Y así nos
engañan y nos engañamos. La gente gasta la pasta en la marca, luego
llegan a casa y se encuentran con sus miserias, con su insignificancia,
con su vulgaridad. |
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¿NOS
MARCAN LAS MARCAS?
POR RAQUEL BUZNEGO (PSICOLOGA)
Cada vez
de forma más virulenta, no cabe la menor duda, así que no podemos
conducir cualquier coche a no ser que estemos por encima de críticas,
valoraciones y envidias, ni podemos vestir cualquier prenda, tampoco
podemos tomar cualquier bebida que nos apetezca, ni siquiera fumar
cualquier marca de cigarrillos.
Algunos estudios sociológicos demuestran que hay una tendencia general a
catalogar a las personas en función de aquello que consumen.
Así, por ejemplo, aquellos que conducen un Renault deben saber que tal
coche está asociado al esforzado trabajador que día a día lucha por
sobrevivir. La cosa cambia si uno conduce un Wolkswagen, especialmente si
es un Golf, es el coche del joven emprendedor. Lo mismo pasa con el Audi,
cualquiera que se precie no puede conformarse con menos, es sinónimo de
distinción y buen poder adquisitivo. El Mercedes es el coche que se
ajusta con precisión al hombre maduro, que además ha tenido y tiene
éxito en la vida.
Pero las cosas no quedan ahí, luego hay que ocuparse de las
combinaciones, no vayamos a fastidiarla y a calzar cualquier playero para
apretar el acelerador. Veamos, por tanto, que podemos hacer para completar
la elección porque de lo contrario desentonaremos y no hay peor cosa que
observar que quienes nos observan se muestran decepcionados.
Por tanto, si uno conduce un Mercedes no debe fumar, pongamos por caso, LM
o Fortuna, sería una ordinariez, debe fumar Winston. El propietario de un
BMW va asociado, según los estudios, a Malboro, el genuino rubio
americano, adecuado para quienes disfrutan de la vida y pasan de productos
light. Ducados queda para el macho ibérico, para el hombre que desee
destacar, por encima de cualquier pertenencia material, su virilidad.
Tampoco debemos desentonar con aquello que pidamos en la barra de un bar,
así si uno quiere manifestar seriedad y acomodado nivel económico debe
pedir, por ejemplo, un Ballantine's, en cambio si se quiere manifestar que
se está en onda, en la movida, deberá pedir un Cutty Sark. Y no
cometamos la vulgaridad de pedirlo de cualquier manera, hay que saber
pronunciar de forma correcta y ponerle la precisa entonación.
Pero si uno pasa de todo, porque está por encima de estos prejuicios,
puede beber Dyc porque es precisamente el whisky de quienes tienen
personalidad, ya lo dice el eslogan: "Gente sin complejos".
Para quienes no beben alcohol también hay formas de ser diferente. No se
puede beber una Coca-cola, es la igualdad embotellada, lo hace todo el
mundo. Un vaso en la mano de tal refresco no dice nada de nada de quien lo
sustenta, en cambio Kas marca algo más, ha perdido su condición de
bebida de chiringo y se asocia a los jóvenes de cierto éxito.
¡Ah!, con la ropa tampoco uno se puede descuidar, no vaya a ser que a
alguien se le ocurra conducir un Golf y portar cualquier prenda de
rastrillo, no estaría bien visto y mermaría la singularidad que le
confiere el auto, en estos casos iría muy bien un diseño, pongamos por
caso, de Caramelo, menos nada.
La publicidad dota a las marcas de una imagen mágica, la imagen del
éxito, de la seducción, del encanto y así la gente cae en sus garras
sintiéndose poseedores de un status que ni por asomo les pertenece.
¡Qué pena! No se dan cuenta que el status, el encanto, la formación y
la seducción se notan, ya mismo, en la forma de desenvolverse, de hablar
y hasta de mirar y es que quien necesita las marcas para valorarse es
porque en el fondo piensa que no vale nada.
¿Habéis escuchado alguna vez frases como las siguientes?: "Dejé el
abrigo en el Mercedes" o "Se me olvidó el móvil en la Baubour".
Lo correcto sería decir:"Dejé el abrigo en el coche" o
"Se me olvidó el móvil en la trenka". Da risa y también pena,
cada vez que escucho semejantes estupideces se me revuelve el estómago.
¡Qué sociedad! tan pobre, tan idiotizada, tan manipulada.
Y así nos engañan y nos engañamos. La gente gasta la pasta en la marca,
luego llegan a casa y se encuentran con sus miserias, con su
insignificancia, con su vulgaridad.
Han hecho de su vida una farsa, un teatro, un querer parecer y al final no
han encontrado en ello ni siquiera un soplo de felicidad.
Les vendieron el éxito embotellado y se encontraron con la mediocridad de
quienes se dejaron manipular.
¡Qué paradoja!. ∆
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