Yo no sé lo que está bien o lo que está mal, no sé si
defenderse de la injusticia es justo, o si lo justo es no defenderse, y no
sé si matar por una causa justa es justo, o lo justo es no matar por
ninguna causa, y no sé si todos los occidentales somos culpables o la
culpabilidad reside en una élite, y si somos o no somos de alguna manera
élite. |
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LOS TOPICOS
POR JOSE ROMERO SEGUIN
E l viento del otoño ruge furioso por
las alamedas del alma. Quiero levantar la voz para decir una palabra y la
palabra se deshace, y vuelvo a intentarlo, la fuerzo y hablo de carrerilla,
y cuando me doy cuenta estoy repitiendo los tópicos de siempre. Y me
desespero y dejo caer todo ese espeso follaje que vela y confunde realidad
con deseo, utopía con filantropía, miseria con miserable, tolerancia con
entrega, solidaridad con caridad, venganza con justicia, justicia con
venganza, orgullo con razón, razón con orgullo, orgullo sin razón, fanatismo
con funambulismo, guerra con paz, paz con guerra, justicia con equidad,
hombre con dios y a dios con la bolsa. Y viene el viento otoñal y se lo
lleva y me siento mal, pese a que soy yo el otoño de lo que digo, porque lo
que yo digo nace en el Este y se pone en el Sur y lo que hago nace en el
Oeste y se pone en el Oeste.
La verdad es que me muero por entender lo que está ocurriendo, lo que se
está destapando, lo que estaba ahí y todos veíamos y que ahora comienza a
mostrarse crudo y real. Y yo no sé lo que está bien o lo que está mal, no sé
si defenderse de la injusticia es justo, o si lo justo es no defenderse, y
no sé si matar por una causa justa es justo, o lo justo es no matar por
ninguna causa, y no sé si todos los occidentales somos culpables o la
culpabilidad reside en una élite, y si somos o no somos de alguna manera
élite, y si esos que ahora se rebelan son dignos de confianza. Y no sé si
los dioses no son tan peligrosos como la CIA, y no sé si la CIA no es sino
otro dios. Y no sé si todos cuantos han muerto hasta ahora son inocentes o
es la muerte la que los hace inocentes. Y no sé por qué no se oye el
estruendo de las bombas. Y no sé si es lícito y necesario adiestrar hombres
que como perros estén dispuestos a matar por preservar nuestro mundo, o si
ello es un lujo que nunca debimos permitirnos. Y no sé si lo que dicen los
periódicos es la verdad o sólo lo que deseamos oír. Y no sé si nos engañan
por pena o realmente vale la pena que nos engañen. Y no sé si con lo que
vale un misil comerían miles de niños afganos. Y no sé si ese misil no es el
pan de miles de niños americanos. Y no sé si están jugando con nosotros o
estamos nosotros también en el juego. Y no sé si soy valiente o cobarde o un
cobarde valiente. Y no sé si la paz se conquista poniendo la otra mejilla o
rompiéndole al otro la mejilla. Y no sé si no sería un piloto suicida o un
piloto de guerra. Y no sé, y me muero por saber.
Imagino que en la siembra el grano que cae en la tierra junto a millones de
granos, no pretende entender a los miles de granos que le rodean, él busca
sólo germinar, convertirse en espiga, en pan que alimente a su estirpe. Tal
vez la clave esté justamente en eso, en comprendernos primero a nosotros
mismos, en juzgarnos a nosotros mismos, en esforzarnos por germinar algo
nuevo, tan sencillo y a la vez tan complejo como lo es una espiga de trigo.
Pero cómo resistirse a querer organizar y comprender a todo cuanto nos
rodea, cómo evitar intentar descifrar el misterio de su corazón. Es esta una
aspiración legítima, sólo que parte del error de intentarlo desde
razonamientos postizos ajenos a nuestra propia cosmogonía intelectual.
Somos hijos de la hojarasca de una eternidad de otoños que todos
interpretamos como primaveras. El ser humano no ha conocido aún la
primavera. Hemos inventado, no evolucionado. Hemos mutado no evolucionado.
Hemos diseñado una forma de vida y olvidado vivir. Hemos hecho crecer
nuestro mundo pero no hemos crecido con él. Nos hemos rodeado de espejos
cuyo azogue somos nosotros mismos.
A nuestro mundo social le sobra orden y le falta armonía, por ello giramos
descompasados unos en la edad de piedra, otros con el corazón de piedra,
pero todo lejos de un tiempo de encuentro y auténtica fraternidad..
Tal vez todo deba suceder así, y que por más que nos empeñemos las cosas que
ocurren son una versión maquiavélica de lo que ocurre en el Masai Mara o el
Serengeti, o cualquier otro lugar donde conviven animales salvajes.
Somos, eso sí, animales vengativos y eso nos hace peligrosos, lo que agrava
el hecho de que somos nosotros y no la naturaleza quien pone las reglas.
Hoy, cuando aún el viento otoñal no se ha llevado los lamentos de las
víctimas de esta guerra que comenzó el 11 de septiembre, digo que por
enésima vez no sé, y por primera vez me asquean los tópicos, algo es algo.
Siento que el mundo no está en nuestras manos, ni en las de la mayoría de
los americanos o afganos, ni en el primer ni el tercer mundo, el mundo está
en las manos de unos pocos que no son precisamente dioses y de dioses que
son como esos pocos. Y lo está por nuestra indolencia y mal sana
aquiescencia.
Estoy tan dolido conmigo mismo que no soporto ni mis propios argumentos.
Realmente no sé si me estoy convirtiendo en un paranoico o en un escéptico.
No digo ignorante, porque reconocer que se ignora implica saber, y yo no sé.
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