
Una fábrica vale más
que un río, un puesto de trabajo más que el aire que respiramos. Y
ocurre así porque nuestro mundo ha perdido contacto con el mundo natural. |
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LA HARINA DE LA AMBICION
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Las
vacas están locas, los ganaderos y fabricantes de harinas arruinados, los
carniceros consternados. El uranio empobrecido. El submarino averiado. El
gobierno descoordinado. El ciudadano, asustado, histérico y desinformado.
A quién culpar entonces, sin sentir culpa, a quién condenar entre toda
esta horda de minusválidos desvalidos y desamparados.
Todo, como se ve, está dispuesto de manera que nos sea fácil hallar en
nuestros corazones y ánimos los argumentos propicios para el perdón. Y
es que todos somos tan inocentes como culpables, y como lo sabemos, no
dudamos en poner todos los calificativos exculpatorios al servicio de los
ahora culpables.
La culpa, ya lo han apuntado, es de la ambición, pero quién es la
ambición, es solo una abstracción más en el ámbito de progreso en que
nos hallamos instalados. O es por el contrario el motor y principal mentor
del sistema económico político y social del que tan orgullosos nos
sentimos. Yo entiendo que sí, que lo es, vivimos en un mundo hecho a la
medida de la ambición y no de la razón. Es por ello que hace tiempo
elegimos entre lo natural y lo artificial, entre lo esencial y lo banal. Y
lo que es peor, hace mucho tiempo que militamos en la continua condena de
nuestra salud y la del planeta, en beneficio del sistema económico.
Puesto por ello en la balanza, la naturaleza y este bastardo concepto de
progreso, ésta se inclina con claridad en favor de este último. Una
fábrica vale más que un río, un puesto de trabajo más que el aire que
respiramos. Y ocurre así porque nuestro mundo ha perdido contacto con el
mundo natural, se ha superpuesto y sólo deja ver en el otro una fuente
inagotable de recursos.
No hay comunión con el medio natural al que pertenecemos, y del que
nos guste o no, dependemos. Ni tan siquiera respeto, el que sin duda se
merece, pues el creado por nosotros sostiene un espejismo, un sueño,
mientras que en el otro habita la única verdad que nos sustenta y
protege.
Lo sencillo ahora es rasgarse las vestiduras, poner el grito en el cielo;
lo arduo es reconocer que este camino por el que avanzamos sin equilibrio,
sin compasión, ni sentido ético o moral alguno, nos lleva necesariamente
a la autodestrucción.
La ambición es la peor de las epidemias que nos asolan, sin que nadie o
muy pocos hagan algo por denunciarla y combatirla.
Nuestro mundo de ensueño tiene sus contraindicaciones, una de ellas es
ésta, la de poder morir envenenados en cualquier momento, o momento a
momento, en beneficio del sistema que tanto bienestar nos depara.
Nos envenenamos, es cierto, pero cómo renegar de él, cuando en Africa
más de la mitad de la población está infectada de sida, se muere de
hambre, se aniquila en cruentas guerras civiles, y se pierden camino del
estrecho, del paso, que le de acceso a este mundo donde nos morimos de
hartazgo. Eso por no hablar de Asia o de América del Sur.
Nuestras vacas locas son anécdotas, cositas, que dice Aznar con esa
gracia fúnebre que le caracteriza y sin mayor profundidad intelectual.
Pero es cierto, lo de las vacas es una cosita comparado con la situación
del llamado tercer mundo. No podemos olvidar que ellos son tratados peor
que las mismas vacas, pues la harina que se les ofrece está manchada con
la sangre de sus hermanos. Nada de lo que le damos deja de ser mera
limosna que no paga ni una mínima parte de lo que un día le robamos. E
igual ocurre con los misiles de uranio empobrecido. Si nuestros soldados
se ven perjudicados, qué decir de los habitantes de esos pueblos que
fueron bombardeados con miles y miles de esos misiles.
No trato de justificar nada de lo que está ocurriendo, ni mucho menos, es
terrible, no hay duda, especialmente porque ello refleja la maldad
intrínseca a que nos conduce la ambición, cuando nos lleva a atentar
contra nosotros mismos. Si lo hacemos con nosotros qué no haremos con los
otros, por ello no puedo dejar de denunciar lo que es una realidad mucho
más cruel y terrible, como es el hecho de que miles de seres humanos sean
masacrados en aras y en beneficio de nuestro sistema económico. Sin que
puedan hacer más que correr a golpear en nuestras puertas, rogando que
les dejemos entrar. Enloquecidos por la harina contaminada del hambre, de
la guerra, de la enfermedad. A ellos no se les permite elegir, ni tan
siquiera claudicar y entregarse a la esclavitud, quien lo diría.
Sin embargo, no podemos ignorar que en Occidente, todos y cada uno de los
centros de producción tanto industrial como agraria o ganadera, están
llenas cuando no de autores, cómplices y encubridores, de testigos que
permanecen impasibles ante la ambición asesina que les rodea. Y en la
misma línea, diría aun más, todo cuando nos mata, sale de la mano del
hombre, de este hombre que se ha inventado un mundo del que se reserva el
derecho de admisión, y en el que todas las catástrofes vienen de su
mano. Cómo puede pues ese hombre reclamarse luego inocente. ∆
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