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EL ARBOL DEL BUHO

 

 

 

 

Tengo muy claro que los días están llenos de miles de pequeños momentos donde hay más sitio para el amor, para el cariño y para la ternura, que para la frialdad y la indiferencia

 

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TERNURA
POR ELENA G. GOMEZ

El otro día vi en la T.V. una retransmisión desde Japón de una exhibición de patinaje sobre hielo. Al final de la actuación el patinador italiano tomó por la cintura a la niña que recoge las flores en la pista, y para la japonesita aquella muestra de afecto, que llevaba implícito el contacto físico, era algo nuevo. Nerviosa se tapaba la cara con las manos, era la viva expresión de la timidez con patines. Mientras veía la escena, la presentadora aclaraba que los japoneses nunca daban muestras de afecto en público, no tenían contacto entre ellos, y que sus saludos eran con movimientos de cabeza, reverencias, etc.
Días después, en un documental, también de la T.V., una chica francesa que de niña había vivido con la tribu de los Masais, regresó a Africa, junto a ellos. A lo largo del documental fue contando sus costumbres, pero más importante que lo que decía era lo que aquellas caras reflejaban, su permanente risa, su proximidad física, sus cantos y su complicidad mostraban una forma de vida sencilla, pura, directa y, sobre todo, incapaces de ocultar lo que sentían.
Justo al día siguiente de haber visto este documental acompañé a una amiga que iba a realizar una operación para corregir la miopía. Cuando terminó su operación y mientras estábamos sentadas en la sala de espera hablando de las sensaciones que ella había vivido, de lo sencillo y agradable que había sido todo, yo observaba a las demás personas que había en aquella misma sala, personas que estaban como nosotras, unas habían sido operadas y otras estaban acompañando a las operadas.
Había una pareja que parecían marido y mujer. Ella, como todos los operados de la sala, tenía instrucciones de permanecer relajada y con los ojos cerrados, él, se movía una y otra vez en el asiento, inquieto, incluso en un momento determinado manifestó que si había que esperar una hora y medía le daba tiempo de acercarse al trabajo, ella le contestó con un "no digas tonterías", esa fue toda su conversación.
En otro lugar había otra pareja, esta vez sí que no supe definir si eran pareja, amigos o hermanos, pero por la indiferencia de ella opté por lo último. En este caso el operado era él, y también estaba con los ojos cerrados mientras que ella leía un libro. ¡Menuda compañía le hace!, pensé.
Luego había otro grupo formado, esta vez claramente, de padre madre e hija (la operada), sentada entre los dos, los tres en silencio, sin una palabra.
Yo tenía a mi amiga cogida de la mano, ella, como todos, tenía los ojos cerrados, pero sonreía, se sentía cuidada, tenía confianza, y hacía verdaderos esfuerzos por no reírse de todas las tonterías que yo le decía, era lo mínimo que podía hacer por ella para que se le pasara rápido ese tiempo de espera y se sintiera tranquila y segura.
Entonces pensé lo prisioneras que viven las personas tan llenas de limitaciones, de esquemas y de incapacidad para mostrar sus sentimientos.
En aquel momento pensé que me gustaría mucho saber lo que opinaban las personas que estaban allí porque a lo mejor, para ellas, las que desentonábamos éramos nosotras, riéndonos y cogidas de la mano, porque hoy en día son más cotidianas las imágenes de violencia, de insultos, de desprecios, que una imagen de amistad, o de cariño y mucho menos de amor.
Y la verdad es que me dio mucha pena porque en realidad cada uno estaba en su mundo solitario, aislado, viviendo en pequeñas islas dentro de una misma habitación.
Entonces recordé las imágenes del patinaje y pensé que Japón es una gran potencia mundial, pero sus personas son como máquinas frías, sin identidad, mientras que los Masais son un pueblo pequeño que no tiene ningún poder en el mundo, pero ellos viven libres, dignos, con seguridad.
Y pensé en la imagen de Jesús, el Maestro del Amor, con su alegría, su ternura, cerca siempre de las mujeres y de los niños, y enfrente vi a sus representantes, a los fríos y orgullosos obispos, cardenales y demás curia romana.
Me acordé de la sensibilidad de personajes como Gandhi, o la Madre Teresa de Calcuta, llenos de ternura, de belleza, de calor, y enfrente vi al frío dictador Pinochet o a la increíble dama de hierro Margaret Thatcher.
Y tengo muy claro que los días están llenos de miles de pequeños momentos donde hay más sitio para el amor, para el cariño y para la ternura, que para la frialdad y la indiferencia.
Pero de momento aquí, en España, sin ser tan fríos como los japoneses ni tan cariñosos como los Masais, se necesitan días como San Valentín para atreverse a reflejar libremente los sentimientos.
Por cierto, creo que no lo sabéis, pero el ángel que dispara las flechas de amor no es blanco, sino negro, vive en Africa y una vez al año se desplaza hacía occidente para ver si el hermano blanco sale de su prepotencia y aprende que la mayor parte de sus problemas los puede solucionar con ternura, con cariño, con amor. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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