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CONTRAPUNTO

 

 

Cada uno de nosotros camina y se mueve y vive henchido como un pavo, llevando debajo del brazo su álbum con su colección particular de ideas, de conceptos, de valores, de afectos, que están tasados, establecidos, clasificados y archivados con un golpe de efecto, paf, para que no se nos caigan ni por accidente.

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SE VENDE
POR CAROLINA FERNANDEZ

Tengo una apuesta segura. Apuesto a que no saben qué es lo más valioso, lo que mejor se paga, lo que más se cotiza después del oro y las obras de arte. ¿Alguien se rinde? ¿Tan pronto? No puede ser, que aún tengo que escribir una página. Venga, me ablando un poco. Ahí va una pista: se lame. Me explico. Se le pega un buen lengüetazo en la popa, a pesar de que sabe a rayos, y ya está capacitado para cumplir su función. Luego se pone panza arriba, se le da un buen manotazo para que se afiance, y listo para servir a la patria. Sí señor, son los sellos. Esos insignificantes trocitos de papel engomados que la gente tenía antaño en su casa para mandarle cartas a los amigos, antes del monopolio del teléfono y por supuesto muchísimo antes de la llegada del e-mail a nuestras vidas. Pues sí, esas estampitas, organizadas en colecciones, valen una pasta, y no sólo eso, sino que tiene montones de ventajas sobre otras posibles inversiones. Como decía al principio, ocupa el tercer puesto en el ránking de cosas en las que gastarse el dinero, después del oro y el arte. Me he enterado de que las colecciones de sellos difícilmente se devalúan, así que son una inversión estable y segura en casos de desastre, como por ejemplo una guerra. De hecho es lo más normal del mundo, agarrarse a la colección de sellos en cuanto suenan los primeros tiros. Imagínense: salvado por la filatelia. Pues sí, resulta que es un mercado floreciente. No repito la cantidad de miles de millones que mueve anualmente a nivel mundial porque sinceramente no estoy segura de haber escuchado bien al locutor, y tampoco quiero decir una barbaridad, pero puedo asegurar que tenía muchos ceros. La afición moviliza a miles de personas. ¿Se imaginan? Miles de personas con la mente puesta en su colección de sellos, dedicando sus pensamientos, su tiempo, su ilusión... a sus sellos(¡). Es cierto, no son los únicos, no tienen el monopolio de los absurdos, con todos mis respetos. Se me ocurren cientos de cosas tontas por las que la gente paga. No hay más que decir que estamos en agosto, un mes estupendo para las frivolidades, para el despilfarro, para los cotilleos, para los excesos; para aburrirse soberanamente, pero eso sí, en ese apartamento en primera línea de playa que has alquilado por un riñón y medio. Hay gente para todo, pero, qué quieren, lo de los sellos me pareció que rayaba el recochineo. Una burla. ¿No es el timo de la estampita, pero en versión snob?

Abracadabra. Tenemos una asombrosa capacidad. Les cuento: para empezar, nos inventamos cosas. Seguidamente les damos un valor, el que creamos conveniente, y por último nos ponemos a girar en torno a ellas como si fuesen la octava maravilla del mundo, lo más importante, lo único, lo mejor, lo primero. Igualito que un sello de colección. Lo cogemos, lo sacamos de contexto, lo ensalzamos, y lo pegamos en nuestro álbum particular, paf, con el manotazo de rigor, para que no se suelte, sí señor. Y nos sentimos inflados por el logro, sin ser capaces de ver qué es realmente: una minucia de papel con goma.

Así andamos. Cada uno de nosotros camina y se mueve y vive henchido como un pavo, llevando debajo del brazo su álbum con su colección particular de ideas, de conceptos, de valores, de afectos, que están tasados, establecidos, clasificados y archivados con un golpe de efecto, paf, para que no se nos caigan ni por accidente. Son nuestros, vaya eso por delante, y son lo que nos mueve, lo que marca las decisiones, lo que condiciona nuestros actos. Lo son todo... y no son nada. Valen lo que nosotros establecemos. Influyen tanto como les dejemos, pesan lo que queramos que pesen. No existen por sí mismos, si nosotros no los sostenemos. Un lingote de oro, al menos, sirve para muchas cosas, aparte de para lo evidente. Desde arma homicida hasta de tope para una puerta. ¿Quién establece lo que vale un sello?
Lo mejor que nos puede pasar es dejarnos arrastrar por un arrebato de lucidez, y darnos cuenta del engaño, mirar nuestro álbum particular como si no fuera nuestro, sino un apéndice ajeno a nosotros, y sonrojarnos ante nuestra propia tomadura de pelo.
Por lo pronto yo estoy pensando que debería vender mi colección particular. Desde luego, sería gracioso que encima me ganase una pasta. ∆

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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