Estoy con los que
creen que aún hay esperanza de que las cosas cambien si ponemos el
empeño suficiente en ello, si de verdad creemos en que lo podemos hacer y
tomamos la decisión de hacerlo. |
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LA RESPUESTA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Sólo el
Estado puede ejercer legítimamente la violencia, en nombre de la mayoría
y en defensa de las normas del estado de derecho.
Hasta ahí todos podemos estar en mayor o menor medida de acuerdo. Como de
acuerdo estamos en que la violencia engendra violencia y no supone nunca
la solución de ningún conflicto; cuando mejor, puede cerrarlo en falso.
Pero no es menos cierto que la violencia se expresa de muy variadas
formas, y que no es siempre la peor aquella que sale a la calle y se
expresa con mayor o menor contundencia. La peor de las formas de violencia
es aquella que atenta directamente contra la vida y la integridad física
y psíquica de las personas. Todos identifican ésta con las actuaciones
de grupos terroristas, como es el caso de ETA. Y no les falta razón. Pero
también atenta contra este derecho, y no lo podemos obviar, toda
política económica que esclaviza a miles de seres humanos, que sume a
miles de pueblos en un abismo de hambre y miseria, en beneficio de una
élite de insaciables depredadores.
Estos grupos, al contrario que otros no son perseguidos, sino que son
admirados y honrados de todas las formas posibles.
Ellos que se han apoderado de las fuentes de riqueza del planeta, aparecen
como los salvadores, como los nuevos mesías. Ellos que cierran fábricas
siguiendo los fríos dictados de sus balances económicos, sin tener para
nada en cuenta la situación en que dejan a cientos de familias. Que
envenenan ríos. Corrompen a políticos e instituciones. Coaccionan a la
ciudadanía. Reciben subvenciones mil millonarias, atentan contra los
estados, contra el sistema democrático, y lo que es peor, contra los más
elementales derechos de miles de seres humanos. Comprueban que sus delitos
quedan impunes. Es más, y como he dicho, son premiados por ellos.
Este estado de cosas, demuestra que el Estado es incapaz de preservar los
derechos de sus ciudadanos. Que ejerce su derecho a usar la violencia para
sofocar las protestas, las huelgas, los actos de reivindicación. En una
palabra, que agrede a los agredidos y protege a los agresores. Y esa
situación no nos puede llevar sino a una situación de injusticia de tal
magnitud que invita a la violencia a miles de jóvenes que ven como su
futuro y su suerte está ya echada.
Trabajar por lo que te ofrezcan y en las condiciones que ellos quieran.
Hipotecarse hasta las cejas para poder tener una vivienda. Comulgar con el
sistema en todo y ante todo. Es decir, convertirte además de en un buen
empleado en un buen gestor de atrocidades, eso que hoy se conoce como
ejecutivo, y que podía llamarse muy bien, y sin duda con mejor criterio,
verdugo. Hombres cuyos méritos profesionales se miden en miles de
millones de pesetas de beneficios, y cientos y miles de hombres y mujeres
explotados. Hoy el hombre de éxito es aquel que es capaz de quitarle el
pan a su propio padre. El y sólo él es capaz de concitar el interés de
estas compañías que han colonizado de la peor de las maneras el planeta.
Que van pudriéndolo todo en nombre de un sistema diseñado hasta el
último detalle por ellos mismos, y que nos han vendido junto con una
marea de productos que nos son útiles en función de las necesidades que
ellos mismos nos han creado.
No defiendo pues la violencia, ni a los violentos, no estoy tampoco, con
esa parte de los antiglobalización que no busca sino reivindicar lo suyo,
la exaltación de la exclusividad y peculiaridad, en una palabra el
nacionalismo excluyente y fanático, sea éste de izquierdas o de
derechas, y sea su objetivo el preservar a un país entero o una parte de
ese país. Y estoy sin reservas con los que están por la desaparición de
las fronteras. Con los que apuestan por un mundo más justo. Un mundo en
el que nadie se muera de hambre. En el que nadie tenga que huir de su
tierra y sus pueblos en busca de un paraíso que no existe. Estoy con los
que creen que aún hay esperanza de que las cosas cambien si ponemos el
empeño suficiente en ello, si de verdad creemos en que lo podemos hacer y
tomamos la decisión de hacerlo.
A estas alturas de la historia y con la experiencia que tenemos o
deberíamos tener, se hace imprescindible iniciar una revolución distinta
a las hasta ahora realizadas y que no supusieron sino, en algunos casos,
simples actos de venganza, y en los de mayor éxito, simples relevos.
No se trata pues de romper cajeros, sino en no utilizarlos. En ocupar el
espacio que ellos nos han hecho olvidar y que hemos dejado relegado. En
demostrarles que no los necesitamos. Que podemos vivir sin sus productos a
la medida de las necesidades que ellos mismos nos han creado. En hacerles
entender que no van a contar con nosotros para la construcción de esta
locura.
Tenemos en definitiva que proponernos todos y cada uno de nosotros en
conseguir que las cosas sean distintas, porque mal que nos pese y aunque
no lo parezca, nosotros de algún modo también somos ellos. ∆
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