Reniego pues de la
globalidad que se nos vende porque es mentira, porque no es sino una nueva
forma de colonización, ya que aquí lo único global que existe es la
injusticia que nos aflige a todos por igual. |
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COLONIZACION Y GLOBALIZACION
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Amanecemos
a la vida con un globo en la boca, un globo que nos exige soplar y soplar
tratando de hincharlo para la que creemos una eternidad de sueños y
juegos. Y cuando por fin lo conseguimos y nos disponemos a divertirnos con
él, va y estalla dándonos un susto de muerte, o se va desinflando
lentamente, pero de forma tan irremediable que nos acongoja. Esto que
pudiera parecer un juego, algo meramente transitorio, define de forma
simbólica lo que va a ser nuestra vida de adultos frente a la economía.
Cuando crecemos podemos comprobar con desesperación que una y otra vez
tratamos de llenar, no sin esfuerzo, calamidades y agobios el globo de la
economía, y que cuando por fin lo conseguimos y nos disponemos a
disfrutar de él, va y estalla o se desinfla, y nos vemos otra vez en la
necesidad imperiosa de volver a soplar y soplar y hasta resoplar, pero sin
dejar de soplar, mientras se nos sopla la vida y le soplamos la vida a
más de medio mundo en beneficio de una minoría.
Dicen los expertos que el globo de la economía se hincha y se deshincha
siguiendo una lógica cíclica que le revitaliza y da estabilidad. Y puede
ser, es cierto que la economía se mueve en un espacio en el que los pesos
y contrapesos son extremadamente sensibles. Pero no es menos cierto que lo
hace así porque el fin de ella no es distributivo sino especulativo, no
es el de cubrir las necesidades del hombre allí donde esté, sin
distinción de razas, sino el de explotarlas. La economía no tenía
porque ser una pompa de jabón, ni un globo que estalla y se hincha y
deshincha continuamente, sino fuera porque en esas idas y venidas muchos,
aunque comparativamente muy pocos, se lucran hasta límites insospechados
y por supuesto innecesarios.
En un principio fue la colonización, qué vamos a contar de ella, todos
sabemos lo que llevó, lo que se trajo y lo que quebró para siempre. Hoy
que somos más civilizados que entonces, le llamamos globalización. La
globalización es lógicamente lo más racional o al menos lo
emocionalmente correcto, pero otra cosa es la realidad. Es decir, tomar
como referencia al conjunto mundial, a la hora de tomar decisiones que
influyan en la economía y la política de los distintos pueblos del
planeta es algo vital para la paz y la convivencia. Pero la cuestión
radica en el status real que se da al hombre dentro de ese proyecto
global, es decir, si se toma como mero producto, como potencial productor,
o como auténticos artífices y protagonistas de la misma. De tal modo,
que además de participar obtengan beneficios que les permitan desarrollar
sus propias iniciativas y vivir con dignidad.
Pero me temo que no es éste el sentido que se le da, ya que es un
problema que aún no se halla resuelto en el primer mundo, donde aún la
mayoría de los hombres sin ser meros productos no pasan de ser
productores, es decir, los del globo que se hincha, deshincha y estalla en
ante sus narices sin darle la menor oportunidad a disfrutar de él.
Aún así, tenemos que felicitarnos de que nos haya tocado de este lado
del escaparate, porque lo terrible es hallarse al otro lado. Y que se nos
permita ser productores, ya que la diferencia entre ser productor o sólo
producto es abismal. Porque esto último supone ser la materia prima, lo
que se manipula con todo descaro e impunidad, sea hombre, mujer o niño,
humanos se entiende, lo digo, y con ello abundo y casi rebuzno con la
redundancia, porque me resulta aterrador comprobar que pese a saberlo no
hacemos nada por impedirlo, sino que nos comportamos como si fueran eso
mismo, productos y no seres humanos.
Por otro lado los productores son los hombres que componen la masa
trabajadora, a la que se le da lo justo para que sostengan el global
sistema de injusticia que nos engloba a todos en un futuro de desigualdad
al parecer insuperable. Y es que mal que nos pese se nos ha hecho
entender, y de hecho así ocurre, que nuestro sistema de bienestar sólo
puede sobrevivir mientras tengamos subyugada a la otra mitad del mundo.
Cuando no es cierto, pues las fluctuaciones económicas y demás pesos y
contrapesos que existen tienen una sola misión: ocultar la corrupción,
la especulación y el enriquecimiento de determinadas élites sociales.
Reniego pues de la globalidad que se nos vende porque es mentira,
porque no es sino una nueva forma de colonización, ya que aquí lo único
global que existe es la injusticia que nos aflige a todos por igual, a
unos como víctimas y otros como verdugos, lo que no es, o no debiera ser,
menos bochornoso. Injusticia que es por cierto menos frágil y voluble que
la sutil envoltura económica, ya que ésta se hincha y expande sin parar
en un universo de viejas y putrefactas fórmulas, eso sí, hábilmente
expuestas para que nada cambie.
De todos modos, no debemos engañarnos, los que deciden no nos hablan de
globalidad solidaria, sino de globalidad especulativa. Somos los demás,
los que confundiendo deseos con realidades la queremos englobar en un
marco de solidaridad y justicia, donde todos podamos participar y decidir
en igualdad de posibilidades y responsabilidades.
Que lo esencial atañe y pertenece a todos y que como tal no puede estar
en manos de unos pocos, es algo tan lógico y sencillo de entender y tan
criminal y doloroso a la vez, que a uno le apetece gritar que por una vez
le arrancásemos a la injusticia toda la palabrería que la sustenta y la
dejásemos expresar por ella misma. ∆ |