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CONTRAPUNTO

 

Es cierto que el hombre nos ha ahogado, nos ha oprimido, nos ha maltratado, pero también es cierto que nos hemos escondido detrás de ellos durante siglos. Y lo seguimos haciendo.

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MALTRATADAS
POR CAROLINA FERNANDEZ

Si alguien piensa que el hombre es el enemigo, se equivoca.
El hombre no es el enemigo. Ni siquiera el hombre que maltrata. El enemigo de la mujer es el silencio. Ese silencio que llevamos las mujeres pegado a la piel desde hace tantos siglos como podamos recordar. El silencio inculcado, el silencio bien aprendido, el silencio transmitido de generación en generación, pactado por todos, impuesto, obligado. Pero también consentido y defendido por nosotras mismas. Llevamos el silencio pegado a la piel, estamos históricamente acostumbradas a sufrir calladas, a pensar y no decir, a soportar sin que se note, a gozar, también, sin abrir la boca. El silencio es una condena. Hay que romperlo para lograr asomar la cabeza y mirar de frente, y mirarnos a la cara unas a otras.
Romper el silencio es hacer trizas la cadena más grande, la más fuerte. De la mujer se espera, se esperaba, como respuesta una ausencia de respuesta, un vacío. Bien. ¿Tendremos valor para cambiar las reglas del juego? Vamos a verlo. ¿Seremos capaces de responder con un grito allí donde se esperaba un silencio? Habrá que demostrarlo. ¿Tendremos fuerza para levantar la cabeza en el momento en el que se espera que la bajemos? Los grandes cambios están construidos de la suma de pequeños cambios. Nadie va a venir a transformar nada. No hay varitas mágicas, ni ángeles que bajen del cielo y pongan justicia donde no la hay. Las mujeres vamos a tener que ganarnos nuestro lugar a pulso, todos los días, paso a paso, en cada casa, en cada vida. Gritando cuando haya que gritar, dando la mano cuando sea preciso, caminando y rectificando los errores, pero nunca desde la pasividad de una vida silenciosa, sino desde la acción, la decisión, la valentía.
Cuando a cada una de nosotras nos pregunten, respondamos. Cuando no nos pregunten, respondamos. Cuando se espere de nosotras la misma pasividad de siempre, devolvamos compromiso y responsabilidad. Es cierto que el hombre nos ha ahogado, nos ha oprimido, nos ha maltratado, pero también es cierto que nos hemos escondido detrás de ellos durante siglos. Y lo seguimos haciendo. No hay que aguantar la bofetada de un hombre. Pero también es cierto que tampoco hay que soportar más el maltrato a que la mujer se somete a sí misma, que no es físico, pero que la condena a una vida mediocre.
Somos prisioneras de la dependencia del hombre, pero también somos prisioneras de una imagen alimentada por nosotras mismas de debilidad, de incapacidad, de temor. Una imagen terrible, pero también tremendamente cómoda, porque nos permite seguir viviendo en nuestro metro cuadrado particular sin necesidad de asumir que sí podemos hacer mucho más. Si queremos demostrar que no somos débiles habrá que sacar fortaleza. Si queremos combatir la incapacidad habrá que demostrar responsabilidad y eficacia. Y la única solución para el temor es la valentía. Cada pequeño paso adelante es una conquista individual, y una victoria para todas.
Un hombre pega a una mujer sólo cuando está seguro de que puede hacerlo. Pega, pero únicamente cuando ella ha perdido su autoestima, cuando tiene una pobre valoración de sí misma, cuando depende de los demás para sentir que existe.
Hagamos leyes, sí, para que aquellos que maltratan encuentren un muro en la sociedad que no les permita imponer la ley de la selva. Pero también esforcémonos en educar a las mujeres del futuro para que confíen en sí mismas, se conozcan a sí mismas, estén seguras de sí mismas; para que se exijan, para que valoren su capacidad y su fuerza; que aprendan a arriesgar, a tomar decisiones, a no tener miedo, a no engañarse, a equivocarse y aprender de los errores, a no admitir la mediocridad, a valorar por encima de todo su propia dignidad como mujeres. Eduquemos así a las mujeres del futuro, seamos así nosotras mismas, y nos encontraremos con que se habrán acabado los maltratadores, sencillamente porque no habrá a quien maltratar.
Llegará un momento en que a los niños les contaremos la historia de un pasado en el que algunos hombres pegaban a las mujeres, les pegaban a veces hasta matarlas. Les explicaremos que era un mundo desigual, lleno de violencia, de odio, donde las mujeres no tenían voz. Los hombres pegaban por frustración, por rabia, por inseguridad, por incapacidad, por debilidad, por necesidad de hacerse notar, de marcar su territorio para sentirse seguros. Las mujeres, algunas, demasiadas, lo soportaban en silencio porque pensaban que era lo único que podían hacer, pensaban incluso que era la única forma de vivir. Y les contaremos a los niños del futuro que sucedió así durante mucho tiempo. Hasta que las mujeres se dieron cuenta de que podían vivir de otra forma, de que la fuerza de los brazos no tiene nada que hacer ante la fuerza que hay en el interior de las personas y que sólo se puede vivir con dignidad, lo demás no es vivir. Les explicaremos que llegó un momento en que las mujeres comprendieron todo esto y decidieron ir poco a poco librándose de todas sus ataduras, todas, las visibles y las invisibles. Las que se imponía ella misma y como consecuencia todas las demás.
Y cuanto más libre se sentía la mujer, más aprendía el hombre a convivir al lado de ella, apoyándola, valorándola, respetándola y a la vez aprendiendo a valorarse y respetarse a sí mismo.
En un futuro podremos hablar de ese pasado oscuro para la mujer, ese pasado que hoy es nuestro presente, pero sólo podremos hacerlo si hoy, en el presente, cambiamos las cosas, levantamos la cabeza, luchamos por nuestra dignidad y, sobre todo, no nos quedamos en silencio porque nuestro silencio, nuestra callada aceptación es terreno abonado para el machismo y sus consecuencias.
Todas juntas, todas unidas rompamos el silencio y gritemos, y que nuestro grito sea la reivindicación de nuestro verdadero lugar en la sociedad. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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