Y cuando uno rompe la rutina comprende
que independientemente de que hagas las mismas cosas, que estés en los
mismos lugares y con las mismas personas, no existe ni un solo día igual. |
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RUTINA
POR ELENA G. GOMEZ
S on las siete y cuarto de la mañana.
Suena el insistente zumbido del despertador y esa parte del cerebro que
funciona por libre y no depende de la consciencia se pone inmediatamente
alerta. Luego, una mano perezosa, con movimientos lentos, sale de otro
mundo, un mundo de calor y de ilusión para, de forma violenta, silenciar tan
desagradable sonido.
Todo ello fue realizado por el cuerpo de forma automática, libre e
independiente a cualquier entendimiento. Después, una voz que ya no es la
del despertador, y que proviene de un plano mucho más alejado le hace salir
de la cama. Con movimientos torpes llega al baño y allí empiezan a sucederse
otra serie de movimientos en cadena, automáticos, siempre iguales, siguiendo
un guión oculto que nunca pensó en modificar.
Se toma el café para despertar, no porque le guste porque a esas horas aún
no tiene sentido del gusto, lo hace porque un día alguien le dijo que con el
café se despertaba y ella se lo creyó. Pero a pesar de todo el tiempo que ya
lleva en pie, de la ducha y del café, aún permanece semidormida. La primera
toma de conciencia con el mundo la realiza cuando sentada ya en su coche,
camino al trabajo, la bocina del coche de atrás le recrimina que ya lleva
medio segundo el semáforo puesto en verde. Ahora sí despertó, pero no lo
hace con el agradable trino de los pájaros, ni con un rayo de sol en la
cara. Lo hace en medio de una marea humana que corre, corre y corre, como
zombis, no porque tengan prisa sino porque así piensan que viven más
intensamente.
Llega al trabajo, ficha en el reloj de la puerta y entra, como todos los
días, saludando con un monótono buenos días. Llega ante la mesa y empieza su
rito diario: primero enciende el ordenador, luego, mientras éste se activa,
abre el cajón, coge los bolígrafos, la carpeta de trabajo pendiente y mira
su agenda.
Su cuerpo está allí, pero ¿dónde está su mente?
Si esta historia fuera la de un albañil, un médico, una escritora, una ama
de casa, o cualquier otra persona con su profesión sería igual, todas
tendrían el mismo denominador común: la rutina.
Y es que la rutina es como una droga para la mente y puede dormirla de tal
forma que llega un momento en que la mente no es necesaria. Así, la rutina
crea hábitos y éstos permiten a las personas moverse por el mundo sin
analizar sus actos, sin pararse a ver qué cosas se pueden cambiar.
Pero no nos engañemos, porque todo el mundo se queja de que su vida es una
rutina, cuando en realidad la rutina no está en las cosas que hacemos sino
en cómo las hacemos. Y cuando uno rompe la rutina comprende que
independientemente de que hagas las mismas cosas, que estés en los mismos
lugares y con las mismas personas, no existe ni un solo día igual, ni un
solo segundo que se repita, por eso es tan importante ser conscientes de
nuestras vidas para que éstas tengan un sentido.
La realidad es que hay muy pocas personas que estén satisfechas con su forma
de vida y siempre se está esperando que algo o alguien te dé las soluciones.
Pero la solución no viene por arte de magia sino que pasa por mirar de
frente la vida que cada uno tiene creada y comprender que cada uno es libre
para cambiar las cosas que dependen de uno mismo.
Sólo queda que cada uno averigüe cuántas cosas sencillas pueden cambiar su
vida y se atreva a entrar en la aventura más apasionante, y que se vea a sí
mismo como una esfera en el espacio, una esfera en la que está libre para
crear. Sólo así el hombre dejará de estar insatisfecho.
Esta sería otra forma totalmente distinta de...
Suena el reloj, son las siete de la mañana. La noche anterior preparó el
despertador para levantarse un poco antes y así empezar el día de forma más
tranquila. Mientras se despereza en la cama empieza a repasar el día. Las
cosas que quería hacer, las personas con las que quería hablar.
Después de haber diseñado a grandes rasgos el día, se levantó. Lo primero
que hizo no fue ir al baño como todos los días sino que se acercó a la
ventana y miró qué tiempo hacía. Aún era de noche, había estrellas en el
cielo y la ciudad se empezaba a despertar. Casi no había coches, todo
parecía distinto. Luego abrió las ventanas para que entrara el aire fresco.
Se estiró un poco y fue al baño. Apenas si había hecho un par de cosas
diferentes y ella ya se encontraba distinta. "Esto puede funcionar", pensó.
Como era más temprano preparó un zumo de naranja y un desayuno delicioso.
Después se subió al coche y llegó a su trabajo. Cuando estaba a punto de
fichar se dio cuenta de que esa mañana no le habían pitado en el semáforo.
Sonrió.
Ahora tenía un reto personal, le había declarado la guerra a la rutina y
estaba dispuesta a luchar contra ella de todas las formas habidas y por
haber, había comprendido que ésta era la única forma de hacer que cada día
fuese distinto al anterior. ∆ |