En un mundo tan supercivilizado y tan acomodado
como el nuestro, o sea, en el que habita la minoría que vive bien, sobra
ocio, por eso abundan los expertos en cosas inútiles que pierden el tiempo,
lógicamente, con inutilidades. |
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OCIOSOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
E l otro día, en algún informativo,
recogían la noticia de la reciente publicación de un libro nada más y nada
menos que sobre la vida de Mata Hari. Y más que sobre su vida, sobre su
muerte. El orgulloso autor, un hiper arrugado anciano que dedicó años de su
vida a investigar, rastrear, analizar la vida de esta señora y reflexionar
sobre sus hallazgos, hablaba lógicamente de su obra como quien habla de un
hijo, e increpaba a la autoridades francesas a volver a abrir el caso para
devolverle a la dama el honor perdido, porque según sus investigaciones, fue
víctima de un complot por parte de sus enemigos, que le pusieron la
zancadilla para que fuese juzgada y parece ser que injustamente condenada. Y
yo, sentadita en mi sofá a la hora del postre, me asombraba a gusto, viendo
el énfasis y el apasionamiento con que el autor defendía el buen nombre de
la susodicha. Joé, qué interesante. Y me doy yo misma la explicación: claro,
como no pasan cosas ahora mismo lo suficientemente importantes como para
ocuparse de ellas pues hay que buscarse la vida para pasar el rato y estar
entretenido. Pues vale. Saludos al autor, y que me disculpe haberle tomado
como ejemplo para una reflexión.
Hay mucha manía por hacer cosas así, coger algún tema del pasado y darle mil
vueltas, a ver si le encuentran dobles o triples o cuádruples sentidos, un
enfoque original, una perspectiva nueva, un ángulo obtuso desde donde contar
por milésima vez la historia. Hace poco oí comentar a alguien sobre la manía
enfermiza de seguir haciendo películas -españolas claro- que giran en torno
a la guerra civil. Caray, me dije para mis adentros, pues es cierto. Siempre
a las mismas fuentes, siempre a sobar el mismo tema, a saturar al personal,
para al final añadir poco o nada nuevo. Nada que no sepamos ya. Y digo yo
que no será porque no hay temas hoy que atraigan, que inspiren, que
provoquen, que sorprendan, que hagan reflexionar, que inviten a la denuncia.
Uno en cada esquina. Más globales o más particulares, para reír y para
llorar. Hay muchas habitaciones cerradas en el mundo actual que están
esperando que haya gente que quiera airearlas. Basta con echar una mirada
alrededor para ver mil historias que contar. Cualquier reflexión puede
ayudar a pensar al que tenemos al lado, qué coño, no sobre la importancia de
la berza en la dieta medieval, sino sobre el mundo actual, que al fin y al
cabo es lo que nos importa. Yo creo que el problema es que en un mundo tan
supercivilizado y tan acomodado como el nuestro, o sea, en el que habita la
minoría que vive bien, sobra ocio, por eso abundan los expertos en cosas
inútiles que pierden el tiempo, lógicamente, con inutilidades.
Como esa obsesión por rastrear la tierra como un chucho en busca de un
resto, lo que sea, del pasado: un cachito de vasija, un poquito de un
cráneo, una rabadilla de brontosaurio. Alguno dirá que soy una ignorante por
no saber para qué sirve y pero yo me pregunto qué nos va a solucionar hoy el
hecho de saber que en una excavación ha aparecido un resto de las costillas
asadas que se cenó un cromagnon con úlcera de estómago un jueves por la
noche y que le provocaron la muerte por indigestión. Yo, qué quieren, es que
me quedo indiferente. O esas pinturas en las cuevas, que a pesar de que se
ve claramente que son un borrón, provocan airadas polémicas entre los
expertos, para dilucidar si el borrón representa en realidad un caballo o un
toro o un gamusino. Pero venga ¿a alguien le importa? ¿alguien va a dormir
mejor? ¿alguien va a llegar más entero a fin de mes?
O como unos paisanos entrajetados, que flipaban en colores con el castellano
y la alucinante red electrónica que está tejiendo la RAE, que le permite a
uno saber cosas interesantísimas, por ejemplo, qué se dijo antes, si chófer
o chofer, es decir, si el primero que escribió la palabra en un texto
castellano puso el énfasis en el "cho" o en el "fer". Hombre, no se trata de
que acabemos hablando todos como si fuésemos un mensaje de móvil, pero por
dios, que unos señores que no tienen otra cosa mejor que hacer alucinen con
eso como si se hubieran tomado cuatro copas, a mí me parece ofensivo.
O las impresionantes sumas que se dedican a reparar tal o cual catedral, o
cualquier otro monumento histórico-artístico, cuando el vecino del quinto
pasa hambre a la hora de cenar. Claro que el vecino no tiene la suerte de
haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad, y entonces da igual que se
pudra en una esquina. Si fuera un retablo flamenco otro gallo le cantara.
Todo eso no es más que el reflejo de la manía que tenemos de estar la
mayoría del tiempo con la cabeza girada hacia atrás, mirando por encima del
hombro lo que hicimos o dejamos de hacer, entreteniéndonos en banalidades,
repasando mil veces los errores, reviviendo momentos que no existirán jamás,
porque se quedaron atrás, en su tiempo correspondiente. Mala costumbre,
pardiez, porque el que mira tanto para atrás, se pierde lo que viene por
delante, que suele tener más interés. A lo mejor, cuando nos demos cuenta,
se nos pasó la hora.
Y lo último de lo último. Justamente esta mañana leo en la prensa que en una
capital española acaban de inaugurar una escultura de un renombrado artista,
que representa un culo magnífico, de una tonelada de peso. La obra de arte
ha costado 30 millones, y queda para disfrute de las generaciones venideras.
Antes en las plazas se ponían estatuas de generales. Ahora estamos tan
aburridos que ponemos culos. ¿Hay alguna diferencia?
De verdad, da pena. ∆ |