Si hemos de ser rehenes de
la eternidad, que más nos da el cielo que el infierno, sufrir y gozar
eternamente es igual de tedioso. |
|
LA NECESIDAD DE MATAR A LOS DIOSES
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados,
ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos
ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos. Sacamos los
pesados revólveres y alegremente dimos muerte a los Dioses.
Ragnarök, J. Luis Borges
S aquemos el pensamiento y demos muerte
a los dioses, y con ellos, a la sinrazón que representan. Seamos por una
vez, responsables de nuestros actos.
Dios no es en sí mismo sino un fenómeno humano que se sitúa en la órbita de
la sinrazón, y es por ello el más agudo acicate de la peor voluntad del
hombre, la que le permite actuar contra sus semejantes sin el menor
remordimiento ni conciencia de estar vulnerando el más auténtico de los
derechos, el derecho a la vida. El capitalismo, el dios terrenal que ordena
nuestras vidas, es pura sinrazón, puesto que su esencia dimana de la
injusticia que impone el mercado y las cuentas de beneficios. El capitalismo
como dios sólo tiene un enemigo, la igualdad económica, si un día todos
fuésemos dioses, dios perdería sentido, si algún día todos fuésemos ricos,
la riqueza perdería sentido.
Atentos pues a nuestros dioses y bajo la égida de la sinrazón, avanzamos por
la vida ignorando al hombre, huyendo de él, renegando de él.
La tragedia de Estados Unidos no es sino eso, la explícita y más rotunda
negación del hombre. No falló en este caso sino el hombre. El hombre, que
perdido en la institución, en el clan, en el grupo, en la fe, se olvidó de
lo que es y de lo que son los demás, y se convirtió en algo mucho peor que
una fiera, en un renegado de su condición. Para alguien que tiene conciencia
de sí mismo, nada puede haber peor que esa maldita metamorfosis. Que esa
maldición de erigirse en mediocre ángel exterminador, en mísero cernidor de
venganzas y atrocidades. En instrumento de un dios que existe sólo para
encubrir sus maldades y carencias.
Gritamos y clamamos ahora contra el fanatismo, contra la vesania, contra la
barbarie. Nos rebelamos contra ideologías, culturas y religiones, por no
querer maldecir al hombre, a este hombre exiliado voluntariamente de su
condición. Se atacarán por ello pueblos, se derribarán regímenes y templos,
y morirán mezclados en ellos, como el barro a la choza, hombres que no lo
son, que no quieren serlo.
El hombre occidental ha renunciado a su condición de hombre en favor de su
situación económica, política y social, y ha tenido para ello que olvidarse
de la otra mitad del mundo.
El hombre del mundo islámico ha renunciado a su condición de hombre en favor
de un paraíso no terrenal. Incapaz de construirlo aquí y ahora, ha volcado
su rabia con un enemigo exterior, por no ser capaz de hacerlo con sus
enemigos interiores.
El hombre, principal elemento de las bases de esta civilización está
enfermo, pues se halla voluntariamente exilado de su condición.
Entiendo que el hombre debería ser consciente de que él y sólo él es la
esperanza. Que el cielo es una promesa baldía, pues aún en el caso de ser,
no sería sino un mero penal, donde estaríamos castigados a padecer el eterno
don del agradecimiento. Si hemos de ser rehenes de la eternidad, que más nos
da el cielo que el infierno, sufrir y gozar eternamente es igual de tedioso.
Además, por qué suponer que el diablo va a castigar a sus seguidores, por
qué no premiarlos, o es acaso que no es éste sino un mero esbirro de dios, y
si es así, no será dios también diablo. Tonterías y más tonterías que nos
hemos contado para olvidarnos de nuestra condición de hombres. Vivir, esa es
nuestra misión y nuestro destino, lo demás, vendrá dado por la inequívoca
pauta de la vida.
El hombre se ha perdido en el laberinto que él mismo ha ido babando como la
araña su tela. Y ahora clama, pero sólo le responde el eco de lo que es, un
voluminoso manojo de nada, un mero reflejo de todo cuanto ha construido para
ignorarse.
La esperanza no está pues en más bombas, en más venganza, la esperanza está
en el único lugar que puede estar, en el hombre, desnudo de tan dogmáticas
costumbres, es decir, seudo-cultura, de tan hipócrita civilidad, de tan
insano orden.
Cada uno de nosotros ha de ser su propio guía y vigilante, su propia
referencia y conciencia, sólo así, habrá paz y armonía sobre la faz de la
tierra. Y eso sólo se consigue poniendo a cada hombre frente así mismo y su
destino, que no es otro que el de vivir y dejar vivir.
Sin esperanza de dioses, sin otra fe que en nosotros mismos, sin otra
esperanza que nosotros mismos, no tendríamos más remedio que tratarnos como
lo que somos, seres que nacen, crecen, se reproducen y mueren, para un fin
inmenso, el de la vida.
Somos vida, venimos de la vida, estamos en la vida y vamos a la vida, pues
sólo ella es capaz de dar sentido al universo, y sólo en ella hallamos
salida al laberinto de la eternidad. Todo lo demás, aún necesario, no es
sino pura contingencia. ∆ |