Ocurre, eso sí,
que nos empeñamos en ser algo especial, incomunicado, encerrado en sí
mismo, a través de un individualismo feroz, sin darnos cuenta que sin los
demás no somos nada, que nuestra grandeza radica en ellos y no en
nosotros mismos. |
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LA IGUALDAD DEL POETA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Fernando Pessoa pone en pluma de su heterónimo poeta, Caeiro, los
siguientes versos "porque yo soy del tamaño de lo que veo/ y no del
tamaño de mi estatura..."
Versos estos que me invitan a pensar que la grandeza de uno mismo no
reside, como puede parecer, en mirar altanero, ni en transformar la
pulsión que nos transmiten los sentidos a la imagen y semejanza de
aquellas que reflejan nuestras filias o fobias, sino en fundirse en ella y
ser aquello que sentimos, sin pretensión de colonizarlo, sino de darnos.
Nada nos iguala más que sentir que todo cuanto nos rodea no nos es ajeno,
sino que es tanto nosotros como nosotros somos él. Si fuésemos capaces
de sentirlo así, veríamos que efectivamente todo es de nuestro tamaño,
en cuanto nosotros somos él, y somos grandes en su grandeza, o diminutos
en diminuta esencia, o ingrávidos y sutiles en la ingrávida sutileza de
su ser. Porque ser lo que sentimos es tanto como reconocer que somos parte
de todo y con todo compartimos.
El hombre es la medida de todas las cosas, proclamó el sofista
Protágoras, puede ser, pero a mí me gusta más ser del tamaño de todas
las cosas, que la medida dogmática y tirana de aquello que me rodea. La
primera implica tallar su valía tomando como referencia la propia. La
otra no busca delimitar, ni contar, ni pesar, sólo compartir. Ser en el
ser de la mariposa y también en el del león. Ser estrella en la
estrella, lisiado en el lisiado, anciano en el anciano, niño en el niño,
río en el río, mar en el mar. Significa la confluencia total y la plena
integración en la corriente espiritual que nos anima a todos en este
planeta.
Ser del tamaño de lo que vemos es tenerlo todo sin tener nada, y obtener
por ello todo el consuelo y toda la pena que no es necesaria para vivir, y
también toda la alegría y toda la ternura con que alentar vida.
Ser lo que sientes sin intromisión metafísica, sin magia, sin
intervención divina. Ser en el ser que somos todos, comulgar con todos en
la mirada que busca identificarse con todo sin excluir ni rechazar nada.
Si tomase de aquello que sentimos, la disposición de ser con él, sería
todo mucho más fácil, más sencillo y fraternal. No habría necesidad de
tantos tratados de tolerancia, ni propósito de solidaridad. Seríamos el
que sufre y el que ríe, y no habría salvación que no fuera nuestra
propia salvación. Seríamos justos y buenos porque al serlo con los
demás lo seríamos con nosotros mismos. Si todo se dispusiese bajo esta
premisa, la utopía se haría realidad, seríamos iguales en el más libre
de los términos, pues no habría necesidad de homogeneizar, sino que todo
podría mantener incólume su heterogénea conciencia de ser.
De la bondad de este pensamiento nos habla con toda claridad ese pequeño
esfuerzo que en tal sentido realizamos cuando antes de criticar o castigar
a alguien hacemos el esfuerzo de ponernos en su lugar. Cuando en vez de
apartarnos de él, de ignorarlo o contrastarlo con nuestra íntima
convicción de lo que entendemos que debiera ser, no hacemos sino intentar
aproximarnos a él, para entenderlo y atender a sus razones. Si cuando
recurrimos a esta sana costumbre observamos de inmediato su bondad, cabe
preguntarse, qué efecto produciría en nosotros el hecho de que él fuera
en nosotros y nosotros en él.
Ser del tamaño de lo que sientes no es sino un humilde ejercicio de
comunicación profunda, que va más allá de la mera tolerancia, puesto
que la tolerancia nace, aún cuando no se pretenda, de un sentimiento de
superioridad. En cuanto que ese elevado y sutil ejercicio de comunicación
ensambla con algo mucho más profundo, como es la propia esencia y
esencial vibración espiritual que habita y emana de todas las que puebla
el planeta. Algo que está casi siempre por encima de nuestro propio
entendimiento, y que percibimos como una indefinida pero agradable
sensación que nos invita a ser en todo y con todo cuanto nos rodea.
Somos más sensitivos que pensantes, y es por ello que debemos sublimar
los sentidos, pues son ellos quienes conforman el pensamiento, quienes
tienen de verdad capacidad de mostrarnos la verdadera esencia de las
cosas. Una mirada, una caricia, la percepción de un sonido o de un olor
nos dan las más sutiles claves de las cosas, y de las que más tarde
extraemos un pobre pensamiento, en muchas ocasiones, un mero nombre. Y
somos así, no por capricho o error, sino porque nuestro principio y fin
no es individual sino colectivo, porque no somos sino parte de un todo que
nos contiene a todos y es él en todos y por todos.
Ocurre, eso sí, que nos empeñamos en ser algo especial, incomunicado,
encerrado en sí mismo, a través de un individualismo feroz, sin darnos
cuenta que sin los demás no somos nada, que nuestra grandeza radica en
ellos y no en nosotros mismos. Como decía el gran poeta J.A.Goytisolo
"un hombre solo, una mujer,/ así tomados, de uno en uno,/ son como
polvo, no son nada,/ no son nada". Pero a nosotros esa sensación nos
produce pena y rabia, y olvidamos, que como también decía él, tendremos
amigos, tendremos amores, tendremos en definitiva a los demás para ser de
su tamaño y ser así gigantes. ∆ |