A pesar de que lleva años viviendo en Francia,
Alejandro Teitelbaum no ha perdido su acento argentino. En Buenos Aires
consiguió el título de abogado, y en París se diplomó en Relaciones
Económicas Internacionales. Es, además, representante de la Asociación
Americana de Juristas ante las Naciones Unidas en Ginebra.
"Cuando la gente empiece a salir de su
letargo, empezarán a aparecer las soluciones"
"Los dólares no saben inventar medicamentos,
la gente sí. Y el resultado del trabajo humano es patrimonio de la
humanidad, no el objeto de beneficio de las multinacionales"
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Texto:
Elena F. Vispo / Fotos: NAN
E mpecemos por una aclaración semántica: la
palabra globalización no es correcta: "globalización da idea de globo, de algo
igualmente repartido, nadie arriba ni nadie abajo. Pero si hubiera que buscar
una imagen geométrica de lo que está sucediendo en el mundo sería una pirámide,
no una esfera. Una pirámide donde hay unos poquitos arriba y abajo está la gran
mayoría". Alejandro Teitelbaum matiza cada concepto hasta hacerlo comprensible,
así que a partir de ahora hablaremos de mundialización: un concepto que, como
bien dice su nombre, afecta a todo el planeta.
-¿Qué opina usted de todo este proceso?
-Es inevitable, porque el mundo se ha empequeñecido y no creo que se le
pueda dar marcha atrás. Yo no estoy en contra de la mundialización, como no
puedo estar en contra del sol o la lluvia. Son cosas que ocurren, pero uno
adopta medidas para adecuarse a ellas. El tema de la mundialización es
precisamente éste: en qué condiciones se está realizando.
-Que no son unas condiciones igualitarias.
-Cada vez se consolida más una pirámide en la que todo el mundo trabaja,
tanto los países pobres como el llamado primer mundo. El resultado es un
producto mundial que se ha multiplicado en los últimos años, pero que está
repartido de manera totalmente desigual. Hay quien dice: esa gente que es pobre
es porque son haraganes, no trabajan. Y no es cierto, se matan trabajando,
realmente muchos mueren trabajando. Cada día hay 3.000 muertes en el mundo por
enfermedades profesionales o accidentes de trabajo. Así que los
antimundialización, al menos los que son conscientes, no están contra la
mundialización en sí, sino contra las condiciones en las que se produce, que son
muy injustas.
Usted conocerá la polémica que se desató a raíz del Sida en África, que está
produciendo una verdadera masacre. Los laboratorios dicen que el tratamiento
cuesta diez mil dólares al año. ¡Pero eso está lejísimos del alcance de los
africanos! ¿Y qué son esos medicamentos? Son el producto del trabajo de gente:
los dólares no saben inventar medicamentos, la gente sí. Y el resultado del
trabajo humano es patrimonio de la humanidad, no el objeto de beneficio de las
multinacionales.
-La mundialización se plantea como un proceso inevitable. ¿Sus consecuencias
también lo son?
-Hay una desigualdad tan tremenda que no se justifica. En América
Central se desató el huracán Mitch, no sé si se acuerda, y hubo muchas víctimas,
una destrucción tremenda. En un momento así es lógico que se planteen
situaciones difíciles, falte agua, comida, medicamentos. Es una catástrofe
natural. Pero la mundialización no es una catástrofe natural, es un proceso
económico, social, tecnológico, que puede y debe ser controlado.
-¿Cómo se podría enfocar una redistribución de la riqueza?
-El otro día leí un informe de las Naciones Unidas que dice que las tres
personas más ricas del mundo tienen un patrimonio equivalente al de los 48
países más pobres. En Francia, 500 familias disponen de la mitad del patrimonio
del país. Y a mí se me ocurrió hacer una pequeña cuenta: si a esas familias se
les sacase un 6%, por ejemplo, mediante un impuesto especial, ese dinero
permitiría aumentar un 10% el salario mínimo y el seguro de desempleo de todos
los franceses que lo están cobrando: entre seis y cuatro millones de personas.
Esa gente se beneficiaría porque viviría mejor, compraría más, y sería en
beneficio de los empresarios. Hay estupidez por parte de los que tienen el
poder, que tratan de acumular hasta el extremo. No pueden consumir todo eso, así
tomen champán y caviar de la noche a la mañana.
-¿Se podría hacer una cuenta similar aplicada, por ejemplo, a la deuda
externa?
-Yo creo que sí, porque además en este tema hay una doble
responsabilidad: de los que prestaron, y de los que recibieron la plata y la
malgastaron o la robaron directamente. Pero a pesar de que ha habido diferentes
planes, la deuda crece en progresión geométrica. Una causa son los enormes
intereses que se cobraron, y cuando no se podían pagar, en las renegociaciones
quedaban acumulados al capital. Entonces se cobraba interés sobre los intereses,
cosa que es ilegal en muchos países. Con esa política los tienen completamente
atrapados: por un lado les extraen buena parte de lo que producen y por el otro
imponen unas condiciones, los llamados planes de ajuste estructural. Les dicen:
bajen los salarios, eliminen los servicios sociales... Les proponen, en
definitiva, la recesión económica. Lo que les interesa es obligarlos a adaptarse
a la mundialización, abrir las fronteras a los productos del primer mundo,
vender por nada su patrimonio.
-Lo evidente es pensar que los más pobres son los más perjudicados por la
mundialización, pero usted dice que ese círculo cerrado atrapa a todo el mundo.
-Siempre tendemos, y es lógico, a hablar de la gente que no tiene para
vivir. Pero la mundialización afecta al modo de vida de toda la gente. Por
ejemplo, a un ejecutivo de una gran empresa le dicen que es responsable de que
la empresa marche bien. Entonces este tipo anda desesperado, corriendo con su
móvil, con su ordenador portátil, porque tiene otro detrás esperando por su
puesto. Lleva una vida miserable, porque corre de un lado para otro, no dispone
de tiempo para él ni para su familia, y un buen día puede tener la recompensa de
que le echen a la calle. Yo conozco a mucha gente así. Este sistema lleva a la
degradación de la vida del ser humano en general: la pobreza y la miseria son
evidentes, pero todo el mundo vive mal.
-¿De qué otras formas afecta la mundialización a los países ricos?
-En España, usted lo sabrá mejor que yo, están por ejemplo los contratos
basura. Y en todos los países hay gente que duerme en la calle, que en invierno
muere de frío. No es a gran escala, pero en los países ricos también hay bolsas
de pobreza. En Francia ahora hay una seguidilla de cierres de empresas. Y es
horrible ver por televisión a mujeres, que tienen 45 años y no van a conseguir
otro trabajo, llorando porque están en la calle. Hay empresas que cierran porque
tienen que hacerlo, pero hay otras que no. Hay una empresa francesa, Lu, que
vende galletas a torrentes, pero dice: no podemos más, tenemos que cerrar. Y
cierran una fábrica en Francia, dejan a la gente en la calle, y reaparecen en
Polonia pagando un tercio de los salarios. Es lo que se llama deslocación. Hay
empresas que se pasean por el mundo buscando las peores condiciones de trabajo,
las mejores para ellos. Y la gente está aterrada, no reclama porque les dicen:
si insisten demasiado cerramos y nos vamos a Ucrania o Rumanía.
-Frente a esto surgen los movimientos antiglobalización. ¿Cómo se enfoca un
movimiento de estas características?
-Mire, yo digo que en la antiglobalización en estos momentos hay de
todo, hay mucha gente que no sabe muy bien contra qué está, cuando lo que falla
es el sistema en general. Ante eso no hay respuesta. Bueno, debe de haberla,
pero yo no la conozco. Para mucha gente, la respuesta era la Unión Soviética,
pero cayó sola, y la gente que creía en eso se quedó sin referencia. Hay que
volver a pensar cómo se resuelven los problemas políticos y sociales, y estos
movimientos son un comienzo desordenado de búsqueda de respuestas. Pero todavía
no las hay. La izquierda tradicional no las tiene: aunque propone cosas
puntuales que a veces son correctas, no abarca el problema global.
Hay que seguir buscando. En la última reunión de Génova la antimundialización
dio un salto cuantitativo. En Portoalegre hubo tres o cuatro mil personas, pero
en Génova hubo cien mil, eso ya da un gran peso a esta protesta. Hay gente bien
informada que puede empezar a dar respuestas. Ya no se cree en los partidos
políticos y, por lo que he oído, en España la pasividad es total. La gente no
quiere saber nada, ni siquiera de actividades sociales. Se queda en casa. Cuando
la gente empiece a salir de su letargo, empezarán a aparecer las soluciones. ∆ |