Lo curioso de la
cuestión es que algo tan viejo y manido, puede ser presentado por la
televisión como algo innovador y hasta esclarecedor de la condición
humana. |
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GRAN HERMANO-PEQUEÑOS PRIMOS:
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Las
benditas cámaras, esos ojos capaces de mirar a los ojos de la muerte sin
parpadear, están siendo utilizadas ahora para tomarnos el pelo en el más
amplio sentido de la palabra, tal vez como tantas otras veces, en
beneficio del espectáculo.
El gran hermano ha existido desde siempre, pues desde siempre hemos estado
tutelados y vigilados. El sistema social en que convivimos tiene
necesariamente que expiarnos a todos y cada uno de nosotros. Y como esa
empresa resulta, y aún más en democracia, imposible, lo hace a través
de lo que consumimos para el cuerpo y el espíritu, que es otra forma de
controlar mucho más sibilina e inteligente.
Cuando del acto de mirar se obtiene un placer íntimo e individual, no
hay posibilidad de hallar forma de sustituirlo. Lo más que se puede es
sustituir el ojo de la cerradura o la ventana, por la ventana de la
pantalla y robar en ella esa imagen para el consuelo. Pero si de lo que se
trata no es de masturbarse, sino de controlar la masturbación, el
procedimiento se puede alterar y moldear a nuestro gusto. Basta entonces
con constituirse en la cerradura, en la habitación, en el objeto de
deseo, en el medio en suma donde se fragua la intimidad del individuo y en
todos y cada uno de sus actos. Y a ser posible, que lo es, hasta en los
mismos actos que realiza, a los que se llega a través de las pautas que
marcan las modas y las oportunidades establecidas artificialmente. Las
consecuencias, como se ve, son mucho más graves en un caso que en otro.
La primera denota cuando más una mera desviación del individuo. Pero la
segunda representa la desviación del Estado y por ende del conjunto de
hombres y mujeres que lo integran, en tanto y cuanto lo legitiman.
Lo curioso de la cuestión es que algo tan viejo y manido, puede ser
presentado por la televisión como algo innovador y hasta esclarecedor de
la condición humana. Y a mi juicio, lo consigue, porque este trasto ha
instaurado en nuestras vidas la prisa, y con ella esa vertiginosa
vorágine que nos priva del análisis, del razonamiento, unas veces por la
propia dinámica de los acontecimientos, otras por la forma intencionada
de informar deformando la realidad, algo que hace no sólo por seguir las
consignas que recibe del gran hermano, sino por la propia necesidad de
evitar que la vida con mayúsculas le robe la exclusividad de la capacidad
de crear expectación, de asombrar. De tal modo vemos que un concurso, un
reencuentro familiar, una historia de desamor, o cualquier otro drama
aderezado y adornado por ella, engancha más que la más viva imagen de la
vida real. Un concursante que llora de alegría nos alegra más que el fin
de una guerra, y en su caso, sus lágrimas de desesperación e impotencia
emocionan más que el hambre en Africa, de la que a veces nos parece que
hacen un uso y abuso excesivo, y especialmente en la hora en que estamos
comiendo o reposando, tiempos sagrados en nuestro mundo, momentos hechos
para no pensar, cuando más para ver simplemente en medio de la modorra de
la saturación. Pero cuando nos disponemos a sufrir, a tomar en serio el
programeo, entonces todo nos parece poco, y no hay drama que llegue. Ni
concurso que no nos haga saltar en el sofá. La pregunta es ¿ocurre esto
gracias a nuestra condición, o a las condiciones que nos dicta el gran
hermano, ese fascista que tan lúcidamente definió Orwell?
El fraude de este programa está, por tanto, para mí, en mostrarnos
algo viejo, como nuevo. En pretender hacernos reflexionar sobre la
condición del hombre en unas situaciones de manipulación tan descaradas
que deberían producirnos indiferencia, si nuestro gusto por lo ficticio
no estuviera tan exacerbado, y tan romo y embrutecido en lo relacionado
con la vida real. Para esto ya tenemos, y no se puede comparar la calidad
estética y filosófica, el cine y el teatro. Estas diez personas actúan
bajo un guión que no obedece sino a la mera dinámica de la audiencia. El
tono, por tanto, de su vacío, irá dado siempre por esa férrea
imposición. Su comportamiento no dejará de ser sino el de aquel que se
sabe observado y como tal actúa. Qué más da cómo lo haga, lo que
importa es saber si lo haría de otro modo si una cámara no le estuviera
observando. Seguro que no. De momento para darle una sospechosa
naturalidad, ya han sacado a relucir su generosidad a la hora de convenir
que los 20 millones vayan a parar a las manos de una de ellas, que tiene
una hija con una minusvalía. La otra jugada es votarse todos a todos para
que no hubiera un expulsado. Un comportamiento que no es lógico, pues si
fuesen verdaderamente dueños de su comportamiento actuarían como seres
inteligentes que son y dentro por supuesto de los parámetros de las bases
del juego, que es en definitiva la cuestión que les ocupa. Tiempo tienen
de ser generosos una vez termine el juego. Serlo durante el mismo, no es
sino una mera representación. Así lo quiero pensar, pues espero que no
se hayan tomado en serio que están siendo el paradigma de una
retrospectiva antropológica, o pieza clave de un concienzudo estudio
sociológico, psicológico o cualquier otra gran causa en favor de la
humanidad, porque entonces sí que serían dignos de pena.
Por lo demás a mí particularmente no me escandaliza lo más mínimo su
participación, cosas peores se han hecho y se harán. Además, ya
sabéis, todo es susceptible de empeorar. |