S.O.S.
Somos una especie
extraña, muy amante de la vida y a la vez dispuesta a no mover un
sólo dedo por preservarla, por cuidarla y protegerla.
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La ONU,
Organización de Naciones Unidas, donde están representados todos los
países del planeta, nos alerta a todos los seres humanos que la
situación de éste es crítica. A continuación nos da las conclusiones
de sus estudios y las razones de su alarma.
En realidad nada nuevo, nada que no sepamos, sólo que el hecho de que sea
la ONU quien lance esta alarma, da una nueva dimensión a los
acontecimientos, dimensión que combina lo dramático y lo esperpéntico.
Lo dramático porque pone el sello definitivo a una situación planetaria
que está en los últimos años siendo anunciada por los grupos y
organizaciones ecologistas y por algunos científicos que ven más allá
de sus intereses, o los de la multinacional para la que trabajan. Pero el
hecho de que la ONU, donde todos estamos representados, confirme la cruda
realidad de nuestro mundo, deja muy pocas salidas a las especulaciones y a
las voces disidentes, y nos obliga a todos a tomar conciencia y a
prepararnos para lo que sea, que nadie lo sabe en realidad.
Y la parte esperpéntica de toda esta historia, es que los mismos países
representados en la ONU que confirman lo dramático de la situación, son
los que, por otra parte, vetan cualquier intento de poner freno al
deterioro que sufre el planeta.
O sea, que un país como EE.UU, por ejemplo, que es uno de los más
implicados, de los que más contamina y de los que más poder maneja,
tiene, por una parte, una comisión en la ONU investigando y llegando a
conclusiones dramáticas y, por otra, sus comisiones en las cumbres sobre
el clima, sobre el medio ambiente, o sobre lo que sea, son las primeras en
vetar cualquier resolución, oponerse a reducir la emisión de CO2 y crear
los suficientes problemas como para impedir que nada prospere, que el
proceso de deterioro planetario se frene y, en suma, que la vida en el
planeta tenga alguna posibilidad de proseguir en el futuro.
Y esto ocurre con EE.UU, pero también con Japón, con China, con Francia
y con algún país más que, al fin y al cabo, son los que manejan el
cotarro y los que dan validez o no a cualquier decisión que nos abra
alguna esperanza.
Y ahí radica lo esperpéntico del asunto, lo inverosímil, lo increíble.
Es como si hubiera una tendencia genética al suicidio, un afán
incontrolado de destruir esta civilización, algo que, parece ser, ya
ocurrió en el pasado y que marcó pauta a seguir.
¿Y los demás? ¿Podemos hacer algo los de a pie para que se tomen
medidas, para que cese este comportamiento absurdo, para que los poderosos
dejen de jugar con la vida y con nuestro futuro?
Somos simples espectadores de una guerra de poderes que está destruyendo
nuestro planeta. Nuestra opinión no cuenta, no tenemos acceso a gritar o
a exigir ser escuchados, en fin, no pintamos nada.
¿Asistiremos con resignación a la degradación de la nave que nos
conduce por el espacio, por el universo, y contemplaremos su final igual
que ahora contemplamos el fin de muchas especies sin inmutarnos?
Somos una especie extraña, muy amante de la vida y a la vez dispuesta a
no mover un sólo dedo por preservarla, por cuidarla y protegerla.
Depositamos nuestra responsabilidad en los dirigentes esperando que ellos
resuelvan todos nuestros problemas, y si no los resuelven nos limitamos a
comentarlo en la tertulia del bar, con los amigos, entre copa y copa y
cambiando rápido el comentario sobre el último partido de fútbol,
porque no apetece hablar de cosas desagradables o porque en el fondo
existe una velada confianza en que las cosas se arreglarán por si solas,
porque, al fin y al cabo, el hombre tiene capacidad para salir adelante
¿o no?
Pero aunque sí tengamos capacidad para hacerlo, por si sola no basta,
hace falta acción, decisión, luchar por aquello que es nuestro, que
sustenta nuestras vidas.
Si el planeta, según la ONU y según otras muchas voces, entró en un
estado crítico, es responsabilidad de todos tomar decisiones y obligar a
los gobiernos que las tomen, porque, al fin y al cabo, ¿no son los
gobiernos, pagados y mantenidos por todos nosotros, los responsables de
velar por nuestra seguridad?
Pues sí, aunque no lo parezca, así debe de ser. Y en nuestras manos, las
de todos, está nuestro futuro. / M.C. |