TIERRA
YERMA
¿A qué conclusión llegaríamos al saber que sólo el
11% de la superficie terrestre es cultivable, y que las tierras dedicadas
permanentemente al cultivo de cereales ocupan menos de un 1% del anterior
porcentaje? Evidentemente a que estamos desperdiciando los recursos que
tenemos a nuestra disposición. Pero si además tenemos en cuenta que cada
día mueren unas 30.000 personas de hambre en el mundo, entonces tal vez
nos viésemos en la obligación de cultivar cada hectárea disponible.
Texto: Marta
Iglesias / Fotos: Manos Unidas
Podríamos
buscar una vía de escape a esta realidad pensando que quizás la tierra
cultivable está mal distribuida entre los continentes. No es cierto: la
superficie agrícola está sabiamente repartida, como la naturaleza se
encargó de hacer, es el acceso a la tierra lo que está injustamente
dividido. Incluso hay datos más escalofriantes: según el último informe
de la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura), la
producción de alimentos básicos creció en casi todo el mundo entre 1985
y 1995, sin embargo el número de personas que padecen hambre aumenta.
Otro dato: el PIB (Producto Interior Bruto) mundial se ha multiplicado por
9 en el pasado medio siglo, pero cada año se suman 25 millones de
personas a los 1.300 millones de pobres absolutos. La mayoría de ellos
viven en los llamados países en vías de desarrollo, donde la agricultura
todavía sigue siendo una fuente importantísima de ingresos. Casi el 80%
de las personas pobres de nuestro mundo vive en el campo. Con tanta tierra
a su alrededor, ¿cómo puede seguir existiendo pobreza y hambre? Las
diferentes clases sociales, los gobiernos y las leyes tienen la respuesta,
que es única para todos: la tierra está mal repartida.
Dos futuros a elegir
Ana
Arancibia, Coordinadora de América en la ONG Manos Unidas, advierte que,
de seguir como hasta ahora, "el futuro que se prevé es cada vez un
mayor control de la producción y del mercado agrícola por parte de las
empresas multinacionales. Cada vez se estimula más la producción
extensiva de grano para intentar dar respuesta a las necesidades de
alimentación de los países del primer mundo. Todo ello, ayudado de una
agricultura modernizada, disminuye la mano de obra y contribuye a la
desaparición de la agricultura de subsistencia, que alimenta a una
familia y vende los excedentes en mercados locales para comprar el
resto". Pero, más que alarmar, se trata de ofrecer soluciones.
Arancibia afirma que para crear un futuro más justo "hay que
recuperar ese modelo de agricultura familiar, y sustituir el modelo
tecnológico de las multinacionales por una agricultura que intente
conservar el suelo. Pero la esencia básica es un cambio en el reparto de
tierras".
Brasil, un mal ejemplo
Veamos, por ejemplo, un país extremo: Brasil, considerado el modelo
regresivo de distribución de la renta. Este rico país latinoamericano
está lleno de paradojas. Con toda la extensión agrícola que posee,
además de recursos hidrográficos para regarla, Manos Unidas afirma que
en 1996 la producción de alimentos del país hubiera sido suficiente para
alimentar a 300 millones de personas. Sin embargo, se tuvieron que
importar alimentos por valor de más de 3.000 millones de dólares, e
incluso así decenas de millones de brasileños no cubrieron sus
necesidades básicas. ¿Dónde está el origen del problema? De nuevo en
el injusto reparto de la tierra, y en el uso que se hace de ella. En
Brasil el 44% de las tierras se concentra en manos del 1% de la
población. Estos grandes terratenientes que cultivan muy poco de lo que
tienen -porque lo poseen como símbolo de prestigio social, de poder
político o de inversión especulativa-, enfocan sus latifundios a
satisfacer las necesidades del primer mundo, plantando alimentos que aquí
necesitamos. Ahí tenemos otra de las paradojas que se dan en la
superficie cultivable del tercer mundo: no se planta para dar de comer a
su gente, sino para los ricos que viven a miles de kilómetros de
distancia. ¿Cómo se explica? "Pues claramente por las prioridades
que existen en los gobiernos de todos estos países, y también por las
presiones que ejercemos desde el primer mundo", explica la
Coordinadora de América de Manos Unidas. Además, la tendencia actual es
a disminuir los cultivos. Se habla de que entre 1982 y 1996 la tierra
cultivada mundial ha disminuido en un 20% ¿Hay alguna traza de querer
terminar con el hambre?
"En Brasil el 44% de las tierras se concentra en manos del 1% de
la población"
Una de soluciones
Aunque la Constitución del 88 de Brasil recoge que todas las tierras
en manos de latifundistas que no están cumpliendo una función social
deben pasar a los campesinos, la realidad no se rige por ella. Casi la
mitad del Senado de Brasil está formado por los mayores terratenientes
del país, pero todo lo que aquí cambia es gracias a los movimientos
sociales y no a las leyes que gobiernan. De hecho, la esperanza para toda
la población rural del mundo en la misma situación, es que más de un
millón de campesinos brasileños han conseguido su parcela de tierra y
demostrado que a través del reparto justo es posible que mejore la vida
de muchas familias. En este caso la victoria ha sido gracias a la
Comisión Pastoral de la Tierra, y al Movimiento de los Trabajadores
Rurales Sin Tierra (MST). "Ellos entienden que es simplemente ocupar
algo que legítimamente les corresponde desde un punto de vista moral
-aclara Arancibia-; es lo que ellos llaman la "retomada" de las
tierras. Es volver a recuperar esas tierras que les fueron expoliadas. Hay
grandes signos de esperanza en ese sentido, hay muchas poblaciones
indígenas como los guaraní kaiowá en Mato Grosso do Sul, que también
apoyados por estas organizaciones que trabajan a nivel nacional han podido
recuperar sus tierras. Se pueden recuperar a través de lucha, a través
de mucha unión entre las distintas comunidades indígenas y las
comunidades de campesinos apoyados por la iglesia y ONG, tanto de países
del sur como del norte. Pero realmente es posible". ∆
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