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El Ventano

 

 

Llevo un tiempo asombrándome de la cara dura de cierta empresa de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que -para que nos entendamos- empieza por T, termina por fónica, y tiene que ver con comunicaciones.

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COMUNICACIONES
POR ELENA F. VISPO

Resulta reconfortante descubrir que, pese a todo, guardo una inquebrantable capacidad de asombro que me asalta cuando menos me lo espero. Me sigue alucinando la capacidad de mi gata de dormirse en los sitios más incómodos. Me impresionan los huracanes, los quirófanos y las pistolas. Una buena película me pone la piel de pollo y qué decir de la música, los libros, las puestas de sol. Etcétera.

Lo que yo pensaba, de todos modos, era que había ciertas cosas que ya no me pasaban del epitelio superior, a saber: la política, las declaraciones made in Vaticano y que el superventas en España siga siendo Julio Iglesias (la vida sigue igual). Hay excepciones, claro, porque una no es de piedra. Ver a Al Gore besando a la parienta me dejó un mes con taquicardias. Tengo pesadillas recurrentes con eso de que el catolicismo posee la exclusiva de la verdad espiritual. Y otro gran folklórico patrio, Raphael, hace de Jekyll y Hyde en el Teatro Apolo de Madrid (no digo nada porque no lo he visto, pero reconozcan que da miedo).

Aún a mi pesar, a veces me sorprendo. Mucho. Llevo un tiempo, sin ir más lejos, asombrándome de la cara dura de cierta empresa de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que -para que nos entendamos- empieza por T, termina por fónica, y tiene que ver con comunicaciones. En su última campaña publicitaria sale un montón de gente cantando las excelencias de la susodicha empresa: por esto, por lo otro, por lo de más allá, van dando las múltiples razones por las que hay que preferir sus servicios. Treinta y cuatro razones. Treinta y cuatro. Lo repito a ver si a fuerza de insistir se me pasa la risa nerviosa. Y como no estoy por discutir la veracidad de esos treinta y cuatro argumentos - que podría- voy a centrarme en el último. Dicen que estamos con ellos porque podemos elegir.
Y aquí es cuando abro la boca a fases, porque o bien estoy tonta o me he perdido algún capítulo de la historia. Porque si pudiera elegir ya me hubiera borrado de su lista de clientes, aunque sólo sea por vengarme de años de expolio sistemático. Pero no: basándome en una supuesta libertad de decisión, continuaré de momento con esta compañía. Me han convencido sus treinta y cuatro razones que se resumen en una sola: por cojones.
Todo esto les parecerá una niñería, y probablemente lo sea, teniendo en cuenta el montón de catástrofes que hay por el mundo adelante. Pero no deja de comerme la sangre pensar que cuando llamo a mi amiga Marijose para ir al cine, estoy pagando también esa publicidad absurda. Y además aporto mi cuota para los chorrocientos millones que se llevó el expresidente cuando lo echaron.
Encima, esta campaña tiene consecuencias funestas en mi organismo: me ha vuelto nostálgica. Me ha salido una vena facha, yo no sé de dónde, y empiezo a añorar los tiempos pasados como si realmente hubieran sido mejores. Y echo de menos a Espinete y don Pimpón, a Julián el panadero y aquel barrio idílico donde los niños salían por la calle sin miedo a que les secuestrase un pederasta. Y me acuerdo de Pancho, Bea, el Piraña, Chanquete (el único listo de la pandilla fue Javi que, viendo el percal, se hizo policía). Y Teresa Rabal y Torrebruno. Los tigres y los leones, que todos quieren ser los campeones. Resumiendo: extraño aquellos tiempos en los que me creía lo que echaban por la tele. Y si el detergente de aquella señora era mejor y no quería cambiarlo por otros dos tambores, pues bueno. Al menos no le rompían la cabeza con ofertas retorcidas.
Luego llegó el busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo, lo que supuso el reconocimiento público de que el consumidor no es tonto del todo. Y ahí la liamos, porque desde entonces necesitamos que nos adulen en cada intermedio de la película. De ahí esos nuevos spots en los que ni se nombra el producto: si haces la asociación de ideas te mereces lo que sea que se venda, apto sólo para coeficientes intelectuales como el tuyo (se supone que alto). Si no consigues entender de qué va la cosa, hablarás de ello hasta que alguien te lo explique, con lo cual el objetivo está cumplido también.

En cualquier caso, y volviendo al tema, la publicidad se hace porque hay que vender. Con lo cual deduzco que si la campañita de marras sale ahora, es porque dentro de poco sí podremos elegir. En espera de ese momento procuraré mantener a raya este ramalazo que me ha salido: se empieza añorando el pasado y se termina en el ejército. Luego ya no habrá problema, porque me colgaré del teléfono. Una conversación inteligente borra de la cabeza las ideas más tontas.
A lo mejor por eso es tan caro. Para que no hablemos. ∆

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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