Todavía muchos vivos recuerdan las
atrocidades cometidas por los vencedores y apadrinadas, cuando no alentadas o cometidas
por la misma Iglesia, uña de la carne de Franco. |
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A TODA MAQUINA
POR CAROLINA FERNANDEZ
En las dependencias del
Vaticano se registra últimamente una actividad frenética que recuerda al revuelo que se
arma en una casa antes de un traslado, un viaje, una visita de un inspector de Hacienda o
un registro inminente de la Gestapo. En esos momentos azarosos, de idas y venidas, de
arreglillos de última hora, de prisas y de remiendos para quedar bien, es cuando uno
aprovecha para tirar toda la porquería inútil que acumuló durante años, airear
armarios cerrados, ordenar cajones caóticos a los que no se les mete mano por temor a lo
que uno se pueda encontrar, desde un ratón momificado hasta aquel papel traspapelado por
el que nos atrevimos a montar una bronca fenomenal. Entra la fiebre de la limpieza, de la
pulcritud, el delirio pulidor, y una jura y pone a dios por testigo que jamás de los
jamases volverá a acumular tantas inutilidades. Es la hora de volver a poner el marcador
a cero, es decir, trasladarse de casa con lo justo, quedar bien con Hacienda y despistar a
la Gestapo.
Pues ese correteo de hormiguero inquieto es lo que se observa en las
alcobas de Su Santidad. Parece que ante la perspectiva de un cambio en la presidencia del
Estado Vaticano, en esa casa están aprovechando el tiempo para arreglar cuentas
pendientes a velocidad de vértigo. Que todo quede atado y bien atado, que fue un sabio
consejo de otro gran jerarca. Ellos se entienden. Por esa razón, digo yo, nos están
torturando últimamente con todo tipo de arrepentimientos. Están aireando todo tipo de
salvajadas cometidas por la Iglesia siglos atrás, y piden públicamente perdón a la
historia y a la humanidad por los errores cometidos por aquellos bárbaros que fueron sus
antecesores. Bueno. Una servidora los observa entre incrédula y compasiva, pensando qué
mosca les habrá picado, a qué vienen esos tics nerviosos que se traducen en
arrepentimientos compulsivos. ¿Será el fin de siglo, que les ha afectado? No creo. La
MIR iba a caer en París, no en Roma. Y del meteorito anunciado todavía no hay más
rastro que unos cuantos pedruscos helados que llueven del cielo. ¿Entonces? Dicen que a
veces, a los moribundos, sean o no creyentes, cuando les está llegando la última
campanada les entra el pánico y se arrepienten en serie de todos los pecados cometidos,
porque aunque el infierno no existe... nunca está de más.
En el caso del Vaticano, no todo es pedir perdones. La última
originalidad que se han sacado de la manga en esta urgencia de poner cuentas al día, ha
sido presentar la candidatura española al puesto número uno del catálogo de mártires
del siglo XX, con nada menos que 10.000 martirizados. Vamos a mucha distancia del puesto
número dos, Mexico, con un par de cientos nada más. Superamos claramente y con ventaja
mayúscula al resto de los países, menos aficionados que nosotros al martirio. La verdad
es que no me atrevería a decir que sea exactamente un honor, aunque a ellos se les ve
ilusionados. Dicen con el pecho hinchado que España fue en el siglo pasado la nación
martirial por excelencia. La mayoría murieron -por supuesto, por defender la fe- entre
1931 y 1939, período que comprende la Guerra Civil. Parece ser que Pablo VI frenó esta
avalancha de mártires y beatos para no reabrir heridas de la guerra. Un gesto por su
parte. Pero este Papa tiene un criterio más amplio y no tiene reparo en meter el dedo en
todas las llagas que haga falta con tal de poner a los mártires en su sitio. Conviene
recordar, aunque sea muy brevemente, por no hurgar, el terrorífico matrimonio de la
Iglesia y el Generalísimo. Todavía muchos vivos recuerdan las atrocidades cometidas por
los vencedores y apadrinadas, cuando no alentadas o cometidas por la misma Iglesia, uña
de la carne de Franco. Hay gente que se acuerda de esas cosas, aunque eso de tener memoria
no se estile. Por eso ahora lo de los mártires suena a arrebato senil de un anciano que
también aspira a dejar todo atado y bien atado, como decíamos, según corresponde a su
rango. Quizá por eso es el Papa que pasará a la historia como el que colapsó el
santoral, el que beatificó a mansalva y el que saturó el catálogo de martirizados. Una
labor loable, de gran trascendencia para la humanidad. Pero será recordado además por
los grandes silencios, por haber cerrado la boca ante todas las atrocidades que se
cometieron contra el ser humano durante las últimas décadas del siglo XX, por haber
mirado hacia otra parte cuando lo que se necesitaba eran voces de denuncia, por haber
arropado con su mutismo a los verdugos en vez de a las víctimas.
En fin, que lo del arrepentimiento de la Iglesia es una broma barata. Y en cuanto a lo
de los mártires... Bueno, hay quien colecciona posavasos. Cada loco con su tema. . |