Las definiciones nos
escoltan por el mundo, nos agrupan en conjuntos, nos presentan en sociedad,
nos hacen enorgullecernos de lo que somos o esconder la cabeza bajo tierra
para tratar de ocultar aquello en lo que nos hemos convertido. Parece que
nos dan carácter, pero en realidad nos esclavizan. |
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LA INVITACION
POR CAROLINA FERNANDEZ
Una
mosca nace mosca y muere mosca. Una rata nace rata y muere rata. Lo mismo
puede decirse de un caballo, y la cosa no cambia para las ballenas, las
amebas, los gatos, las cebras, los mosquitos, las arañas. Incluso un
langostino por mucho que se esfuerce en superarse a sí mismo, mal que le
pese pasará al otro barrio instalado sin remedio en su condición de
langostino. Descanse en paz. Pero en cuanto llegamos al ser humano cambia
la cosa. Cuando uno nace, le ponen en las manos un catálogo para que,
poco a poco, sin prisa pero sin pausa, a medida que crezca y ocupe su
puesto en el mundo, vaya eligiendo lo que quiere ser. Son una especie de
páginas amarillas en las que se resumen todas las cosas en las que uno
puede convertirse. Esas, y no otras. Así cada uno va construyendo su
propio puzzle, cogiendo piezas de aquí y de allá, componiéndose a sí
mismo a base de los retales que la vida le va poniendo delante. Algunas
piezas las elige; otras se las meten por los ojos; otras se le suponen y
otras supongo yo que se adhieren a la propia piel durante el camino y en
un momento ya forman parte de la maleta de cada uno, así, casi sin darse
cuenta. Al final, cada uno de nosotros se convierte en una tortilla
paisana: todo cabe y todo se mezcla, y el resultado no nos parece del todo
mal. Cosas peores se ven por el mundo, pensamos, tontos de nosotros.
De esa forma, y con el paso del tiempo, uno acaba haciéndose egoísta,
malpensado, bondadoso, facha, progre, tímido, deslenguado, del Barça,
generoso, vago, ordenado, intelectualoide, nacionalista, el rey del mambo,
dubitativo, acomplejado, tirano, analítico, descarado, impenetrable,
pasota, sentimental, desconfiado, esnob, guarrete, meticuloso, inseguro,
individualista, taciturno, blandengue, agrio, charlatán, impulsivo,
hijoputa, honrado, recto, retorcido, superretorcido, paranoico, violento,
pacifista, mentiroso... Uno se agarra a una definición como a un hierro
ardiendo. La definición le hace a uno ser algo en la vida. Proporciona
una identidad. El hecho de que sea igual a la de miles de otras personas
es un detalle que nos parece insignificante, lo que importa es tener una
identidad al fin y al cabo. No es original, de acuerdo, pero peor sería
ser langostino, ¿o no? Un cretino se siente orgulloso de su condición,
porque le une a otros muchos que se han anotado en ese mismo apartado del
catálogo, queriendo ingenuamente ser alguien en la vida, alguien que pisa
fuerte. Y los muy cretinos se estancaron en la C. Hay, por ejemplo, quien
se apunta a un equipo de fútbol y construye su vida entera alrededor de
lo que debería ser una circunstancia coyuntural, una anécdota. Se
convierte en Fulano, el Forofo con mayúsculas. O quien en un momento
determinado se hace desconfiado y se pasa el resto de su vida recelando de
los demás, incapaz de desembarazarse de esa ojeriza que le envenena la
vida. O es un imbécil convencido de que la madre naturaleza le ha dotado
de esa gran virtud, y la luce por el mundo con el orgullo y salero que da
la ignorancia.
La cuestión es que el ser humano tiene tantas posibilidades de ser,
tantos caminos abiertos, que en el último momento le da el vértigo y se
agarra con terquedad al catálogo oficial, sin aventurarse a investigar
fuera del índice. Se apunta a lo primero que se le pone por delante. Al
menos una cosa está clara, y es que necesitamos ser. Ser algo, lo que
sea, pero ser.
Y así uno se acostumbra a todo, sobre todo a convivir con uno mismo y
a disculparse las mediocridades con el argumento de que "serán
mediocres, pero son mías". Las definiciones nos escoltan por el
mundo, nos agrupan en conjuntos, nos presentan en sociedad, nos hacen
enorgullecernos de lo que somos o esconder la cabeza bajo tierra para
tratar de ocultar aquello en lo que nos hemos convertido. Parece que nos
dan carácter, pero en realidad nos esclavizan, ciñéndonos a una
pequeña parte de todas las posibilidades que tenemos para ser. Es como
querer convencernos a nosotros mismos de que viajar por agencia, con guía
y sin bajar del autobús, es el súmmum de la aventura.
Lo que tiene más miga es atreverse a reconocer que todo son murallas
que nos aíslan del ojo del huracán que somos nosotros mismos. A lo mejor
el 2.001, el Año nuevo, el nuevo Siglo, trae consigo una invitación para
salirse del catálogo, escalar por los cantos, encaramarse al borde de lo
conocido, saborear el vértigo y desde ahí lanzarse por la borda, ale,
con chulería, marcarse un salto mortal aún sin saber bien dónde va uno
a caer, y probar a escuchar la respuesta a las grandes preguntas. A ver
qué pasa.
Si no fuese posible hacerlo, estoy segura de que al menos yo, habría
nacido langostino.
De modo que acepto la invitación. ∆ |