Pero sucedió que regresó, pero no
lo hizo en un carro de fuego tirado por ángeles como esperaban, sino que lo hizo de una
forma sencilla, y lo hizo como mujer. |
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CUENTO INDIO X:
LA MENSAJERA
POR ELENA G. GOMEZ
Ella era especial. No es
porque fuese mi abuela, ni por aquellos ojos que se habían transformado en dorados cuando
nació el nuevo sol, era especial porque era la última superviviente del mundo antiguo y
nos recordaba las cosas que en él sucedían. Decía que el pasado no debía ser olvidado
para que así nunca más se cometieran los mismos errores.
De entre todos sus relatos, a mí el que más me gustaba era el que hablaba de la
Mensajera.
Decía que las mujeres del viejo mundo
habían tenido que luchar mucho para poder conquistar la libertad y narraba cosas que
ahora son difíciles de imaginar, por ejemplo que las mujeres antes no podían decir lo
que pensaban o que debían guardar silencio y obediencia ante lo que los hombres les
impusieran.
También me decía que gracias a la fuerza, el valor y el sacrificio de muchas mujeres se
fueron conquistando libertades e igualdades pero, a pesar de todo, la mujer seguía siendo
inferior.
Y sucedió que nació el que esperaban
desde hacía mucho tiempo, el que cambiaría las cosas y devolvería al hombre a la
libertad, el que les había prometido que regresaría.
Y aquellos que lo esperaban y que habían interpretado los signos de los tiempos, habían
decidido también que ellos serían los únicos que le reconocerían. Que ellos, los
hombres, eran los elegidos para llevar su palabra. Y cometieron un gran error: no contaron
con la mujer.
Pero sucedió que regresó, pero no lo hizo en un carro de fuego tirado por ángeles como
esperaban, sino que lo hizo de una forma sencilla: lo hizo como mujer. Y ellos, los que
aguardaban a un hombre, no la reconocieron.
Ella venía con un objetivo, demostrar a la mujer su auténtica
naturaleza, sus cualidades y cómo en ella estaba la puerta que conducía al nuevo mundo.
No venía a enfrentarse al hombre, sino a despertar a la mujer.
Así, lo primero que hizo la mensajera, fue demostrar que la energía interna de la mujer
era la fuerza, y que la fuerza nacía del amor y de la capacidad que tenía toda mujer
para entregarse sin condiciones. Por eso, habían sido las mujeres las que habían
comprendido al primer mensajero, habían comprendido el poder que se escondía en la
sencillez de sus palabras.
También le dijo a la mujer que no se confundiera, que no tenía que ser como el hombre,
sino descubrirse dentro, descubrir que la belleza y la sensibilidad no están separadas de
la fuerza ni del poder.
Pero la mensajera tenía un objetivo mayor, venía a unir a las mujeres entre sí, porque
sabía que en el pasado el hombre, conocedor del poder que había dentro de ellas, las
había separado.
Así, generación tras generación se había potenciado que la mujer
siempre fuese enemiga de la mujer, y las madres enseñaban a sus hijas a ver a las mujeres
como adversarias, como rivales que podían quitarles lo que tenían o creían tener: al
hombre.
Y sucedió que la mensajera empezó a demostrar que la unión de la mujer con la mujer
liberaba a éstas de la dependencia del hombre, y que la igualdad que habían buscado
durante miles de años no estaba con el hombre sino con la mujer.
La mensajera sabía que si la mujer se liberaba también se uniría al hombre y formaría
una nueva pareja, no sólo una pareja que compartiera las posesiones materiales, sino una
pareja que conviviría y descubriría toda la verdad que había encerrada dentro de cada
uno de ellos.
Así fue como nacieron las primeras hijas de la mensajera, y en ellas
se gestó la nueva mujer, la que no teme nada, la que no desea poseer, la que ama en
libertad, la que camina libre hacia su destino, su único y auténtico objetivo, unirse a
su creador.
Yo soy La que Nunca se detiene, y soy una de las hijas de la mensajera. Su camino está
abierto y sólo hay una condición para entrar en él, Amar sin condiciones. |