Tomen nota los estudiosos
de lo sobrenatural: lo más alucinante suele ser lo que pasa sin pena ni
gloria por delante de nuestras narices. |
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MILAGROS
POR ELENA F. VISPO
Cuando
Jesús le dijo a Lázaro levántate y anda, hizo famosa una tradición
milagrera de la cual se han hecho eco numerosas personalidades, casi
siempre del mundo de la farándula. No es raro, por lo tanto, encontrar en
prensa o televisión, declaraciones del tipo "soy una mujer nueva
gracias a Fidel" o "la liposucción ha cambiado mi vida".
Los milagros modernos están al alcance de cualquiera, en cualquier lugar:
deje de fumar en cinco días sin esfuerzo alguno (el esfuerzo suele llegar
al día número seis); pierda kilos, pregúnteme cómo; encuentre salud,
dinero y amor con la piedra chunga. En todas partes venden fuerza para
vivir, en sus diferentes modalidades.
Pero los milagros existen. A pesar de estar prostituidos en los anuncios
de teletienda a las tres de la mañana, existen. Es un milagro, por
ejemplo, que aún queden ballenas en el mundo. Hay quien dice que el hecho
de que Cine de Barrio siga en la programación de TVE también es un
milagro, pero yo creo más bien que es un complot para volvernos lelos.
Salía yo de casa una noche, cuando una maceta gigantesca llena de
geranios vino a caer a unos cincuenta centímetros delante de mí.
"Estoy viva de milagro", conté después, sabiendo que un
macetazo en la cabeza es una forma absurda y efectiva de morir joven. Así
que ahora lo cuento porque salí de casa con medio metro de margen. ¿Fue
el destino? ¿Vino un ángel a desviar los geranios de su ruta original?
¿El azar? ¿El viento? ¿El milagro de la vida en forma de maceta
voladora?
En fin, más allá de la cuestión metafísica, están también los
milagros de la ciencia moderna. En un Ventano anterior predije yo misma
sin bola ni nada el fin de la miopía. Y tengo que comunicar que tenía
razón, al menos en lo que a mí respecta, ya que hace poco hemos asistido
al fin de mi miopía.
Qué poco original, qué vulgar, pero si eso ya no es novedad, si ahora
todo el mundo conoce a alguien, o a alguien que conoce a alguien que se ha
operado, pero si esa operación es una tontería. Tomen nota los
estudiosos de lo sobrenatural: lo más alucinante suele ser lo que pasa
sin pena ni gloria por delante de nuestras narices.
A lo que voy: la operación -vaya la advertencia por delante- cuesta una
pasta. Diez minutos de quirófano, lucecitas rojas y un tufillo a quemado
cuando el láser entra en acción (no es coña). Luego a casita, colirios
a chorroborro y unas gafas modelo folclórica cuando llega al aeropuerto
con jet lag. Y eso es todo, amigos. A la mañana siguiente, una abre los
ojos y ve. Borroso, pero mejora por minutos.
Aparte de la publicidad gratuita debo decir que de la experiencia me ha
quedado, aparte de las gafas gigantes guardadas en un cajón, un asombro
permanente por los colores del mundo. Y una ilusión infantil por esa
última visión nítida antes de acostarme, y por abrir los ojos cuando
suena el despertador y verle los detalles al gato de yeso que tengo en la
estantería.
Me queda también una duda: ¿saben esto los videntes (en sentido
literal)? ¿Imaginan en algún momento la indefensión del que no ve bien,
la vida tras unos cristales graduados, la dependencia de colirios,
lentillas, esterilizadores...? ¿Son conscientes del milagroso
funcionamiento del ojo? ¿Saben que ocurre constantemente, sin que nadie
reclame la presencia del Papa?
¿Acaso alguien canonizará a mi cirujano? ¿O a los que me aguantaron el
proceso, que tienen más mérito que el santo Job?
Igual ellos no lo saben, pero yo sí, con lo cual he llegado a una
conclusión muy gorda: el milagro soy yo. Y mis circunstancias.
Flipante, ¿no? ∆
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