Andan a cuestas con la
Libertad Perdurable y no tienen ni idea de lo que es eso. A mí hace un
siglo que me tienen delante y ya ve el caso que me han hecho. |
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MISS LIBERTY
POR ELENA F. VISPO
N o me mire raro porque no hablo
inglés. Yo hablo como me da la gana, o mejor dicho, como haga falta. Que
esté en territorio norteamericano no quiere decir que sea propiedad yanqui.
¿Cómo iba a llamarme Libertad, entonces?
Así que viene usted a hablar conmigo. Ésa sí que es una novedad. Por aquí
pasa mucha gente, pero hablar, hablar, no lo hace nadie. Y menos conmigo.
Fíjese usted que con los últimos acontecimientos ha contado su vida todo el
mundo, desde el broker hasta el barrendero. Pero a mí, que estaba en primera
fila, como quien dice, nadie me ha preguntado nada. No crea que me
sorprende, porque no me han dejado hablar desde que me plantaron aquí. Y son
ya más de cien años.
¿Lo de las torres? Claro que lo vi. Incluso le diría, si me apura, que lo vi
venir antes que nadie. Es que desde aquí arriba me entero de casi todo, y a
los americanos los tengo muy calados. Se creían los dueños del mundo y ya
ve. Basta un avión para tambalear los cimientos de la nación más poderosa
del mundo.
Ahora tienen miedo, pero antes los que daban miedo eran ellos. Han llenado
medio planeta con películas, música y hamburguesas, mientras que al otro
medio lo han infestado de dictadores y recesión económica, todo sin perder
la sonrisa. Eso fuera del país, pero dentro tampoco se han lucido. Todavía
quedan negros -unos pocos, muy mayores- que recuerdan la vida en esclavitud.
Y si nos vamos más atrás, la tradición oral india mantiene viva una cultura
que sufrió la persecución y el exterminio sistemático. Yo no estaba aquí por
aquel entonces, claro, me he enterado porque a veces el aire me trae ecos de
las ceremonias, que todavía hoy se siguen celebrando a pequeña escala. Son
canciones de poder, antiguas profecías que hablan del resurgir de las tribus
y de un tiempo en el que el piel roja y el hombre blanco convivirán
pacíficamente.
El aire es uno de mis grandes amigos, me trae noticias de todo el mundo.
También me gustan las tormentas y el sonido de las olas. Y los humanos, esos
seres de cuerpo diminuto y enorme potencial. Por aquí viene mucha gente a
mirarme y sacarme fotos. Pueden subir por mi interior -antes me hacían
cosquillas pero ya me he acostumbrado- y mirar el mundo desde mi cabeza. A
la mayoría le hace mucha ilusión, pero no se dan cuenta de que para ver de
verdad por mis ojos hace falta más que subir unas escaleras.
El caso es que les he hecho gracia a los americanos, y le han puesto mi
nombre a su guerra. Y eso sí que me parece mal, porque lo menos que podían
haber hecho es preguntar. Antes la guerra se llamaba Justicia Infinita, y la
que se enfadó fue mi amiga, la de la venda y la balanza. Que, ya que me lo
pregunta, lo de la balanza no le importa pero la venda le molesta horrores,
ella que siempre tuvo la vista muy aguda. Yo le tomo el pelo, pero luego
pienso que quién soy yo para decir nada, con estas pintas que me han puesto.
Ahora andan a cuestas con la Libertad Perdurable, y no tienen ni idea de lo
que es eso. Lo que le decía: a mí hace un siglo que me tienen delante y ya
ve el caso que me han hecho. Soy su símbolo más visible y no se les ocurre
otra cosa que montar una guerra en mi nombre. Pero no crea que me preocupa,
porque igual que lo vi venir veo a dónde conduce todo esto. Y cuando se
maten entre ellos y vean que no han hecho nada, es posible que descubran que
hay otro tipo de libertad que sí es perdurable y que nadie más que uno mismo
puede poner ni quitar.
Pero habrá que verlo, porque con esto del libre albedrío... ∆ |