Tener un hijo no es como
comprarse un coche. No se puede cambiar de modelo cada vez que da un
problema. |
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PADRES
POR CAROLINA FERNANDEZ
A mi hijo lo tienen que haber
engañado". Estas eran las palabras del padre de un chaval muerto
recientemente después de haber consumido éxtasis. Da igual de quién se
trate, digamos que es sólo un ejemplo. Su padre diría esto desde ese estado
de incredulidad en que se quedan sumidas las personas cuando reciben un
golpe fuerte. Se tarda en recobrar el sentido. Algunos ni siquiera llegan a
recobrarlo. Algunos ni siquiera lo tenían, así que es difícil que lo
recobren. Da igual quién, es un ejemplo.
El caso es que cuando un asunto termina en tragedia siempre habrá alguien
que tenga la culpa. Y si no aparece nadie, hay que seguir buscando, porque
lo que más duele en este caso no es lo sucedido, la muerte del chaval, sino
mirar a la cara los porqués. De modo que se habla ahora de las macro
fiestas, del mal rollo de la movida tecno, del pastilleo, de la
irresponsabilidad de los ayuntamientos, que dejan que sus polideportivos se
conviertan en bacanales. Y eso porque se muere un chaval. Digo yo que nada
de esto será nuevo, al menos para la mayoría de la gente. Aunque yo tengo
que reconocer que alucino, por ejemplo, al leer que muchas discotecas,
viendo cómo se pone la peña con las pastillas, ya han acondicionado salas
especiales refrigeradas, para que la gente pueda refrescarse un poco y
controlar el golpe de calor, el subidón de temperatura que se produce y que
si se pasa de rosca puede acabar provocando la muerte. Es decir, es algo que
es conocido, consentido, asumido e incluido con naturalidad dentro del
sistema. Entonces ¿a qué viene tanta sorpresa? Analizando la pastilla de
éxtasis que se había tomado uno de estos chavales, se llega a la conclusión
de que no sólo no estaba adulterada, sino que era de composición pura en un
tanto por ciento muy alto; el resto eran sustancias inocuas utilizadas
habitualmente. O sea, que tampoco se le puede echar la culpa al matarratas
que a veces ponen en estas cosas. Y es entonces cuando el padre del chaval,
que no se lo puede creer, dice eso de "a mi hijo lo tienen que haber
engañado". Pues parece ser que no, jefe, que al chico no lo engañó nadie. Al
chico lo que le pasaba es que estaba más solo que la una y tomó una decisión
equivocada. Y fue la última.
Pero antes de lamentarse hay que hacerse preguntas. ¿Es que nadie a su
alrededor se había dado cuenta de que ya llevaba tiempo tomando decisiones
erróneas? ¿Le importaba a alguien? ¿Qué pasa cuando un chaval sale de casa
un viernes por la tarde y no aparece hasta el domingo? ¿A nadie se le ocurre
pensar dónde ha estado? ¿Cuándo fue la última vez que le preguntaron 'cómo
estás'?
He leído hace poco un interesante texto del sociólogo Javier Elzo que venía
a decir que a la mayoría de los núcleos familiares actuales, lo único que
les queda de familia es el nombre. Las relaciones entre padres a hijos se
resumen como una "coexistencia pacífica" en la que hay poca convivencia,
pocos objetivos comunes y poca preocupación por la vida y los intereses del
otro. Y la convivencia que hay es pobre y superficial, principalmente porque
entre unos y otros han llegado al acuerdo tácito de esquivar las discusiones
y cualquier tipo de conflicto. Y dice más: "Padres en gran medida cohibidos,
desimplicados, sin abordar con cierta profundidad lo que requieren sus
hijos, padres que buscan vivir al aire del tiempo, valorando el vivir al
día, el tiempo libre y de ocio, estar guapo/a... Una familia "ligth", en
definitiva, relativamente paseísta en la que además las opiniones de los
hijos no son, de verdad y en profundidad, muy consideradas por sus padres".
Las consecuencias de este tipo de actitud en la vida de un adolescente por
fuerza tienen que ser nefastas. En un momento especialmente turbulento y
confuso en el que lo que más se necesita es orientación, apoyo, diálogo,
confianza, la ausencia de los padres tiene que dejar una huella profunda en
una personalidad todavía "sin cocer". De modo que antes de pedir
explicaciones y responsabilidades al ayuntamiento -que las tendrá, seguro-
por consentir fiestas desmadradas, hay que ver cuántas veces quienes rodean
a un adolescente se lavan las manos, que es lo mismo que decir que le dan la
espalda, que es lo mismo que decirle que se vaya a la mierda, que se apañe
solo, y sobre todo, por favor, que no dé problemas que alteren el delicado
"equilibrio" familiar.
Cualquiera puede entender que en realidad están deseando tener al lado a
alguien que les ayude a tomar decisiones, a sortear las trampas que la
sociedad les ha preparado, a confiar en sí mismos. Alguien tendría que
enseñarles lo que es el esfuerzo, el valor de las cosas conseguidas a pulso,
el deseo por lograr una meta, la doma de uno mismo. Una persona se forja a
base de aciertos y errores, pero todos querríamos tener alguien cerca que
aconseje, que reconduzca, que oriente, que sirva de norte, que ayude a
recoger los trozos después de los inevitables descalabros, que siempre se
producen, y que lo dejan a uno dolorido pero un poquito más sabio.
Tener un hijo no es como comprarse un coche. No se puede cambiar de modelo
cada vez que da un problema. Y ser padre la mayoría de las veces no es una
decisión consciente, ni meditada, ni sucede en el momento más adecuado.
También es más que posible que la mayoría de las personas no están ni
estarán preparadas para asumir semejante responsabilidad, de modo que
tampoco se pueden pedir milagros. Pero siempre es posible llenarlos de
cariño, esforzarse por comprender, permanecer cerca, en definitiva tener
interés. Ni siquiera se trata de ser perfecto, sino al menos de querer
hacerlo bien. Lo mínimo. El resto es caminar y aprender. Al fin y al cabo yo
no creo que estén pidiendo padres perfectos. Lo que más les duele, estoy
segura, es sencillamente el desamor. ∆ |