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PASOS CONTRA EL SIDA
La seguridad del
planeta está en peligro por culpa del sida. Los efectos de la
pandemia son devastadores, en ocasiones más dramáticos que los que
producen los conflictos armados.
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El sida,
que padecen 36 millones de personas en todo el mundo, sigue haciendo
estragos. Africa, donde afecta a más de 25 millones de personas y ha
dejado ya 12 millones de huérfanos, sigue siendo el continente más
castigado. Y se extiende. EE.UU. y Europa mantienen a raya sus cifras,
pero crece alarmantemente en países tan importantes para la estabilidad
mundial como China, India, Ucrania y Rusia. Este último, puede alcanzar
en pocos años una tasa de infección adulta del 20%, de las más altas
del planeta. Se estima, por ejemplo, que en Moscú están infectados ya el
5% de los adolescentes, lo que augura un futuro más preocupante.
La lucha por lograr frenar la enfermedad, tuvo una victoria importante
el pasado abril, cuando un tribunal de Sudáfrica hizo dar un paso atrás
a las todopoderosas multinacionales farmacéuticas. Ellas son las que
tienen en su mano la medicación para tratar el sida, y ellas son por
supuesto las que poseen las patentes y ponen el precio. En 1997 Sudáfrica
permitió por ley que se iniciase la búsqueda de medicamentos más
baratos. Las farmacéuticas bloquearon esta decisión, pero finalmente
tuvieron que retirar la demanda y ceder ante la impresionante campaña de
ONG internacionales. Fue una victoria importante, a la que siguen otras.
En junio Kenia, donde el 14% de la población es seropositiva, se sumaba a
esta decisión. Así, será posible que un Gobierno compre las medicinas
en otro país, donde el dueño de la patente lo venda más barato, y se
permite también que laboratorios locales, en caso de emergencia,
comercialicen un genérico, que por supuesto resulta mucho más barato y
por lo tanto accesible a una mayor parte de la población afectada. Hay
que tener en cuenta que la mayoría de las personas de un país como
Kenia, no llegan a ganar 200 pesetas al día, mientras que el combinado de
medicamentos para tratar la enfermedad ronda las 1000 pesetas diarias. Un
ejemplo: el fluconazol, un fármaco necesario en el tratamiento y
patentado por una farmacéutica, cuesta en Kenia unas 1.200 pesetas por
cápsula diaria. El genérico costaría unas 20 pesetas. El laboratorio de
Bombay que anunció que ofrecía genéricos antirretrovirales, puso un
precio de 63.000 pesetas por el tratamiento de un año. Valga como
comparación decir que en España el tratamiento convencional cuesta
aproximadamente 1,5 millones de pesetas anualmente.
Una vez más, queda muy claro que el último punto en la escala de las
prioridades son los seres humanos que sufren la enfermedad y que mueren
por miles, dejando tras de sí una estela de nuevos contagiados. Lo más
importante sigue siendo quién reparte la tarta y a cuánto toca cada uno.
Siempre el dinero. Y todo ello salpimentado con el discurso moral. Como
tenemos la desgracia de que el sida se transmita mayoritariamente por vía
sexual, ya tenemos la puerta abierta para que todo tipo de santeros
pontifiquen sobre lo aceptable y lo inaceptable, las buenas y malas
costumbres, el cielo y el infierno. Si el sida se transmitiese por el
agua, por el aire, o por comer repollo en mal estado, la cosa sería más
sencilla. Los intereses económicos estarían presentes, cómo no, pero al
menos no harían tanto daño las advertencias morales del Papa, por
ejemplo, abominando del condón. No merece más comentario.
Otro paso importante: el Tribunal Superior de Justicia de Brasil, a raíz
de la denuncia presentada por siete afectados, ha sentado un precedente
legal al reconocer el pasado julio a los enfermos de sida del país el
derecho a recibir gratuitamente del Estado las medicinas necesarias para
su tratamiento. Brasil, que junto con Sudáfrica, es considerado como un
ejemplo mundial en la lucha contra el sida, ha conseguido reducir al 50%
las muertes por la enfermedad, y pese a las presiones de las
multinacionales, no ha dudado en ofrecer sus cócteles de medicamentos
genéricos a otros países afectados.
Con todo, queda mucho camino por recorrer. Este verano se presentó en la
ONU un informe que demuestra que la seguridad del planeta está en peligro
por culpa del sida. Los efectos de la pandemia son devastadores en
términos humanitarios, sociales y económicos, y en ocasiones más
dramáticos que los que producen los conflictos armados.
La gravedad de la situación es tal, que incluso el presidente del Banco
Mundial, James Wolfensohn, ha dado la voz de alarma y de paso un tirón de
orejas a los países ricos por descuidar la ayuda internacional a un
problema que les va a estallar en las narices. "Es algo real. Es un
problema estadounidense. Es un problema de seguridad global". Aunque
no hay que engañarse. Todos sabemos que el Banco Mundial vela
exclusivamente por su propio bolsillo y el de sus ahijados. Lo dijo
explícitamente su presidente: "No estamos hablando de caridad.
Estamos hablando de nuestro propio interés". Más claro, agua./
CF
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