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EL ALEPH

 

 

El hombre necesita razones para no razonar, para justificar su condición de depredador, para dejarse caer en la irracionalidad y no retomarse hasta ver cumplida y colmada su necesidad de imponerse a los demás.

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EL VALOR REAL DE LA PATRIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Uno cierra los ojos, se vacía en el espacio geográfico y se siente caer en aquel, en mi caso, pequeño pueblo de la provincia de Orense, o en otro de cualquiera, o en una ciudad, y dentro de ella en un barrio. Más allá de esos márgenes sentimentales donde tal vez vivan aún tus familiares más próximos y amigos, uno se siente extraño e indefinido, una abstracción normal pues se pierde la referencia, y el concepto íntimo del yo se diluye en la majestuosidad del paisaje. Eso es la patria, un punto en un mapa que marca un punto de partida y retorno del que la mayoría de las personas salimos un día por razones casi siempre ligadas a la legítima ambición.
La patria no es sino memoria, y como toda memoria referencia a la que asirnos y no perdernos en la oscura noche de los recuerdos, puerto a donde poder regresar cuando la necesidad del alma así lo exija o lo exija la crueldad de la vida. La patria es pues un círculo concéntrico que se va achicando a medida que te aproximas a su verdadera esencia y que culmina en un punto en el que sólo cogemos nosotros y nuestra sombra. Eso es para mí la patria, un lugar que no puede ser ocupado por nadie, ni invadido, ni enajenado, ni aún dado a nadie, la patria es personal e intransferible como la propia vida que nos impulsa en el proceso de elaborar existencia. Por ello no entiendo el afán de unos y otros en vendernos su amor por la patria, puesto que con ello no anuncian sino su egocentrismo exacerbado, su permanente reivindicación del propio yo frente a los demás, pero en un ámbito para nada inocuo, como puede ser el espiritual, sino en el social. Y es que en éste se ponen en juego propiedades que nada tienen que ver con el sentimentalismo, como es la propiedad, el derecho a alambrar, la posibilidad de elegir quién merece o no merece vivir no ya en ese punto que como he dicho es infranqueable a nadie que no sea uno, sino en su proyección circular. Cuando esto ocurre la patria pierde su sentido y pasa a ser argumento de un razonamiento bastardo, el de fingir que ese punto geográfico que te contiene y que guarda por ello conciencia de ti, te da derechos que no tienes. La tierra es una, una multitud sólo somos los hombres los animales y plantas que la poblamos, sólo ella puede por tanto reivindicarse, puesto que es al fin y al cabo el punto que contiene todos los demás puntos, la memoria de todas las memorias, el latido de todos los latidos, la patria de todas las patrias.
Pero sin mayores sutilezas basta pensar en la patria como entidad administrativa para entender su auténtico espíritu de excusa para todos los desmanes y atrocidades que se han cometido y se van a cometer. Dios, Patria y Justicia, han sido los motores de todas las trágicas desavenencias que han llevado al hombre a vencerse una y otra vez a sí mismo aún en las más brillantes victorias.
Pero eso qué importa, el hombre necesita razones para no razonar, para justificar su condición de depredador, para dejarse caer en la irracionalidad y no retomarse hasta ver cumplida y colmada su necesidad de imponerse a los demás. Y como lo necesita, cosecha conceptos sagrados a los que asirse y en nombre de los cuales perder temporalmente su supuesta esencia de ser superior entre los seres.
El hombre curiosamente ha desarrollado extremadamente su capacidad de horrorizarse sin poder liberarse por ello de su necesidad vital de producir horror, y ello le ha llevado a este irónico circo que Pessoa califica como "ritos de libertad e igualdad que le recuerdan siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran dioses, o los dioses tenían cabeza de animales". Eso somos, animales que se creen dioses, o tal vez dioses que no son sino animales, pero no sólo en apariencia sino en esencia. Pero no hay por qué alarmarse, dios es al fin y al cabo como la patria una excusa más para un fin aciago, y no sé si necesario o simplemente irremediable al que estamos abocados por la ingente y majestuosa energía que rige el cosmos. Cabe, por tanto, preguntarse si somos o no somos culpables. A mí me da la impresión de que no lo somos, y ello nos da aún más rabia, porque nos confiere un mayor contenido animal. Y ello nos lleva a sofisticar aún más nuestro sistema social, cuajándolo de toda esa malvada terminología que nos consuela sin poner por ello remedio.
La civilización no es pues sino mero refinamiento que no busca ser bálsamo para la víctima sino para el verdugo.
No estaría pues de más que nos reconociéramos como lo que somos, y que a partir de ahí retomásemos un modelo más próximo a nuestra verdadera condición, exento de tanto concepto de tanto falso voluntarismo y de más compromiso, claro que podemos ser mejores pero desde la práctica, desde la militancia, desde el pleno conocimiento de nuestra crueldad y no desde el embebimiento en una supuesta bondad que no nos lleva sino a la humillación de creernos especiales y como tal a despreciar a los que no hacen sino lo que nosotros hacemos pero sin esconderse tras tanto enfermizo eufemismo.
Nuestra verdadera patria radica en un legítimo y feroz individualismo que es desde luego mejor que el cruel pluralismo, paternalismo y hermanamiento que hoy practicamos, pues uno nos lleva a la necesidad de cambiar, el otro a la de perpetuarse, al convertirse en la esperanza de la víctima que más que resignada está convencida de que su única esperanza está en ser como sus verdugos.∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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