El paraíso se llama
Eugene y es una ciudad pequeñita en Oregón, USA. |
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PARAISO
POR ELENA F. VISPO
En
algún lugar de este planeta debe existir", dice la promoción de La
Playa, una película que ha pasado sin pena ni gloria por los cines
españoles, aún tratándose de la vuelta a las pantallas de Leonardo Di
Caprio. La película trata sobre la búsqueda del paraíso, ese lugar
idílico donde uno puede hacer lo que le venga en gana. En La Playa
ese lugar es, evidentemente, una playa de aguas transparentes y arena fina
y dorada. Al final el paraíso resulta tener un lado oscuro, como
cualquier lugar donde no haya más que hacer que rascarse la barriga, pero
en fin. Una isla desierta con buen clima no parece mal lugar para pasar
una temporadita. Sobre todo si está el Di Caprio en bañador.
A lo que voy es a que cada uno tiene su paraíso soñado. Puede ser el
mar, la montaña, o un after pastillero a las ocho de la mañana. Para mí
el paraíso se llama Eugene y es una ciudad pequeñita en Oregón, USA.
Eugene cuenta con unos 125.000 habitantes y es uno de esos lugares de
película lleno de pequeñas casitas clónicas. Uno de esos sitios de
telefilme empalagoso, donde el vecindario te recibe con una tarta de queso
y barbacoa dominical.
Pero resulta que Eugene está situada en un lugar
estratégico de la Costa Oeste, en un punto medio entre San Francisco y
Seattle, y precisamente ahí está el meollo: en la geografía. Porque
gracias a San Francisco y Seattle, Eugene es lo que es. Porque en la
Bahía de San Francisco está la ciudad de Berkeley, más o menos del
mismo tamaño que Eugene, ciudad emblema de la revolución cultural de los
sesenta. Los escasos hippies que, pasada la euforia y los efectos
del LSD, no se apearon del pacifismo, se han visto obligados a emigrar en
su mayoría. Bien porque de aquello de la paz, la hermandad mundial, haz
el amor y no la guerra, queda más bien poco en Berkeley; bien porque los yuppies
han sustituido a los hippies y el nivel de vida se ha puesto por
las nubes. ¿Y a dónde se han mudado? Efectivamente. A Eugene, que posee
entre otros dos atractivos fundamentales: una universidad en plena
efervescencia ideológica y unos precios mucho más asequibles.
De modo que aquellos locos de los años sesenta tienen ahora, pues eso,
unos sesenta años, y mantienen el espíritu indómito. Y encima se han
aliado con una nueva hornada de jóvenes, la generación mejor preparada
de toda la historia conocida, la puñetera generación X. Pues esta
generación X de Eugene parece dispuesta a liquidar la incógnita con
saldo positivo, porque han descubierto que, dada su increíble
preparación y como va el mundo, no tienen nada mejor que hacer que
dedicar su tiempo libre a estudios exhaustivos sobre la explotación
infantil en la India, los homeless en USA, la experimentación con
animales de laboratorio o nuevas aplicaciones del cultivo ecológico. Han
decidido que es tan importante tirar de consignas como de argumentos y han
adaptado el idealismo sesentero al pragmatismo del 2000.
A todo esto hay que sumarle la Alianza para la
Democracia, que empezó casi como una asociación de vecinos y ahora es
una de las más activas del país. Más una red al margen de la economía
de mercado que consiste en que lo que uno no usa le puede servir al
vecino. Completamente gratis, claro. El mismo principio de una escuela
donde va uno a aprender algo nuevo o a enseñar lo que ya sabe, desde
sevillanas hasta fontanería. Y no falta tampoco el ideólogo local, John
Zerzam, ex-activista de Berkeley y padre del
"anarco-ecologismo", que predica la vuelta a la naturaleza y el
equilibrio con uno mismo y su entorno, aderezado con unas gotas de
anarquía en estado puro. Aunque lo más importante de Eugene no es que
sea un semillero de subversivos, sino que se llevan perfectamente entre
ellos, coordinando objetivos y acciones.
Lo cual nos lleva al tercer lugar de la lista: Seattle, a menos de
quinientos kilómetros de Eugene. Conocida por ser la cuna del grunge,
porque llueve a chuzos casi todos los días y por el follón que se montó
en la reciente Cumbre de la Organización Mundial del Comercio.
La historia no hace falta que la cuente, supongo. Baste
decir que la reunión fue un fracaso total desde el punto de vista de los
organizadores, pero un absoluto éxito para los activistas. Los de Eugene
aprovecharon para intercambiar direcciones de correo electrónico con
grupos afines en todo el mundo. Y de ahí ha salido una red mundial que
permite compartir esfuerzos y las diferentes iniciativas en busca de un
nuevo modelo de sociedad. Eugene es el germen de la revolución, el
paraíso libertario con el que, mal que bien, casi todos hemos soñado
alguna vez. Es la otra cara de la América Oculta, mucho más atractiva
que los zombies modelo Stephen King. Simboliza también la esperanza de
que, pese a todo, quizá no todos los yankis son unos capullos. Eugene es
-y esto es lo mejor- un paraíso de andar por casa. Porque basta encender
el modem para meterse en esa red en la que da lo mismo Eugene que
Chiapas que Okinawa. Y porque si ellos lo han hecho en su rinconcito, en
algún lugar entre Seattle y San Francisco, pues a ver por qué no se
puede montar aquí lo mismo, en un pueblo perdido entre Santurce y Bilbao.
La España profunda versión 2000, quién sabe dónde. |