Todo el calendario está
lleno de imprecisiones, que se perpetúan año tras año. A ver, si el 23
de enero es San Ildefonso, ¿cómo es que el sorteo es un mes antes? |
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UN AÑO MAS (PRIMERA PARTE)
POR ELENA F. VISPO
Ya
estamos otra vez con el año a vueltas. Entre la agenda nueva y las
decenas de calendarios que me han regalado en el supermercado, ya estoy
lista para afrontar los 365 días que se avecinan. Tener un calendario
está bien, porque aunque al tiempo le da igual cómo lo llames, hay que
tener un criterio común para poder vivir con la gente. Pero la pregunta
es: ¿Cómo hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en algo que no tiene
ni pies ni cabeza? El calendario es un timo, los días están puestos al
grelo, sin sentido, y esto pasa todos los años sin que nadie lo denuncie.
Tomemos por ejemplo lo que acaba de pasar: las Navidades. El pasado ocho
de diciembre fue la Inmaculada Concepción. Es festivo y forma parte del
llamado Puente de la Constitución -cuya concepción no fue precisamente
inmaculada, pero vamos tirando-. Según tengo entendido, lo del 8 de
diciembre viene de que un ángel se le apareció a María y le dijo que
iba a tener un chaval, pero que de sexo, nada.
Pues lo que pasa con este tema es que la gente se ha centrado demasiado en
el tema sexual. Se ha perdido mucho tiempo, siglos incluso, discutiendo
que si María tenía la membranita en su sitio o no la tenía. Y eso no es
lo importante, porque si te fijas bien, lo increíble, lo verdaderamente
milagroso, está en las fechas. Si el crío se engendró el día ocho,
¿cómo se explica que el parto fuera el 24? Y otra cosa más: con el
frío que hace en diciembre, ¿por qué tuvieron que esperar trece días
en aquel pesebre desolado hasta que llegaron los Reyes Magos?
Todo el calendario está lleno de imprecisiones, que se perpetúan año
tras año. A ver, si el 23 de enero es San Ildefonso, ¿cómo es que el
sorteo es un mes antes? ¿Y por qué se celebran cosas que al final nunca
pasan? El dos de febrero es la Presentación del Señor, pero yo ese día
estoy al loro y a mí nadie me lo ha presentado formalmente.
El día diez es Santa Escolástica, la que inventó la escuela, con lo
cual este mes es muy académico, porque además el 22 se celebra la
Cátedra de San Pedro, que se convirtió así en el precursor de la
universidad. Y no olvidemos que el 17 es el día de los Siete Santos
Fundadores, que mi agenda no dice qué fundaron, pero como eran siete tuvo
que ser muy gordo.
Casi sin darnos cuenta llega el Carnaval, la juerga que nos metemos antes
de la Cuaresma, que es cuando no se puede comer carne los viernes. Eso en
principio, porque con las vacas locas y demás no se va a poder comer
carne ningún día del año, para regocijo de la Comisión Episcopal.
Después de Carnaval viene el entierro de la sardina, lo que quiere decir
que como la carne está prohibida hay que dejar la sardina -el cilindrín,
la pistola, la pirulina o como se quiera llamar- como muerta. Volvemos a
lo mismo: nada de sexo. Pero yo no sé muy bien a qué atenerme, porque lo
primero que nos encontramos después del sepelio es el miércoles de
ceniza, con el sugerente eslogan de polvo eres y en polvo te
convertirás.
Enseguida viene la Semana Santa, pero por el medio está la Anunciación
del Señor. Esto me provoca profundas dudas, porque no sé por qué lo
anuncian si ya lo habían presentado hace dos meses. El plato fuerte, sin
duda, empieza el Jueves Santo, con la peña descalza por la calle dándose
de latigazos. En eso se nota que somos un país civilizado, porque en
otros la función de dar leña la tiene la policía, mientras que nosotros
lo hacemos directamente para ahorrarles trabajo.
Las esculturas salen de paseo por la calle, la gente grita y llora, y
también hay tamborileros, como en Navidad. Se celebra que Jesús murió
en la cruz para salvar al mundo. Por eso digo yo que si alguien se cree
esta historia, lo lógico sería agradecerle el sacrificio haciendo un
poco de caso a lo que decía, en vez de regodearse en los detalles
morbosos de la crucifixión. Es que hay sitios en los que no se distingue
el Viernes Santo de Viernes 13.
Mayo es uno de mis meses favoritos. En mayo empieza a salir el sol, aunque
dice mi abuela que no te puedes fiar, que los catarros son traicioneros y
que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Es el mes de las
flores y el mes de María. Un mes apasionante. El día uno es la Fiesta
del Trabajo y se celebra, evidentemente, sin ir a trabajar. Porque estamos
en España, que si fuéramos japoneses otro gallo nos cantara. El 27 es
San Agustín de Canterbury, el de los cuentos. Y el 31 es la Visitación
de la Virgen María, que digo yo que la pobre mujer vivía aterrorizada,
porque cada vez que iba a verla alguien le pasaba una movida: la
Anunciación, la Concepción, la Visitación, la Ascensión; esta última
el uno de junio, no apta para los que sufren de vértigo.
Luego está también Pentecostés, cuando se inventaron los traductores
simultáneos; y el Corpus, que es cuando los niños hacen la primera
comunión vestidos de marinerito o de muñeca repollo. Lo que yo diga: el
año está lleno de fechas entrañables que no vienen a cuento. Y eso que
sólo hemos llegado hasta junio. ∆
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