Un 95% de basura
genética viene a ser como si de mi cuerpo lo único bueno fuese la oreja
izquierda y lo demás estuviera para tirar.
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BASURA SOMOS
POR ELENA F. VISPO
Este mes
pasado, por fin, nos han dado a conocer el genoma humano, que tanto
esfuerzo y dinero ha costado descifrar. Nos lo habían vendido como el
santo grial de la medicina, la piedra Rosetta de la evolución y el hecho
histórico más importante desde la invención de la rueda, así que el
mundo y yo teníamos una cierta curiosidad. Pues al final, todo ha sido
para decirnos que no somos tan diferentes de la mosca del vinagre. Estamos
peligrosamente cerca de los gusanos y más aún de los primates, de los
que nos diferencia un ridículo 2%, así que aún vamos a terminar
dándole la razón a Darwin.
El que tenía razón era San Francisco de Asís, que llamaba hermanos a
los lobos. A partir de ahora, el que tenga por costumbre tratar a su perro
a patadas, que se entere de que está maltratando a su mismo material
genético, y que deje de hacer el bruto. Y lo mismo para los que tiran a
una cabra del campanario de su pueblo, en nombre de la tradición. Si no
abandonan la costumbre por conciencia, que lo hagan por orgullo patrio: no
vayan a decir por ahí que los españoles somos unos incultos y no nos
hemos enterado del genoma ése.
A los racistas también se les ha acabado el chollo. Los que sigan en sus
trece, dando palizas a los inmigrantes los sábados por la noche, es que
están poco puestos. No se han enterado de que, entre una persona y otra,
media la ridícula diferencia del 0,2% Que es probable que un holandés y
un caboverdiano se parezcan más entre sí que dos elementos de la noble
raza aria. Así que cuando se le niega la entrada a un africano
desesperado, es como cuando aparece en casa la tía Juana a la hora de la
merienda y no la haces pasar a tomar un café con pastas. Es, cuanto
menos, mala educación. Ya que la vía de la solidaridad no les cabe en la
cabeza a los que han hecho la ley de extranjería, a ver si así entra.
Hoy por ti y mañana por mí, que dicen los del genoma que somos todos
familia.
Pero lo más gordo de todo esto es que afirman que somos un 95% de basura.
Más que nada porque ése es el porcentaje de lo que los científicos no
saben qué es, cómo funciona ni para qué sirve, así que se considera
desperdicio. Se ve que la prepotencia entra en el cinco por ciento
conocido.
Un 95% de basura viene a ser, en plan metáfora, como si de mi cuerpo
lo único bueno fuese la oreja izquierda y lo demás estuviera para tirar.
No es mala señal. Dicen los estudios que cuanto más se tiene, más se
tira. Un país se considera rico cuando genera un kilo de basura por
habitante y día. En España tocamos a kilo y medio. En los Estados
Unidos, dos kilos yankie per day: el no va más. En cuanto al
genoma, se ve que tenemos tanto que podemos desperdiciar un poco. Ya
puestos, casi todo.
Craig Venter, el polémico científico de Celera Genomics (la empresa
privada que ha descifrado el invento) ha dicho que "no estamos
mentalmente preparados para absorber todo esto". Quizá eso lo
explique, porque me niego renunciar al 95% de mí. Más que nada porque mi
oreja está bien pero, modestia aparte, tengo las piernas largas y los
ojos bonitos.
Yo siempre había oído que no usamos una gran parte del cerebro. Me
sonaba como una promesa remota: el eco de que, en algún sitio de mi
cabeza, había capacidades ocultas por descubrir. La eterna reserva de
neuronas, dispuestas a saltar en el momento en el que se me ocurriese una
idea brillante. El cerebro era la utopía, la capacidad soñada. Y ahora
me vienen con que si no lo uso no es porque no quiera, sino porque nunca
ha valido para nada.
Lo que pretenden esos científicos es quitarnos la esperanza de que
podemos ser mejores. Y me parece mal: para revalidar el eterno principio
de lo malo conocido no hacía falta gastarse una porrada de millones. En
contrapartida, propongo un acto de desobediencia civil: ya que la mayoría
de los mortales no tenemos medios para analizar nuestro ADN, sí podemos
poner a trabajar nuestras neuronas dormidas antes de que se atrofien del
poco uso. Explorar nuestras capacidades hasta descubrir que no hay límite
sería la verdadera revolución genética.
Entre un mísero 5% y un misterioso 95% ¿me voy a quedar yo con la
cutrez? Ese 95 echa un poco para atrás porque a nadie le gusta revolver
en el contenedor de la esquina, pero atrae por lo que tiene de promesa:
digan lo que digan, no somos tan malos. Así que puede que me encuentre un
poco de basurilla al principio -nadie es perfecto-, pero ¿quién sabe? a
lo mejor después del susto inicial encuentro algo que valga la pena.
Resumiendo, que prefiero lo bueno por conocer. Y si es verdad que somos
basura, que sea reciclable. ∆
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