El
voto extremo es la forma que tiene el pueblo de hacer llegar a las
altas esferas un grito cabreado.
La
pregunta es: ¿qué provoca ese malestar social?
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EUROPA EXTREMA
Estaba claro. Que un partido como el
de Jörg Haider llegase a formar parte del gobierno de un país de esta
Europa nuestra, tan civilizada, tan comedida y tan supuestamente
escarmentada por su pasado, era sólo cuestión de tiempo y de estar en el
momento justo en el sitio apropiado. Y ahí justamente estaba Haider, un
hombre del que se ha dicho en estos días que tiene más de oportunista
que de político. El caso es que ahí está, respaldado por un buen montón
de votos de otros que piensan como él.
Claro que ahora todos se llevan las
manos a la cabeza. Cómo es posible que haya sucedido esto, dicen los
representantes de los países de la Unión Europea. ¿Debemos
consentirlo?, se preguntan entre sí, mirándose de reojo, aunque ya saben
que es una pregunta idiota, porque no hay nada que consentir. El FPÖ,
Partido Liberal, no se ha colado en este teatro por la puerta de atrás,
sino que ha pasado por taquilla y ha pagado la entrada, como mandan las
normas. Y eso lo saben unos y otros. Probablemente un boicot a nivel
europeo, que es lo que algunos intentaron sugerir como reacción acalorada
del primer momento, no sólo no tendría efecto alguno, sino que sería
una manera absurda de echar más leña al fuego y de crear divisiones.
De momento, se conforman con el
pataleo de colegiales. Así, los nuevos ministros austríacos se
encuentran con que sus colegas les niegan el saludo, desvían la mirada,
no les dan la mano, no quieren salir con ellos en la foto, o les dan pequeños
plantones en alguna reunión. Cosas de críos.
Los otros, saben que están dentro del juego democrático y duermen con
las espaldas tranquilas. Lo dijo la nueva ministra de Exteriores austríaca:
"Forma parte del juego democrático elegir con libertad", ¿no?
Cierto. Atengámonos, pues, a las consecuencias, porque aceptar el juego
implica aceptar los riesgos.
Lo que realmente debería preocupar
a los dirigentes europeos, si es que el tema les llega realmente a quitar
el sueño, no es que esto haya sucedido -de hecho este partido ya había
llegado al gobierno en otra ocasión, en coalición con los socialistas,
aunque entonces pasó más desapercibido porque lucían su extremismo con
menos descaro-. Lo que realmente debería provocar una reflexión es el
porqué. A fin de cuentas, todos los partidos fascistas, o populistas,
como se denomina al FPÖ, tienen un rasgo común: las orejas muy grandes
para escuchar las quejas populares y fabricar un mensaje político que
calme su insatisfacción. El voto extremo es la forma que tiene el pueblo
de hacer llegar a las altas esferas un grito cabreado. La pregunta es: ¿qué
provoca ese malestar social que acaba traduciéndose en un mayor número
de simpatizantes de extrema derecha? ¿Qué es, utilizando palabras del
escritor José Saramago, lo que hace que otra vez un pueblo civilizado y
cultivado se incline hacia la intolerancia y el odio? Esas son las
preguntas que tiene que responder Europa en su conjunto, porque lo
peligroso no es que exista un Haider; el peligro está en que existe quien
lo respalda. La respuesta hay que buscarla en la calle. Quizás tenga algo
que ver el paro, que afecta a quince millones de personas en todo el
continente. O quizás influya la distancia, cada vez más grande, que
separa a los europeos ricos de los europeos pobres. Ya sabemos que es fácil
que el descontento social desemboque en intolerancia y xenofobia. Los españoles
nos sorprendimos con los recientes sucesos de El Ejido. De alguna manera
pensábamos que episodios de ese tipo estaban reservados para países como
Alemania, donde los ataques a extranjeros son relativamente habituales.
Pero el fenómeno se extiende, y si continúa sin control no sería de
extrañar que dentro de un tiempo el electorado reclamase donde no lo
haya, un partido político que recoja el sentir xenófobo y racista, un
partido como el de Haider. No es tan difícil que suceda.
Habría que analizar todo lo
ocurrido para prever lo que nos pueda aguardar en el futuro, teniendo en
cuenta, entre otras cosas, que ya se espera una entrada masiva de
trabajadores inmigrantes en los próximos años, sin que Europa esté
social, económica y culturalmente preparada para ello.
Si Europa no es capaz de unir fuerzas para analizar en profundidad las
causas de este fenómeno y aplicarle el tratamiento adecuado, es que la
Unión ha fracasado. Cualquier otra cosa son sólo aspavientos teatrales.
Pura hipocresía. /C.F. |