Mucha
independencia económica, mucha libertad sexual, y al final lo único que
ocupa la mente de esa mujer es cazar un marido. Todo un siglo de
revoluciones para esto.
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YO NO SOY BRIDGET JONES
POR ELENA F. VISPO
Se
acuerdan de aquella canción que decía "Yo no me llamo Manuel"?
Pues a mí me pasa lo mismo con Bridget Jones, ese personaje literario de
Helen Fielding que aún pueden ver en los cines. No he visto la película
porque el libro me quitó las ganas: fui buscando un ágil e irónico
retrato sociológico de la mujer moderna e independiente de finales de los
noventa y me encontré con un culebrón en la línea de Corín Tellado
(con todos mis respetos). Bridget es una treintañera ejecutiva,
obsesionada con los kilos de más, que vive permanentemente frustrada
porque no consigue un novio. A ella le gusta su jefe, que es un chulo y un
prepotente y por lo tanto irresistible. En cambio, su madre le ha buscado
a un abogado de éxito, soso y con mal gusto en el vestir, al que Bridget
detesta desde el primer momento pero que resulta ser el hombre de su vida.
Si esto no es un culebrón decimonónico, venga Dios y lo vea.
Bridget, en un alarde de intelectualidad, escribe un diario. Pero no un
diario de los de toda la vida, en los que una intenta ordenar un poco su
mundo interior y exterior. No. Lo que podría ser un intento de
introspección se convierte en una insulsa lista de calorías, nicotina y
copas. Vamos, que todo atisbo de pensamiento trascendental se reduce a la
importante decisión de usar bragas de algodón o tangas.
No es que la heroína tenga mucho de especial: vive sola, trabaja en una
oficina, tiene una madre un pelín pesada y el inevitable amigo gay que
toda mujer moderna necesita. En esa supuesta normalidad se escuda el
fenómeno Bridget Jones: en que todas podríamos ser ella. Así que se nos
ha colgado el sambenito del esperpento, una colección de tics nerviosos y
neuras varias que nos impiden razonar con coherencia. Bridget es una
histérica, lleva un desastre de vida y encima es encantadora precisamente
por eso.
Además, padece un miedo compulsivo a la soledad y a tomar sus propias
decisiones. Mucha independencia económica, mucha libertad sexual, y al
final lo único que ocupa su mente es cazar un marido. Coño. Todo un
siglo de revoluciones sociales y sexuales para que venga una pseudo-moderna
a vender un modelo de mujer que parece la prima de Laura Engels (la de La
casa de la pradera, sí). Visto el panorama, tengo varias cosas que decir:
Primera: la protagonista de El diario de Bridget Jones en el cine,
Renée Zellweger, ha ganado diez kilos para este papel. Pero yo no he
visto una sola imagen en la que parezca gorda, así que ¿cómo estaba
esta chica antes? ¿Por qué cuando sale una persona normal en la pantalla
aparece obsesionada por adelgazar?
Segunda: ¿Por qué venden como revolucionario lo que es de un
conservadurismo brutal? Bridget se pasa la vida frustrada por no poder ser
la perfecta hija, esposa y madre, y todo para terminar en boda con el
príncipe azul.
Tercera: ¿Por qué hemos tenido que importar a esa mujer? Bridget es un
fenómeno puramente inglés, que se las apañen ellos.
Cuarta: Que el libro de Helen Fielding se ha convertido en un fenómeno
social es innegable, lo que quiere decir que si la gente lo compra, por
algo será. ¿Por qué tantas mujeres se identifican con Bridget? ¿Es que
la rara soy yo?
Quinta: Esa normalidad es muy discutible. Yo podría escribir La agenda
de Ana González, la apasionante historia de una reponedora de
supermercado que no se come una rosca porque hace números para llegar a
fin de mes y no tiene tiempo para la vida social. Igual acertaba más que
la Fielding y me sacaba una pasta.
Y final: Es cierto que se pasa un buen rato con el libro. Tiene detalles
divertidos -por ejemplo, cuando Bridget se pregunta por qué las mujeres
abren la boca cuando se echan el rímmel: la vida misma-. Pero poco más.
Si me lo presentan como divertimento es intrascendente; pero si me lo
ponen de modelo es denigrante. Me niego a creer que ésa sea la mujer del
nuevo siglo.
Así que, como en el chiste: ¿hay alguien más? ∆
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