Voy con mi móvil con la
cabeza alta: soy el ombligo de las telecomunicaciones, tengo un satélite
pendiente de todos mis movimientos. |
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TECNOLOGIA
POR ELENA F. VISPO
Lo
confieso. Hace unos meses me compré un móvil. He sido de las últimas en
subirme al tren de la alta tecnología, porque no entendía yo la gracia
de estos aparatitos; y ya me ven ahora, enganchada como la que más.
Tener un móvil es una de esas cosas que hay que vivir para entender.
Ahora voy con mi teléfono por la calle con la cabeza bien alta: soy el
ombligo de las telecomunicaciones, y tengo un satélite pendiente de todos
mis movimientos, listo para responder a nada que yo pulse una tecla.
Observo por encima del hombro a esos desgraciados que usan las cabinas,
los que no les llama nadie cuando van por la calle: oyes, acuérdate de
coger una lechuga cuando pases por el súper. Pobres.
En cualquier caso, no crean que esto del móvil ha sido una decisión
fácil. Porque lo primero es hacer un máster en tarifas de telefonía:
con tarjeta prepago o contrato, activa o pasiva y según qué horario. Y
eso que sólo hay tres compañías para elegir. Pero no queda ahí la
cosa, porque una vez que te decides por alguna te queda escoger el
aparatito: con más o menos peso y autonomía, con batería de litio, con
manos libres, con zapatófono, con vibrador... cuántas y qué variadas
aplicaciones tiene un teléfono. Por eso lo primero que te preguntan en la
tienda es para qué lo usas. Y yo qué sé, bonita, si es la primera vez
que me compro uno.
En cuanto lo tuve en la mano descubrí que además de un móvil me había
comprado un tamagotchi. Hay que tenerle siempre bien alimentado, porque el
dibujito de la pila, más que marcar la batería, es un indicador del
estado de ánimo. Con tres rayitas, bien. Con dos, vale. Pero si tiene una
¡cuidado!, estará de un humor de perros y te dejará tirada en el
momento en que más lo necesites. Y además está delicadito del estómago
y no puedes llenarle la pila cuando tiene rayitas, no, hay que esperar a
que lo digiera todo para enchufarlo.
Y luego tienes que vestirlo, claro. Al mío le compré una funda negra,
estándar, para que fuera abrigadito y protegido de los golpes. Pero no le
gustó. Le apretaba un poco la antena y los botoncillos laterales no le
entraban del todo en la abertura. Así que tuve que ir a cambiarla por una
azul molona que le queda mucho mejor, pero me costó una pasta.
Con el móvil ya listo, entré por fin en el maravilloso mundo de la
tecnología. Y comprendí que no había puesto un teléfono en mi vida,
sino que dentro de mi teléfono había un modo de vida. Porque no sólo
sirve para llamar, sino que tiene múltiples aplicaciones. Yo, como novata
en este mundillo, ya he encontrado unas cuantas:
1. Fardar con los amigos. Esta es una de las principales razones para
comprarlo y un argumento de peso a la hora de elegir el modelo. Aquí
funciona el axioma "menos es más". Cuanto más pequeño sea y
menos botones tenga, más mola.
2. Molestar. El pesado vocacional no puede por menos que incluir un móvil
en su equipo básico. Así podrá recibir llamadas en el cine
-fundamental-, y también en el teatro, en el autobús, en una
conferencia, en un museo...
3. Conectarse a Internet. Puedes conocer los resultados del partido en vez
de verlo por la tele o enterarte de qué película ponen en el cine de al
lado de tu casa sin necesidad de mirar por la ventana y/o coger el
periódico. También puedes -y esto es lo mejor- conocer la cotización de
la soja en la bolsa de Tokio.
4. Acabar con la superpoblación. Según la DGT, conducir y hablar por el
móvil es igual de peligroso que coger el coche con unas copas de más.
5. Entrar en la aldea global. Se acabaron las fronteras: da lo mismo que
estés en la calle de al lado que a 1.500 kilómetros. Si el satélite
está en racha, te encuentra (te guste o no).
6. Filtrar las llamadas. La pantallita muestra el número de quien te
llama, así que ya puedes contestar directamente: hola, Juani, qué
bueno que llamaste. Y si el número está en la memoria, ya te dice
quién es y hasta dónde está: mama casa, paco trabajo, colegio niño. Si
el que llama te cae mal no lo coges, y ya.
7. Ser único y original. Aunque tengas el mismo móvil que media España
porque lo has ganado con un polo de limón, puedes personalizar el bip bip
de la llamada. Yo dudé largo tiempo entre la de Misión imposible, Popeye
el marino o una samba. Me quedé con la samba.
8. Lucir talante democrático. El estado de bienestar llega para todos, el
que no tiene móvil es porque no le da la gana. Hasta un niño de diez
años, que dime tú para qué lo quiere. Pues también.
9. Mentir. Aunque estés en la cafetería de tu barrio, siempre queda la
imaginación: uy, ahora no puedo atenderte, que estoy en Barajas a
punto de embarcar.
10. Llamar a la grúa cuando te quedas tirado con el coche en una
carretera perdida a las tres de la mañana.
Sí. Aunque parezca mentira, hay quien le saca utilidad a estos
cacharros. Siempre que haya cobertura, claro. ∆
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