Horario de verano: Si
cuando llegan las tres son las dos, el reloj se atrasa y tenemos que
contar una hora menos, porque para dormir ocho horas es como si
durmiéramos nueve. ¿No? |
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UN AÑO MAS (SEGUNDA
PARTE)
POR ELENA F. VISPO
Tal y
como decía el mes pasado, año tras año me reafirmo en que agendas y
almanaques están dispuestos de un modo totalmente arbitrario o, aún
peor, caduco. Vivimos en un sin sentido.
En julio, que se supone que hace buen tiempo, se abre la veda general de
las vacaciones de verano. España entera (con sus honrosas excepciones) se
lanza en busca del tiempo perdido intentando dormir por todo lo que no se
pudo, ligar lo que no se pudo, beber, comer, jugar al mus, tomar el sol y,
sobre todo, tener algo que contar al volver al trabajo. Aunque esto dura
todos los meses de verano; lo que pasa concretamente en julio es San
Fermín, que es cuando sueltan a los toros por la calle a ver si pillan a
alguien, normalmente extranjero. También tenemos el día de San Lorenzo
de Brindis, invitando al consumo responsable y falta lo más gordo, la
fiesta grande: 25 de julio, Santiago Apóstol, Patrón de España.
Entonces Fraga, el Rey y la plana mayor del nacional-catolicismo, se van a
ver el botafumeiro y a rogarle al Santo que arregle todos los problemas
que ellos no han solucionado.
En agosto no pasa nada. Pero nada. Se ralentiza el pulso del planeta, cual
reptil dormitando al sol. Debido a esa falta de noticias los periódicos
adelgazan, las crónicas rosas engordan y tiene que venir Maruja Torres a
salvarnos del suicidio intelectual. Gracias a la sequía informativa, los
políticos se pueden ir de vacaciones, y sólo salen de su retiro para
aprobar todas las leyes impopulares que no han podido sacar el resto del
año. ¿Se imaginan a doscientas mil personas en la Gran Vía madrileña
una tarde de agosto a eso de las cinco, con cuarenta grados a la sombra,
protestando por lo que sea? ¿No? Pues yo tampoco, así que ya pueden
legalizar la silla eléctrica, que aquí no se mueve nadie. Por no haber,
no hay ni santos interesantes (más que el mío, 18 de agosto, gracias).
Hombre, está San Ramón Nonato, qué se puede decir.
En septiembre empieza el cole, las colecciones en los quioscos y además
es el mes de Nuestra Señora: el día nueve toca la Natividad, el diez cae
Nuestra Señora de las Maravillas, el once Nuestra Señora de la Santa
Cueva, patrona de los pescadores de congrios; más adelante celebramos
Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de la Merced. De todo
esto deduzco que la buena mujer no para quieta, porque todo el año anda
haciendo cosas: nuestra señora de esto, nuestra señora de aquello. El
muestrario es amplio, pero para no ser monotemáticos diré que en este
mes hay que recordar la Exaltación de la Santa Cruz (!) y la festividad
de los santos Miguel, Gabriel y Rafael, que me da la impresión de que en
el cielo vienen a ser como Jaimito, Jorgito y Juanito.
En octubre hay una fecha que me parece muy bien: los Ángeles Custodios,
porque con la vida moderna les damos una caña a los pobrecitos, que no
sé cómo no hay más que piden la baja por estrés. Qué menos que
dedicarles un día. Luego viene el Pilar, que inaugura la temporada de
puentes, acueductos y, en fin, días festivos y accidentes en carretera.
También cambia el horario de verano, dicen que para ahorrar luz, aunque
yo creo que es un retorcido método para torturar a los mayores y a los
insomnes, que tardan semanas en adaptarse al nuevo horario. Sea como sea,
la discusión no nos la quita nadie: como cambiamos el reloj dormimos una
hora más ¿o es una hora menos? Según una lógica evidente, si cuando
llegan las tres son las dos, el reloj se atrasa y de ese modo tenemos que
contar una hora menos, porque para dormir ocho horas es como si
durmiéramos nueve. ¿No?
Como 365 días no llegan para agasajar a todos los santos que en el mundo
han sido, se dedica una única fecha para liquidarlos a todos de un
plumazo, que resulta ser el uno de noviembre. Estas son fechas macabras,
porque luego está el día de difuntos y además por el medio está
Halloween, fiesta pagana importada de USA, que hace que te encuentres a
vampiros y zombis comiendo calabazas por la calle. Y no digamos nada de
los huesos de santo, que son producto de la tierra y no les podemos echar
la culpa a los yankis. Por pasar, pasan muchas cosas: el 24 es Santa
Flora, pero curiosamente el día después es San Mauricio y no Santa
Fauna, como mandaría la lógica. Y también tenemos a Nuestra Señora de
la Medalla Milagrosa, ya he dicho que esta buena mujer no duerme.
Diciembre, más allá del fenómeno navideño, despide el año con dos
fechas reseñables: Nuestra Señora de la Esperanza, para mirar al nuevo
ciclo con buenos ojos; y los Santos Inocentes, porque al picar en las
putaditas de los amigos confirmamos que, milagrosamente, aún tenemos un
restito de ingenuidad. Lo que nos permite, pese al absurdo cotidiano,
descubrir que cada día puede ser una aventura. Aunque no haya por donde
coger el calendario, que no ha variado desde la época de Justiniano, el
día a día tiene su atractivo.
Propongo encomendar el 2001 a Nuestra Señora de los Imprevistos. A ver si
es verdad que no descansa. ∆
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