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ADIOS A LAS ARMAS
(que matan)
Texto: Elena F. Vispo
Pistolas aturdidoras, láseres
que ciegan, ultrasonidos que marean, sprays que inmovilizan... No es ciencia-ficción, es
la última tendencia en armas. Armas que neutralizan al enemigo sin matarle. Parecen el
ideal de las guerras sangrientas, pero tienen su lado oscuro.
Esto no es Expediente X. Los agentes Mulder y
Scully no van a aparecer en el tercer párrafo. Tampoco es Star Trek, aunque el Comandante
Kirk y Spok manejaban sus pistolas aturdidoras con la misma soltura que un soldado actual.
Claro que en Star Trek los efectos del disparo se pasaban en un rato. En la realidad, eso
está por verse.
Aunque parezca de película, existe todo un muestrario de armas que no matan. Se conocen
como armas no letales, pero a veces reciben la denominación de pre-letales, lo que da una
idea bastante más aproximada de cuál puede ser su objetivo real. Y, contra lo que pueda
parecer, no son algo nuevo. Ya en la Primera Guerra Mundial se usaban agentes químicos
para neutralizar al enemigo. En Vietnam se usaban gases en los túneles para hacer salir a
los soldados al exterior y convertirlos así en un blanco fácil. Teóricamente, esto no
debería pasar, ya que el loable objetivo de las armas no letales es precisamente evitar
muertes. Se trata de sacarse al enemigo de en medio, pero no de matarlo, siguiendo las
últimas tendencias de guerras "limpias", con los dirigentes dando órdenes
desde el salón de su casa y los soldados posando sonrientes para las fotos. En este
ambiente de corrección política y democrática no está bien visto matar a nadie, de
modo que las armas no letales se presentan como la solución ideal.
No matan, pero pueden dejar secuelas permanentes, lo que provoca un
efecto añadido muy apreciado por los señores de la guerra: sale más a cuenta dejar
heridos que muertos. Un herido supone una dura carga para su bando, tanto por los gastos
de sanidad como porque desmoraliza al ejército. Aunque se dice que la mayoría de estas
armas no hieren, sino que dejan fuera de combate al enemigo durante un período de tiempo,
no se han comprobado los efectos a largo plazo.
En cualquier caso, la pregunta es: ¿cómo estar en contra de algo que
puede salvar vidas? Y es entonces cuando nos agarramos a la fría estadística: la
proporción de heridos que mueren en el campo de batalla por heridas derivadas de armas
convencionales es menos del 25%, y más del 60% de los heridos consiguen una recuperación
completa. Sin embargo, a la hora de evaluar estas nuevas armas, hay que tener en cuenta
que pueden causar enfermedades específicas, trastornos físicos y psíquicos, o
discapacidades permanentes. Resumiendo: que quizá sea mejor lo malo conocido. Que quizá
sea más fácil sacarse una bala del cuerpo que recuperar la vista cuando un láser ha
destrozado la retina.
Dejando aparte el tema de los rifles láser, prohibidos desde el año 95, muchas armas no
letales tienen efectos perfectamente tratables. Claro que hay lugares donde encontrar ese
tratamiento puede resultar complicado. Imáginese buscar una aspirina en Grozni, y vaya un
poco más allá: ¿desea algún tratamiento específico?
Existen
por ejemplo espumas que funcionan como pegamento, que inmovilizan a la víctima e incluso
la pega al suelo. El efecto se pasa, pero hay que contar con los imprevistos. Se dice
-aunque nadie lo asegura- que los marines usaron esta espuma en su intervención en
Somalia en 1995. A pesar del clima somalí, nadie se preocupó de lo que le pasaría a
alguien adherido al suelo durante horas con 45 grados a la sombra, pero sin sombra. Y no
se conocen con seguridad los efectos de esta espuma a largo plazo, o qué pasa si llega a
la boca o si obstruye las fosas nasales. El Agente Naranja, uno de los gases usados en
Vietnam, era perfectamente legal y bien considerado en su época, pero resultó contener
dioxina letal en pequeñas dosis. Claro que por aquel entonces no se sabía muy bien qué
era la dioxina.
Sin embargo, las aplicaciones de las armas no letales van más allá de
su uso estrictamente militar. Cualquier policía posee porras o pelotas de goma o utiliza
gases lacrimógenos para controlar una manifestación. Son armas comunes que cada vez se
vuelven más elaboradas. Amnistía Internacional ha denunciado que al menos 300
departamentos de policía en Estados Unidos utilizan pulverizadores de pimienta. Y que
también se han utilizado armas de electrochoque, como pistolas paralizantes o cinturones
para incapacitar a presuntos delincuentes mediante descargas de alto voltaje. Después de
las numerosas denuncias de brutalidad policial, queda por ver qué harán los militares
con esas y otras armas más sofisticadas.
Muchas organizaciones, como Cruz Roja Internacional, están levantando la voz de alarma
para tratar de regular el uso de estas armas. Usando como herramienta las leyes
humanitarias del derecho internacional -también llamadas leyes de la guerra-, que buscan
minimizar las muertes y el sufrimiento, la evolución de las armas no letales deberá
estar en el punto de mira.
LA
TIENDA DE LOS HORRORES
Estas
son algunas muestras de lo que podríamos ver en un catálogo de armas no letales:
-
Fusiles láser que disparan un chorro de luz capaz de quemar la retina de un adversario a
un kilómetro de distancia. La ley internacional los prohíbe.
- Armas ópticas que producen ceguera temporal o desorientación.
- Armas sónicas que aturden, causan vértigo, espasmos, confusión mental y náuseas.
Pueden dañar permanentemente los órganos internos.
- Microondas que actúan sobre el agua del cuerpo humano (un 75%), calentándola y
provocando dolor o quemaduras.
- Fusiles electromagnéticos que causan ataques semejantes a la epilepsia.
- Pistolas de energía termal que elevan la temperatura hasta 50 grados más de lo normal. |
Bibliografía.
El horror de las armas que no matan, por Gustavo Valverde. Tiempo, 28-7-97.
Armas no letales, por Liesl Graz. Traducción de Pablo de Marinis. Cuadernos de
Cuestiones Internacionales, nº 66. Ed. Centro de Investigación para la Paz.
Non-lethal weapons: medical, tactical and legal issues, por Robin Coupland y
Dominique Loye. Comité Internacional de la Cruz Roja en Ginebra.
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