La red que estamos
construyendo en este XXI tiene por nombre Internet, y en ella las mujeres
tenemos un papel clave. |
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MUJERES ENREDADAS
POR MARTA F. MORALES
Me toca
escribir mis reflexiones en esta ocasión desde el otro lado del océano,
en el ombligo del mundo occidental. Los Estados Unidos, donde me
encuentro, son una nación compleja, llena de contradicciones y
continuidades no siempre fáciles de asimilar para quien aquí aterriza.
En este país se puede ver lo mejor y lo peor de la civilización; las
personas más ricas y las más pobres; los edificios más altos y las
casas más ruinosas; los índices más espeluznantes de violencia y las
campañas más sorprendentes contra el uso de armas. América del Norte es
un lugar de contrastes, en constante evolución y lucha interna. Esto se
hace visible en políticos, agentes sociales, hombres de la calle y, por
supuesto, las mujeres no son una excepción.
Cuentan las crónicas que las primeras pioneras americanas, arrancadas de
sus raíces y lejos de todo aquello que el progreso les había regalado,
estrechaban lazos organizando grupos de costura. Mujeres de todas las
edades, razas y clases sociales dedicaban un tiempo precioso de sus vidas
a bordar colchas cargadas de significado que irían pasando de generación
en generación. Los quilts son esos enormes edredones hechos de retazos de
tela tan comunes en filmes sobre los puritanos o las cazas de brujas, y
que también tienen su importancia en la vida de las mujeres de un poco
más al sur. En Como Agua para Chocolate, por ejemplo, novela y película
de gran éxito en España hace unos años, una gigantesca colcha (cotona,
la llaman en Latinoamérica) protege a la protagonista del frío exterior
y del hielo que la corta por dentro al haber perdido a su enamorado.
En los Estados Unidos los grupos de costura solían reunirse en las
iglesias primero, y más tarde en casa de la que sería dueña de la
colcha que juntas elaboraban, y allí aprovechaban para hablar de lo
divino y de lo humano en medio de retales, hilos y agujas. Estas colmenas
de hermanas se ayudaban las unas a las otras aportando restos de ropas
antiguas que servirían para dejar la impronta de cada una de ellas en el
producto final. Las costureras se aliaban así en una madeja de
solidaridad que trascendía las diferencias. Si sus hombres tenían para
reunirse los mercados y los clubes, ellas tenían sus cocinas y
kilómetros de hilo para coserse las almas mutuamente. Día tras día,
año tras año, iban quedándose enredadas en este trabajo común casi
invisible.
Estando en estas tierras y recordando a aquellas pioneras, se me ocurre
que tal vez las mujeres de este siglo XXI estemos recuperando esos lazos
sutiles de sonoridad que años de violencia y confusión nos habían ido
robando. En esta era nuestra de postmodernidades tal vez ya no nos
sentemos en frías cocinas a coser y contarnos nuestras vidas, pero sí
dedicamos parte de nuestro tiempo a atar lazos entre iguales, retando a la
distancia y al idioma. La red que estamos construyendo en este XXI tiene
por nombre Internet, y en ella las mujeres tenemos un papel clave.
Nuestros mensajes electrónicos, páginas web, trabajos online y salas de
chat para mujeres se convierten en una nueva y sorprendente colcha de
hermandad.
Un ejemplo de esta nueva tarea de costura femenina es la página
"Mujeres en Red" ( www.mujeresred.org
), que ofrece listas
temáticas, foros de debate, ayuda para víctimas de violencia masculina,
agenda de eventos de interés para mujeres, etc. Iniciada por la
periodista catalana Montserrat Boix, "Mujeres en Red" ha
conseguido unir con su lazo cibernético a mujeres (y algunos hombres sin
prejuicios) de multitud de países con inquietudes distintas y hasta con
lenguas diferentes. Es una de tantas, pero destaca por su seriedad y
eficiencia, contrastando con páginas web supuestamente
"femeninas" en las que sólo se nos habla de belleza, dietas y
recetas de cocina. Las mujeres que a día de hoy quieren aliarse para
trabajar por la igualdad se ocupan de muchas mas áreas de la vida
pública y privada, y mensaje a mensaje, tecla a tecla, tejen su tela de
apoyo más allá de las fronteras. Es trabajo de las que tenemos el
privilegio de habernos enredado ya el conseguir que mujeres de todos los
colores, religiones y países se unan a nuestra tarea de costura paciente
por un mundo más equitativo. Las pioneras que tanto lucharon en este
país y en otros por la comunicación positiva entre mujeres nos darían
el visto bueno. Que esos dedos que cosen no se paren nunca. ∆
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