás consecuencias del exceso de bebida. Decenas de jóvenes bebiendo en plena calle, lógicamente orinan donde buenamente pueden... y donde no pueden, provocando las iras de los vecinos. Se quejan del ruido y de la inseguridad ciudadana que provocan hordas de jóvenes bajo los efectos del alcohol. Por todas estas razones y alguna más, en algunas ciudades decidieron movilizarse para exigir medidas a la administración. Hace unas semanas, por ejemplo, los vecinos del distrito Centro de Madrid volcaron en los alrededores del Ayuntamiento los restos de un hipotético botellón: bolsas, botellas, vasos y otras basuras, para que los ediles se hicieran cargo de lo que es convivir con esa costumbre todos los fines de semana.
Además de esto, se ha lanzado una alerta: los jóvenes españoles beben como cosacos. Es habitual que los fines de semana se salden con decenas de borracheras de campeonato, y algunos casos de coma etílico que acaban en el hospital. Además, se multiplican los episodios violentos en la calle, y el riesgo de accidentes de tráfico. Todo esto se repite mecánicamente cada fin de semana, viernes y sábados por la noche, como un reloj.

La Ley Seca
En el Congreso de Jóvenes, noche y alcohol, celebrado en Madrid a mediados de febrero, el ministro Mariano Rajoy anunciaba la intención del gobierno de elaborar próximamente una ley que regule la prohibición del consumo de alcohol en la vía pública, lo que supondría zanjar de golpe la polémica del botellón. Además de eso, se habló de limitar la publicidad de las bebidas alcohólicas, fijar en 18 años el mínimo de edad para adquirir alcohol, tomar medidas para restringir la venta de alcohol a menores y endurecer las sanciones para aquellos establecimientos que no respeten las nuevas normas. En definitiva, crear una ley marco, que ya ha sido calificada como una de las más duras de Europa, cuyo objetivo es poner a los jóvenes cuantas más trabas, mejor, para complicarles el acceso al alcohol. Son medidas que, de rebote, afectarán al conjunto de la sociedad. El delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, Gonzalo Robles, ha declarado estar completamente a favor de las medidas de reeducación implantadas en Estados Unidos para controlar y reducir el consumo del alcohol, combinando sanciones disuasorias con medidas educativas. Es el modelo que poco a poco se irá implantando en España. En EE.UU. no se puede acceder al alcohol hasta los 21, ni consumirlo en la calle, ni llevar una lata de cerveza abierta en el coche sin asumir el riesgo de que todos los ocupantes puedan ser detenidos. Las medidas restrictivas no han logrado "reeducar" a los jóvenes. Es conocido que en la Universidad se "descorchan" y que ni siquiera la policía que se encarga de la seguridad de los campus es capaz de evitar que corra el alcohol.
En España tampoco son medidas totalmente novedosas. Algunas comunidades autónomas ya habían aprobado anteriormente leyes en este sentido. Por ejemplo, en Andalucía, Cataluña y Baleares está prohibida la venta de bebidas alcohólicas durante la noche, y en Aragón, Canarias, Cantabria, Castilla y León, Cataluña Extremadura y País Vasco hay restricciones sobre el consumo en la calle. Otra cosa es la aplicación práctica de la ley, que ya mayoría de las veces está muy limitada por la dificultad que entraña su cumplimiento.
Después del anuncio del Ministro Rajoy, la Comunidad de Madrid ha sido la primera en recoger el testigo y redactar un proyecto de ley que prohibirá beber en la calle. De esa forma pretende controlar a los 15.000 jóvenes madrileños que todos los fines de semana acuden a la cita del botellón. La ley afectará tanto a jóvenes como a adultos, y se ha aclarado que el incumplimiento no acarreará multas, sino "trabajos en beneficio de la comunidad".

La prohibición de vender alcohol en horas nocturnas provocará el florecimiento de las mafias y de mercados ilegales. "Se abre la puerta a todo tipo de fraudes, al mercado alternativo, al descontrol sanitario, al alcohol adulterado"

En profundidad
Son muchas las voces que reclaman un planteamiento serio que analice en profundidad las causas de este fenómeno, algo que no ha habido hasta este momento por parte de la administración. Numerosos sectores denuncian que no basta con prohibir, sino que hay que saber qué falla en una sociedad cuyos jóvenes acaban recurriendo al alcohol como forma de ocio. Lo más sencillo es sin duda criminalizar este comportamiento vetando el consumo, pero eso no aporta ninguna solución. Se nombra también el papel de la educación, pero no se ve un programa serio y efectivo que incluya estos temas en el lenguaje cotidiano de los escolares, y en la reciente reforma educativa tampoco se ha visto que se le conceda a este tema un lugar preferente. Se habla de fomentar el ocio alternativo, pero a la hora de la verdad fallan los presupuestos y se dejan colgados de un hilo programas que estaban resultando muy positivos, y que funcionan con la buena voluntad de muchas personas y algunas ayudas de la administración. Los jóvenes se quejan de la falta de recursos para poder invertir su tiempo en otro tipo de ocio. Se echan de menos más infraestructuras deportivas. Otras actividades, como el cine, el teatro, los conciertos, están fuera del alcance de la mayoría. No hay suficientes espacios de reunión ni locales donde puedan desarrollar actividades. Tener un lugar donde reunirse con los amigos equivale a pagar: son bares, cafeterías, discotecas. Se identifica ocio con consumo. Se nombra de refilón la responsabilidad de los padres, pero no se proponen medidas que los impliquen directamente, aparte de la sugerencia del nuevo Defensor del Menor, de que "el médico que atienda a un menor en un centro asistencial tenga la obligación de avisar a los padres, sabiendo que si no acudieran a atender a su hijo podrían ser denunciados por abandono de responsabilidades". Una medida quizás más contraproducente que otra cosa, porque podría disuadir a los jóvenes de acudir al centro de salud cuando lo necesiten por miedo al "chivatazo".
Todo son incursiones en la superficie de un problema cuya solución pasaría por criticar duramente las contradicciones de una sociedad construida por los adultos. La ley nace alejada de una realidad social y cultural que admite el alcohol, y que lejos de considerarlo una droga peligrosa, lo tolera, lo aplaude e incluso lo exige en las reuniones sociales, que no se conciben sin una copa en la mano.
En ese contexto, prohibir resulta una solución demasiado simple. La represión a secas nunca basta, más que para aparentar un arreglo a corto plazo. En realidad lo que hace es arrinconar el problema hasta que revienta por otro lado. Hay que plantearse que para llegar al punto al que hemos llegado, mucho se ha tenido que consentir antes. Si un joven bebe hasta la intoxicación todos los fines de semana, hay que preguntarse qué están haciendo mal todos los que le rodean. ¿Dónde están sus padres? ¿Qué papel cumple la educación? ¿Qué otras alternativas se le están ofreciendo? ¿Qué campos de desarrollo personal tiene? ¿Qué está viendo en la sociedad que lo rodea? ¿A qué tiene miedo? La sociedad tiene que ser honesta para encontrar soluciones. El alarmismo gratuito resulta un aspaviento hipócrita.

El botellón seguirá existiendo en casas, garajes, locales alquilados; a los extrarradios de las ciudades, lugares menos transitados donde el control sea más complicado. Lo mismo, pero a escondidas. ¿Por qué beben los jóvenes?
La pregunta del millón. Se dice que hoy en día hay muchos más jóvenes abstemios que antes, pero que los que hay beben mucho más y de forma más compulsiva. Según datos del Plan Nacional sobre Drogas (2000), beben con el objetivo claro: buscan los efectos del alcohol, es decir, una borrachera. Un 42% de los consumidores menores de edad se ha emborrachado ya en alguna ocasión, mientras que el 22% reconoce que se emborracha habitualmente. Llama la atención el aumento del consumo entre las chicas. Según un sondeo realizado por la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, las chicas de 20 años superan en algunos casos el consumo de alcohol de los chicos de su edad. La edad de inicio es cada vez más temprana. Se comienza a beber alrededor de los 13 años. Tres cuartas partes de los jóvenes entre 14 y 18 años ha consumido alcohol; de éstos, casi el 60% se declara bebedor habitual. Tienen más conciencia del peligro con otras sustancias, como el cannabis o el tabaco, sin embargo, solamente un 42% piensa que el alcohol puede ocasionarle problemas graves. El alcohol es, además, trampolín para otro tipo de otras drogas, legales o no. Además, está presente en numerosos conflictos y de brotes de violencia. Pero no son estas las consecuencias más graves, sino la influencia del alcohol en las cifras de la Dirección General de Tráfico. Nada menos que un 41% de los conductores muertos en accidente presentaba restos de alcohol en la sangre, y como dato de referencia, el 30% de los jóvenes de 18 confiesa haber conducido en alguna ocasión bajo los efectos del alcohol o haber subido a un coche cuyo conductor estaba ebrio.

La ley nacerá alejada de una realidad social y cultural que admite el alcohol, y que lejos de considerarlo una droga peligrosa, lo tolera, lo aplaude y lo exige en las reuniones sociales, que no se conciben sin una copa en la mano.

Las razones son muy amplias. Para empezar se habla de crisis de identidad. Los estudios no ofrecen una garantía de futuro, y el panorama laboral no ofrece posibilidades de desarrollo personal. La perspectiva de emanciparse, construir una vida propia con independencia de los padres parece una posibilidad muy remota. La idea de mantener una vivienda propia suena descabellada para la mayoría. No encuentran, en general, vías para su propia realización, eso hace que desemboquen en el fin de semana buscando lo que no han encontrado durante los días laborales. Necesitan sobremanera ser aceptados por su grupo, y por esa razón son altamente influenciables e inseguros. El embrujo que ejercen sobre ellos las marcas y la moda es una consecuencia de ello. El fin de semana es un espacio virgen en el que ellos pueden sentir que dominan la situación, es un mundo donde no entran los adultos, y donde tienen posibilidades de lograr un éxito que no consiguen en otros terrenos. El fin de semana es esperado con ansiedad y experimentan la necesidad de exprimirlo hasta la última gota. Eso implica resistir hasta el final, no quedarse por el camino, agotar la noche antes de que la noche lo agote a uno, y asumir ciertas dosis de riesgo, de atrevimiento, de osadía que les llevan a adoptar actitudes que sólo aparecen durante el ciclo del fin de semana. Por eso es muy común el caso del joven que durante los días de semana no prueba el alcohol, estudia, hace deporte y lleva una vida más o menos equilibrada; sin embargo, llegado el viernes, bebe no por placer, sino directamente para emborracharse. Generalmente, quienes tienen que estar pronto en casa beben más deprisa que aquellos que pueden permitirse el lujo de disponer de más tiempo. Buscan colocarse rápido. No beben por placer o por diversión, sino para integrarse, para no dar la nota ni ser considerado "raro", para atreverse a afrontar lo que normalmente les desborda.

Críticas
"Lo que quieren es quitarnos de delante porque damos la vara a los vecinos", opina un joven madrileño de 18 años, incondicional del botellón y bebedor -dice- con cabeza. "Para el ayuntamiento el problema no es si bebemos o no bebemos alcohol, sino que ensuciamos la calle y armamos jaleo. Pero los que montan la bronca son sólo unos pocos. El resto nos tomamos unas copas baratas y charlamos con los colegas. ¿Qué pasa, que todos somos delincuentes?".
Julio del Valle, presidente del Consejo de la Juventud, opina que todo esto responde a una política de cara a la galería, que tiene mucho que ver con la proximidad de las elecciones municipales, y que lo que busca es tranquilizar a unos vecinos muy molestos por los ruidos, la suciedad en las calles y los alborotos que provocan en algunas ocasiones grupos de jóvenes. Pero denuncian que este paquete de medidas represivas no van a arreglar el problema. En realidad lo que se busca es hacer el botellón invisible para la sociedad, despejar las plazas y los parques de jóvenes que molestan. El botellón, previsiblemente seguirá existiendo en casas, garajes, locales alquilados; se desplazará a lugares menos transitados y por lo tanto menos visibles, a los extrarradios de las ciudades, donde el control sea más complicado. Es decir, lo mismo, pero a escondidas.
Así mismo, desde el Consejo de la Juventud se critica duramente la prohibición de vender alcohol en horas nocturnas, porque provocará el florecimiento de las mafias y de mercados ilegales. "No vamos a poder asegurar qué tipo de alcohol está bebiendo la gente joven por las noches, porque cuando algo se convierte en ilegal automáticamente se abre la puerta a todo tipo de fraudes, al mercado alternativo, al descontrol sanitario, y ahí es muy difícil intervenir. Es lo que pasa con las drogas. La sociedad no puede quedarse tranquila pensando que como ya no se vende alcohol por la noche ya no pasa nada. Enseguida va a haber problemas con chavales que se van a intoxicar con alcohol adulterado, y esto será responsabilidad de la Administración y de unas medidas restrictivas que no conducen a nada".
Las soluciones que pasan por lo policial y lo represivo sólo ponen parches a una situación. Para poner en marcha esta ley la policía tendrá que multiplicar esfuerzos para contener la avalancha de jóvenes que se moviliza un fin de semana.
"No podemos olvidar que vivimos en una cultura muy permisiva con el alcohol. Resulta hipócrita que se pueda beber en las terrazas, donde pagas impuestos, y no se pueda beber en el banco de al lado. O que no permitan beber en la calle salvo en las fiestas patronales. También parece que no hay problemas con el alcohol si se bebe dentro de los establecimientos autorizados -bares, discotecas-, es decir, el ocio impuesto, el ocio que gana dinero con los jóvenes, por mucho que los datos digan que se producen más comas etílicos en los bares que en los botellones".
Para hablar de soluciones hay que hablar en primer lugar de diálogo. "La gente joven ha nacido en democracia y sabe resolver las cosas negociando, pactando, hablando. El propio Ayuntamiento tiene que arremangarse e ir a hablar con los jóvenes, preguntarles qué hacen y por qué beben en la calle, negociar espacios para la diversión. Una ley marco no va a llevar a ningún sitio porque es una competencia de lo local".

La Ley que propone el gobierno sigue el modelo "reeducador" de EE.UU., combinando sanciones disuasorias con medidas educativas. Es el modelo que poco a poco se irá implantando en España.
 

Julio del Valle denuncia además que se han cargado las tintas a la hora de tratar el tema del botellón, condenando a priori una costumbre que también tiene aspectos positivos. "El tratamiento que se ha dado al tema del botellón ha sido inmerecido. La calle no sólo está para transitar con el coche, sino para estar en contacto con los demás, comunicarse, romper las barreras del individualismo. Hay que recuperar ese espíritu". Y eso, matiza, sin dejar de lado el problema del alcohol, que es real en el entorno de los jóvenes: "Nos preocupa el abuso del alcohol tanto en los bares como fuera de ellos, pero pensamos que los medios de comunicación están reflejando una realidad distorsionada. No todos los jóvenes son borrachos que destrozan las calles. Se está metiendo todo el el mismo saco, y no es lo mismo una persona mayor de 18 con plena responsabilidad penal y jurídica, que un menor, que es más influenciable, más débil y que tiene que tratarse con medidas especiales".
La educación es un pilar fundamental. En este sentido el Consejo de la Juventud lleva años reivindicando unos programas de Educación para la Salud en las escuelas, en los que se abordarían temas como la prevención de drogas, la anorexia, la bulimia, los embarazos no deseados y "otras cuestiones que no se están trabajando más que en campañas puntuales que nunca llevan a ningún sitio".

 OCIO ALTERNATIVO

Los jóvenes echan de menos más infraestructuras deportivas. Otras actividades, como el cine, el teatro, los conciertos, están fuera del alcance de la mayoría. No hay suficientes espacios de reunión ni locales donde puedan desarrollar actividades.Aparecieron a mediados de los 90 en varias ciudades españolas. La mecha se encendió en Gijón, en el barrio de La Calzada. Para que la noche no se hiciese aburrida y para ofrecer otras posibilidades además de la típica jornada de juerga. El quid del éxito fue una idea original. Se lanzó a los usuarios habituales de la noche una propuesta lo suficientemente atractiva como para llamar la atención de muchos noctámbulos, y sobre todo, a unas horas en las que pudiesen competir con la noche tradicional. Así, se lanzó a la noche gijonesa por primera vez Abierto hasta el amanecer. Deportes, cursos, talleres, actividades, desde las 10 de la noche hasta la madrugada. Se ha registrado un amplio abanico de edades, entre los 14 y los 35 años, y un número de asistencias que el año pasado alcanzó las 95.000, con jóvenes que participan en más de una actividad.
Esta alternativa enseguida llamó la atención en otros puntos de España, y empezaron a nacer en las principales ciudades proyectos similares, ofreciendo un ocio que sustituyese las copas. Barcelona bona nit, Salamanca a tope, Es.pabila (León), Bilbao.gaua, etc, son sólo algunos ejemplos. Las actividades son de lo más variado. Teatro, tatuajes, maquillaje, postizos, masajes, peluquería, magia disc jockeys, aeróbic, buceo, squash, tenis, frontón, fútbol, baloncesto, voleibol, natación, yoga, artes marciales, juegos malabares, dibujo, caricaturas, carboncillo, graffitis, padel, hockey, guitarra, cuentacuentos, cocina, fotografía, cine, taller de radio, videojuegos, karaoke, primeros auxilios, bailes de salón, break dance... La oferta no deja a nadie fuera.
En Gijón, La cabeza visible de Abierto hasta el amanecer es Moncho García. A pesar de que uno de los objetivos del ocio alternativo es reducir el consumo de alcohol, el anuncio de la prohibición ha sido acogido con desaprobación. "No se puede criminalizar el consumo. Los chavales van a seguir bebiendo, pero ahora lo harán como delincuentes, escondidos y sin ningún tipo de control. Creo que la prohibición puede provocar guettos. Es simplemente una solución rápida a un problema de ruido, de suciedad y de convivencia con los vecinos".
Se quejan de que en ningún momento se ha hablado de las causas que provocan el fenómeno del botellón, con la intención de poner soluciones ahí donde se origina el problema. "Yo creo que es una cuestión más cultural, más profunda, más de educación, sin embargo parece que eso a nadie le importa, porque de lo que se habla es de cosas tan banales como el ruido. A mí me preocupa y me ofende bastante porque parece que se olvida lo más importante, que es el tema de la salud y las razones de esas pautas de consumo tan compulsivo".
De todas formas, dudan que a la hora de la práctica realmente sea posible poner en marcha todas estas medidas represoras. La costumbre de beber en la calle es una cuestión cultural muy arraigada, más en unas comunidades que en otras, y acabar con ello no será tan sencillo como crear una ley. En Asturias, por ejemplo, la sidra es una bebida alcohólica perfectamente asumida por la sociedad, que se consume en todas las fiestas y reuniones. Beberla en la calle es habitual, igual que es normal ver a una familia en un prado reunida alrededor de una caja de sidra. "En Madrid ahora están diciendo que en las fiestas patronales sí, el resto del tiempo no. La gente va a pensar que se están riendo de ella". ∆

 

MENOS PUBLICIDAD
Una de las medidas propuestas es poner límites a la publicidad de bebidas alcohólicas. La industria tiene sus argumentos para oponerse. Dicen que la promoción debe ser legal, puesto que la venta de alcohol es legal. Sostienen que sus campañas nunca se dirigen a niños o adolescentes, sino a personas adultas, y argumentan que la publicidad ofrece información sobre el producto, de manera que prohibirla afectaría a la libertad de elección del consumidor. Además, defienden la posibilidad de convertirse en patrocinadores de determinados eventos, lo que constituye también una forma de publicidad. Las empresas del sector buscan sobre todo transmitir a los consumidores una imagen positiva de su producto, relacionándolo sobre todo con valores como la libertad, el éxito sexual, el disfrute de la vida, el acceso al mundo adulto, o incluso adopta para sí mensajes ecológicos, como el conocido slogan "Piensa en verde".
La industria productora invierte mucho dinero en promoción, consciente de que se dirigen a un mercado floreciente que hay que explotar. En el año 2000 las cerveceras, por ejemplo, se gastaron 2694 millones de pesetas en el patrocinio de su producto.
Diversos estudios han reflejado que la publicidad directa tiene cierto impacto, aunque no demasiado, sobre el consumo. En los países donde se ha restringido la publicidad, se ha notado en un descenso del consumo, de los problemas sanitarios relacionados con el consumo, y del número de accidentes mortales de tráfico, que ha sido hasta un 23% menor. ∆
ALCOHOL Y ACCIDENTES
Una de las consecuencias más graves del abuso del alcohol podemos verlas en las cifras de accidentes de tráfico, que son más altas que las asociadas a ninguna droga ilegal. Se estima que de una u otra forma el alcohol tiene que ver con aproximadamente la mitad de los accidentes de circulación. El riesgo crece a medida que aumenta el índice de alcoholemia, y aumenta también a medida que disminuye la edad. Los jóvenes entre 18 y 21 años suponen aproximadamente una quinta parte del total de los conductores, sin embargo están implicados en un tercio del total de los accidentes, y en dos tercios de los accidentes de fin de semana. Beben más, tienen menor capacidad de asimilación, más agresividad, mayor necesidad de protagonismo y deseo de destacar, y calculan peor los riesgos. ∆
¿POR QUE BEBEN?
*Cada persona es un mundo y por tanto cada uno busca en el alcohol efectos particulares, unos se evaden de su propia personalidad que no les gusta, muchos inhiben sus miedos, otros olvidan durante horas su vida anodina, sin proyectos, y otros, creo que la mayoría, beben simplemente por estar en el "rollo" de sus amigos. Pero indistintamente de las causas de cada cual es una pauta que está de moda, es una forma de sentirse diferente, de reivindicar sus espacios marcando el territorio.
De cualquier forma la mayoría de los jóvenes que se suman a la historia del botellón no tienen grandes carencias, al menos no tienen más que los que no lo hacen; lo hacen simplemente porque les gusta, porque dicen que mola mogollón o porque combate el aburrimiento.
Creo que viven, al menos la mayoría, en una sociedad cómoda, en el seno de familias que con más o menos sacrificio les suministran placeres en exceso: televisores en su habitación, vídeo, ordenador, clases particulares, ropa de marca, etc, y sin embargo se han instalado en una apatía asfixiante. Desde muy pequeños tienen exceso de cosas lo cual les hace estar un tanto hastiados de todo, ya casi nada les produce ilusión o placer y entonces recurren a historias, sea el botellón u otras sustancias que les producen sensaciones y emociones nuevas.
Creo que la mayor carencia que se pueda tener es no ser capaz de valorar nada.
¿LA REPRESION ES UNA SOLUCION?
*Es una medida a tomar ante el cariz que han tomado las cosas, no sé exactamente cuáles van a ser las pautas a seguir ni las restricciones que se van a llevar a cabo, pero supongo que de algo servirán, al menos están pensadas para ello y supongo, a su vez, que estarán pensadas por personas capaces de aportar ideas funcionales. Algunos opinarán, porque las opiniones son subjetivas y libres, que no sirve de nada ya que las conductas que se reprimen suelen aflorar con más virulencia, sin embargo los adolescentes, al menos la mayoría, se asustarán ante determinadas medidas como ser multados o ser requeridos por la policía y eso creo que no siempre es malo; de la libertad debe hacerse un buen uso y si no es así uno corre ciertos riesgos, son las reglas del juego y los jóvenes tienen que aprender que hay normas y deben ser respetadas.
Quizá alguien se sorprenda porque considere que un psicólogo no debe hablar de represión sino de información, formación, educación del riesgo, etc, y así es ¡qué duda cabe! Pero entretanto algo habrá que hacer y las medidas represivas son una alternativa. Que funcione o no ya se verá con el tiempo.
Hoy muchos jóvenes han concluido que para divertirse "a tope" (o "pila" como dicen ahora ) hay que colocarse primero. El problema existe y se va incrementando, y, desde luego, va a pasar factura porque si beber en exceso es peligroso para cualquier organismo, beber compulsivamente y antes de los 18 años es mucho más peligroso aún; el cerebro no ha alcanzado su pleno desarrollo y se le está impidiendo que lo alcance, se está mutilando su correcta evolución.
¿Y LOS PADRES?
*Los padres son, o debieran ser, modelos para sus hijos, deben ser quienes encaucen de forma adecuada y responsable la vida de sus hijos, sin embargo los padres están muy ocupados en sus propias cosas, le proporcionan a sus hijos todo cuanto les apetece y les enseñan desde muy pequeños a abusar del consumo, a instalarse en las modas, así que llegados a los 15, pongamos por caso, están hartos de todo, no hay lucha, no existen ideales, no se ha domado la voluntad y, por tanto, el adolescente se deja llevar por la corriente.
Antes los padres culpaban a los hosteleros porque decían que les vendían alcohol a sus hijos, hoy todos sabemos dónde se adquiere el alcohol y cómo se consume.
¿A quién culpan ahora?
Los padres algo deberán hacer o podrán hacer, cada cual deberá abordar el problema según su saber y circunstancias particulares pero los padres siempre esperan que sean otros quienes lo hagan (policía, hosteleros, maestros, etc ), y sin embargo ellos deben ser los primeros hacedores porque es su hijo, a fin de cuentas, quien está en peligro.
Los padres han pasado alegremente de la dictadura a la permisividad y se ha pasado de la escasez al consumo desmesurado, en esto está el meollo de la cuestión.
Pero, digamos lo que digamos los profesionales, los padres van a seguir creyendo que ellos saben de sobra cómo orientar a sus hijos y, además, cuando pasan estas cosas siempre dirán que sus hijos beben porque imitan a los hijos de los otros.

POR RAQUEL BUZNEGO, PSICOLOGA

 

 FUSION OPINA

Si un joven recurre al alcohol todos los fines de semana para sentir que está vivo, que disfruta de la vida, que es una persona valiosa y apreciada por los demás, algo hay que definitivamente no funciona. Y no en el joven en cuestión, sino en su entorno más cercano, que es donde recoge directamente la orientación, el apoyo, el calor, la confianza que necesita para su desarrollo personal, y en el conjunto de la sociedad, que es la que proporciona el marco donde ha de proyectar sus deseos, sus esperanzas, sus planes de futuro.
¿Qué está fallando? Los esfuerzos por parte de algunos sectores por trivializar el problema, reduciéndolo a una mera cuestión de ocio mal enfocado, suena necesariamente ridículo.
Ellos y sus "molestos" comportamientos son el resultado de un modelo de sociedad que se construye en un callejón sin salida. Quizás por eso, y porque los jóvenes en todas las épocas de la historia han sido un peligro en potencia para el estatismo y para los sistemas establecidos, se les ha empujado poco a poco a que canalicen su frustración hacia la noche y se desfoguen en esa dirección, y no en otros terrenos que podrían resultar socialmente más conflictivos, como reclamar trabajo, vivienda, responsabilidad. A la vez, el mercado aprovecha el filón, potenciando el consumo en todas sus facetas. Si la situación ha llegado hasta aquí, es porque en muchos otros momentos se dejó pasar la oportunidad de poner soluciones, de reconducir, de crear otro futuro distinto al que hoy tenemos. Y eso es responsabilidad de los que estaban aquí antes que ellos.
¿Es que quizás no interesa que los jóvenes despierten?

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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