Sabía
que había otro lugar y cuando sus alas ya no pudieron subir más y se
hicieron pesadas, gritó. Por primera vez lanzó su voz y se sintió
libre, sin formas, sin esquemas, sin definiciones. |
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CUENTO INDIO XIII:
GRITA LIBERTAD
POR ELENA G. GOMEZ
Aguila madre miró impotente cómo
su nido caía cuando una fuerte ráfaga de viento agitaba todo el árbol.
Miró al suelo y sólo vio muerte y destrucción. Ya no podía hacer nada,
así que levantó el vuelo y marchó lejos, muy lejos.
Uno de los huevos, por esos caprichos del destino, no se rompió, aunque
de poco le serviría, ya que en el suelo y lejos de la protección de sus
padres sería una víctima fácil con tanto depredador como andaba suelto.
Pero sucedió algo anormal, una serpiente pasó a su lado y empezó a
empujar el huevo hasta un rincón protegido debajo de un árbol. Era su
refugio, y allí juntó el huevo huérfano con otros huevos, y le dio
calor.
A las pocas horas la pequeña águila nació, y lo hizo como ninguna
otra antes lo había hecho, en el interior oscuro de una cueva y no bajo
los rayos del sol.
Y con la magia que sólo puede permitirse la madre naturaleza, nuestra
Aguila creció y vivió en un mundo que no era su mundo, aprendió a comer
y a moverse como una serpiente, pero a medida que crecía algo empezaba a
moverse en su interior. Un día se cansó de deslizarse por el suelo y se
puso en pie. Entonces comprendió que tenía dos patas, dos fuertes y
resistentes patas con las que caminar y no reptar.
Contenta por su descubrimiento marchó en busca de otros lugares, de
nuevas aventuras. Llegó a un lugar donde unos simpáticos animalillos
entraban y salían de la tierra y no paraban de jugar. Eso era lo que más
quería, quería aprender a jugar.
Así que la familia de perrillos de la pradera, pues esos eran los
animales con los que se había encontrado, haciendo buen uso de su
sociable condición, admitieron a nuestra joven águila a su lado y con
ellos pasó largo tiempo.
Un día vio cómo todos sus amigos huían corriendo a sus madrigueras.
Asustada miró hacia el cielo y unas enormes alas marrones y blancas se
pusieron delante de ella a la vez que unas duras zarpas la cogieron
prisionera.
Atrapada empezó a subir y subir, sentía miedo, vértigo y a la vez
una extraña sensación familiar.
Sí, eso que ahora le ocurría ya lo había soñado, se había visto en
sueños elevando el vuelo hacia el cielo. Siempre pensó que aquello
debía ser la muerte, pero ahora no era un sueño, era realidad, o ¿tal
vez se había muerto?
No, sabía que estaba viva, respiraba, sentía el frío en su cuerpo y el
dolor de aquellas garras en su carne.
Cuando por fin la soltó estaba en lo alto de un árbol. Esa fue la
primera vez que estuvo lejos del suelo y sentía miedo.
El Búho que la había capturado la miró con extrañeza y pensó que
estaba loco. ¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía haberse transformado
el perrillo de la pradera en un águila? Y lo peor, ¿cómo un Búho
podía capturar a un Aguila tan fuerte como esa?
No encontró respuesta, pero vio que si él estaba confundido su presa
estaba más, así que decidió ayunar por esa noche y mañana buscarse un
nuevo alimento.
El Búho empezó a enseñar a su joven presa. Los días se sucedieron
con rapidez y Aguila aprendió rápido y se convirtió en una excelente
voladora, tanto que pronto el Búho supo que ya no tenía nada más que
mostrarle.
Una noche, cuando Búho y Aguila estaban cazando, Aguila le preguntó.
"Amigo mío, tú eres muy sabio y yo estoy muy confundida. He sido
serpiente, perrillo de las praderas y ahora búho. Con todos he aprendido
muchas cosas pero realmente ¿yo qué soy?".
Búho le miró en silencio y le dijo que le siguiera. Emprendieron un
largo vuelo juntos, hasta que llegaron a un lugar donde había un río de
agua clara. Descendieron hasta la orilla y Búho le dijo: "Mírate en
el agua". Tú eres un Aguila, un Aguila muy fuerte que supo
sobrevivir siendo lo que no era, pero ahora debes encontrarte contigo
misma y para ello debes cerrar el pasado y comprender que todo lo que
fuiste no eras tú.
Si quieres ser realmente tú debes volar alto, muy alto, y llegar hasta
donde están los tuyos".
Aguila le escuchó con atención y se despidió de su buen amigo
emprendiendo una nueva aventura, el vuelo hacia sí misma.
Es curioso, pensaba Aguila, no soy nada, no tengo nada, sólo mis alas
poderosas y un deseo muy fuerte, hacer realidad mi sueño.
Así llegó hasta el reino de las águilas, pero no se detuvo, siguió
volando más alto, más lejos, sin límite, sin fin, porque en realidad
ella no era una simple Aguila, era Aguila en las Alturas y tenía que
llegar hasta donde nunca antes nadie había llegado. Sabía que había
otro lugar y cuando sus alas ya no pudieron subir más y se hicieron
pesadas, y el aire le quemaba en los pulmones, gritó. Por primera vez
lanzó su voz y se sintió libre, sin formas, sin esquemas, sin
definiciones.
Aguila llegó a un lugar donde nada es igual, donde nadie es más que
nadie y todos son uno. Donde las serpientes pueden ser águilas y las
águilas pueden ser mariposas. |