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FEMENINO PLURAL

 

A las niñas de nuestras escuelas se les enseña que deben ser listas, guapas y calladas; que su mejor baza es la maternidad conforme, pero que un cuerpo virginal es un buen arma en la guerra de los sexos (y un peligro en ciertas calles oscuras).

PRISIONES DE HUESOS
POR MARTA F. MORALES

Uno de los problemas "femeninos" del ya caduco siglo XX que se adivina vivo y coleando en este reciente XXI es el de la anorexia. Esa obsesión enfermiza por la delgadez, por la belleza de mujer entendida casi como transparencia, que tanto parece preocupar a la comunidad médica y a los padres y madres aterrados ante la lenta agonía de sus hijas dentro de las jaulas de sus menudos cuerpos. La pregunta ahora, aparte de cómo solucionarlo, es ¿por qué las mujeres? ¿Por qué más del 90% de los casos de anorexia (y bulimia, su hermana en los diagnósticos) se detectan en chicas? Echando la vista atrás podemos encontrar los primeros casos de lo que aún no se reconocía como anorexia en las santas y mártires de la iglesia católica. Dicen las historiadoras que mujeres como Santa Catalina de Siena o nuestra ilustre Santa Teresa sufrían de anorexia aguda, con síntomas como la ausencia de menstruación, la casi desaparición de las curvas de sus pechos y caderas y, evidentemente, una delgadez extrema. Para estas santas mujeres, negarse a comer y sentir el dolor de la enfermedad parece haber sido una forma más del martirio que las ha llevado a los altares. Los padres de la iglesia, en su enorme y masculina sabiduría, empezaron ya a premiar el sufrimiento femenino y la anulación de cualquier atisbo de sexualidad en los cuerpos de sus santas.
Pero las adolescentes que hoy en día nos rodean no parecen, en su mayoría, tener la más mínima ambición de llegar a santas. Podríamos entonces pensar que la razón de su empeño en ayunar es la de esas otras mujeres que, como algunas heroínas literarias o ciertas activistas políticas, utilizaron la negativa a comer como forma de protesta ante las normas de una sociedad que oprime el cuerpo femenino desde todos los frentes. Convertir las curvas en rectas o borrar los pechos del mapa de sus geografías físicas era, para las que se veían privadas del don de la palabra en un sistema hecho por y para hombres, su forma más radical de gritar contra las reglas. ¿Nos queréis delgadas? Lo seremos hasta el límite. ¿Deseáis controlar nuestros cuerpos? Nosotras tendremos el control, decidiremos si comer o no, si vivir en vuestro mundo o morir de hambre en libertad. Las niñas demacradas que andan por nuestras calles y hospitales, en general, no tienen tampoco visos de ser rebeldes más allá de lo normal en la adolescencia. Son mujeres sin terminar que muestran en sus cuerpos toda la presión social de un papel contradictorio. A las niñas de nuestras escuelas se les enseña que deben ser listas, guapas y calladas; que su mejor baza es la maternidad conforme, pero que un cuerpo virginal es un buen arma en la guerra de los sexos (y un peligro en ciertas calles oscuras). A las que serán nuestras mujeres se les dice que deben parecerse a, ser igual que, andar como... aprenden a ser reflejos, y el espejo se convierte en su peor enemigo. La imagen de una anoréxica tipo es, según la medicina, la de una adolescente occidental estudiosa, perfeccionista, sin conflictos visibles, de clase media alta y con la autoestima bajo mínimos. Las razones del comportamiento autodestructivo de estas chicas -que van para estupendas pero se quedan en enfermas- son varias, y poco tienen que ver con el martirio o la rebelión política. Hoy se habla de insatisfacción con el propio cuerpo (¿con quién se las enseña a compararse?), de búsqueda de la perfección (¿quién decide lo que es ser perfecta?), de sensación de control sobre la propia anatomía (tal vez el poder de matarse no es tan bueno). Se culpa a una sociedad de consumo que empuja a las mujeres a adquirir productos dietéticos, a comprar revistas con modelos imposibles, a gastar dinero en tiendas de ropa para maniquíes inhumanos, a mantenerse jóvenes para siempre... Para lograr sus objetivos las jóvenes se remiran viendo grasas que no están, pasan horas en los gimnasios quemando lo que ya no les queda, se niegan a comer, compran, leen, miran escaparates, y se roban a sí mismas cualquier atisbo de madurez, incluso el de la propia sangre de mujer. Ante este escenario no se trata de criticar a quienes luchan por reconciliarse con su imagen incluso hasta la muerte. Se trata más bien de echar una mirada al mundo adulto al que enviamos a las niñas a diario. De pensar dos veces en qué cuentos les hemos contado, qué modelos han tenido, si se les ha dicho alguna vez que son hermosas sólo por existir... Se trata ahora de reflexionar sobre si se les ha enseñado a apreciarse por lo que son, y no por lo que parecen, si alguien se ha atrevido a sugerirles que pasar de los 40 (kilos o años, es igual) no implica haber perdido el poder de enamorar, que comer es un placer que no deben negarse o que amar el propio cuerpo es tan bello como desear el de otra persona. Se trata de que, si no hacemos algo pronto, nuestras calles se seguirán llenando de niñas etéreas sin sonrisa encerradas en prisiones de huesos y dolor. ∆

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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