La globalización
debería empezar por una palabra y no por un dólar. Si aquello que nos
homogeneiza es una moneda, nada habremos construido que no termine siendo
un negocio. |
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LENGUAJE Y GLOBALIZACION
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Para
avanzar socialmente, hace falta algo más que caminar. Necesitamos pensar,
imaginar. En una palabra, crear. Y el pensamiento se expresa a través del
lenguaje. Se puede afirmar por lo tanto, que es vital para la proyección
del pensamiento humano. Y que éste ha de contener por lo mismo una clave
de signos tan ricos y flexibles que le permitan expandirse hasta allí
donde demande la complejidad del pensamiento.
Una vez hemos elaborado un pensamiento y plasmado en un papel, a través
de la escritura, o tenemos la oportunidad de hacer uso de la palabra, nos
damos cuenta de la necesidad de que el instrumento necesario, es decir, el
lenguaje ha de ser cada vez más plural y homogéneo. Universal a poder
ser.
El mundo será mejor cuando todos pronunciemos con los mismos vocablos
solidaridad y tolerancia. Y será así, porque ese día, sabremos y
haremos saber a los demás, que nuestro pensamiento es uno, uno en lo
básico y esencial, en aquello que supone una conquista irrenunciable,
desde donde partir en la ardua tarea de seguir construyendo nuevos
conceptos válidos a toda la humanidad.
La globalización debería empezar por una palabra y no por un dólar. Si
aquello que nos homogeneiza es una moneda, nada habremos construido que no
termine siendo un negocio.
La moneda simboliza la explotación, la depredación, la pérdida de
valores, la ruina ética y estética del ser humano. La palabra por el
contrario, representa al pensamiento, a la búsqueda de valores, al
crecimiento espiritual, ético y hasta estético del ser humano. No
importa que los tratados de comercio se hayan voceado y escrito, al igual
que los discursos humanistas y filantrópicos. La palabra es, ha sido, y
tal vez seguirá siendo, rehén de la moneda y su maldito espíritu, la
ambición. Ambición que se impone a la gran virtud y verdadero espíritu
de la palabra, la imaginación.
Por todo ello, me creo en la obligación de decir en alto que mienten
aquellos que dicen que tal lengua por tribal y antigua que sea, ha de
conservarse e imponerse a cualquier precio. Incorporándola a un mundo que
debería ir en pos de la universalidad, del explícito convencimiento de
que todos al margen de nuestra ubicación geográfica, cultural e
idiomática, no somos sino seres humanos, con los mismos derechos y
obligaciones, especialmente en lo relativo a la conservación del planeta
donde vivimos.
Hoy hemos hecho de la palabra moneda, con la que abrimos nuevas fronteras.
Con la que discriminamos e ignoramos a los demás. Y lo hemos hecho,
quiero pensar, por temor y una pizca de ignorancia. Sería terrible que lo
hiciésemos con la clara voluntad de discriminar e ignorar, en una
palabra, de desoírnos.
La lengua, no es como dije, lo esencial, lo esencial es el pensamiento,
él es quien marca el valor y la universalidad al concepto. Por ello hoy
como siempre tenemos la obligación de imponer el pensamiento por encima
de la lengua, para hacer de la palabra lo que realmente es, un medio de
comunicación, de relación.
El poder económico se opone a ello ferozmente. Y lo hace porque sabe que
el pensamiento con mayúsculas, cuando cae bajo el yugo de babel en que
vivimos, está condenado a perderse, a minimizarse, a repetirse en un
mundo sin eco donde por no tener una lengua común, los hombres a menudo
se matan por transmitir y hacer entender a los demás pensamientos
semejantes a los suyos. El pensamiento es siempre más importante que la
lengua. La comunicación nuestra única esperanza. La moneda levanta para
evitar ese bendito tránsito, barreras donde la lengua, el dialecto, la
cultura, la patria, la nación, dios y todo cuanto hemos establecido para
ignorarnos sin remordimiento, sea fuerte, tanto que moldee el caudal de
pensamiento, haciéndolo único y particular como lo es cualquier feudo.
El ser humano ha mostrado desde el principio de los tiempos, inclinación
a imponerse a los demás, y lo ha hecho siempre movido por la ambición.
Por ello hemos colonizado y subyugado a la mitad de la población del
mundo. Bajo el pretexto de inculcarles nuestra lengua, nuestras
costumbres, nuestra religión, en definitiva, nuestra distorsionada y
suprema condición de raza. Sin querer entender que la única originalidad
que nos adorna y de la única que podemos hacer gala es la que nace del
pensamiento fraternal. Que todos los demás rasgos antropológicos, vienen
dados por el medio natural en que vivimos. Los emparejamientos más o
menos endogámicos, la configuración geográfica, la fauna y la flora, y
finalmente el clima, son el martillo y cincel que da forma a la raza.
Los hombres tenemos en una lengua común, la única esperanza de avanzar
de forma equilibrada y justa hacia un auténtico hermanamiento, en el que
el pensamiento y su herramienta, la palabra, alumbren un nuevo tiempo de
verdadera esperanza. ∆
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