| |
Foto: c Giuseppe Bizarri/Tom Keller &
Associates LLC.
|
LAS CARCELES
DEL TERROR
170.000 presos comunes sufren constantes violaciones de derechos
humanos en un sistema penitenciario con capacidad sólo para 74.000.
Texto
y fotos: Amnistía Internacional
El 10 de diciembre de 1998, día del 50 aniversario de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, 400 reclusos de la cárcel municipal
de Osasco, en São Paulo, fueron arrastrados fuera de sus celdas por la policía
y obligados a correr entre dos filas de policías que, a medida que pasaban, les
propinaban golpes y patadas, observados por el juez que autorizó la
"operación". Los policías gritaban "hoy es el día de los
derechos humanos, y éstos son los derechos de los presos".
Así comienza un informe de Amnistía
Internacional que denuncia que los presos son las víctimas olvidadas de las
violaciones de los derechos humanos en Brasil. Hacinados en celdas insalubres,
viven con el temor a ser atacados por otros reclusos o por los agentes de la
autoridad. El informe desgrana auténticas historias de terror, pero señala
también casos en los que se han logrado, pese a los escasos recursos,
condiciones humanas de reclusión, lo que demuestra que las soluciones son
posibles.
Brasil cuenta con unos 170.000 presos comunes recluidos en más de 500 prisiones
y en miles de comisarías de policía y cárceles municipales que sólo tienen
capacidad para unos 74.000. Cada año se producen decenas de muertes bajo
custodia, pero la mayoría ni se investigan ni se documentan. Los funcionarios
no se atreven a entrar en algunos recintos, convertidos en cotos controlados por
los presos más violentos. Motines y fugas periódicas se saldan con baños de
sangre y con frecuentes actos de brutalidad policial.
Violencia
"usual"
Un ejemplo: el 29 de mayo de 1998
estalló una lucha entre bandas rivales en la prisión de máxima seguridad de
Barreto Campelo, en Pernambuco; murieron 22 presos y 13 resultaron heridos. A
nueve los quemaron vivos. El secretario de Justicia del estado comentó que ese
tipo de incidentes era "usual" y culpó al exceso de reclusos y a la
escasez de personal: 23 funcionarios de prisiones y 9 policías militares
vigilaban una prisión con más de mil presos de máxima seguridad, el doble de
su capacidad.
La Policía Civil utiliza sistemáticamente la tortura para extraer confesiones.
En las prisiones y comisarías también se recurre a las palizas para controlar
a un número siempre en aumento de detenidos. El sistema en sí ofrece escasa
protección a los presos para que denuncien violaciones de derechos humanos.
Las condiciones de reclusión constituyen por sí mismas un trato inhumano. Los
detenidos corren peligro de contraer enfermedades mortales como la tuberculosis
o el SIDA y quienes ya las sufren no reciben un tratamiento adecuado. Reclusos
parapléjicos han muerto bajo custodia por falta de asistencia médica.
Otro ejemplo: a varios presos parapléjicos recluidos en el Hospital Central de
la Penitenciaría Estatal de São Paulo les negaron deliberadamente la
asistencia médica, lo que provocó lesiones graves e incluso muertes, según
una investigación realizada en marzo de 1999 por la Fiscalía del estado. Uno
de los parapléjicos no había sido sometido a examen médico durante más de
dos años. La responsabilidad de la atención recaía sobre otros presos. El
tratamiento improvisado para las escaras, que todos ellos sufrían consistía en
aplicar una mezcla de café en polvo y azúcar sobre las heridas en carne viva,
y cortar la carne descompuesta. Las escaras iban empeorando con el tiempo, y la
carne llegaba a pudrirse hasta el hueso. Los presos se fabricaban sus propias
sondas urinarias generando graves infecciones.
Mujeres y niños
Las condiciones de reclusión no son
mucho mejores para las mujeres y los niños. Las prisiones no están preparadas
para atender a necesidades específicas de las reclusas, como la atención
prenatal, y no se toma en cuenta la responsabilidad que las mujeres tienen en la
atención básica a la familia. Los niños muchas veces son detenidos porque los
policías consideran que pueden correr peligro o que pueden haber cometido un
delito. La espera de 45 días en un centro de detención lúgubre y sucísimo
suele ir seguida de una orden de reclusión en condiciones similares a las
anteriormente descritas.
El desprecio que muchas personas manifiestan hacia los delincuentes se aprovecha
para justificar los tratos más espantosos a que puede someterlos la policía.
Varios políticos han hecho incluso campaña utilizando el eslogan: "El único
delincuente bueno es el delincuente muerto".
Foto: Amnistía Internacional
|
Prisiones sin control
Hay muchos centros que, en la práctica,
están dirigidos por un pequeño grupo de presos violentos. Según un estudio,
la mayoría de las víctimas de los "incidentes penitenciarios" son
presos, y los propios reclusos son responsables de más del 80% de estas muertes
bajo custodia. En muchas prisiones grandes, los pabellones de las celdas son
zonas vedadas para los funcionarios y son controladas por los "presos de
confianza".
En marzo de 1999, por ejemplo, la Fiscalía del estado de São Paulo recomendó
que se juzgara a dos altos cargos del departamento de prisiones por no
haber intentado impedir las actividades de una banda de presos violentos que
actuaba en cárceles y comisarías, a pesar de que las conocían desde febrero
de 1997. El grupo, conocido como Primeiro Comando da Capital, organizaba motines
y fugas, ordenaba y cometía asesinatos de otros reclusos y traficaba con drogas
y armas.
Otro ejemplo: los reclusos del ala Céu Azul de la penitenciaría masculina de
Manaus afirmaron que la dirección de la prisión utilizaba a ciertos presos
para golpear y castigar a los otros "el alcalde no hace más que decir
"prefiero matar a la serpiente con su propio veneno, para no mancharme las
manos". Los presos "de confianza" incluso han apuñalado a otros
presos, porque el alcalde les permite llevar armas".
La solución es posible
La crisis del sistema penitenciario
ha provocado un debate social y político en Brasil, comisiones de investigación
incluidas, además de un programa de construcción de prisiones. Se ha reformado
la legislación para permitir a los jueces aplicar penas alternativas a la prisión
para los delitos menos graves, aunque se aplica de forma muy desigual.
Pero tales medidas no parecen suficientes. Algunas prisiones pequeñas,
administradas por fundaciones benéficas, han demostrado que hay soluciones. Por
ejemplo, la Penitenciaría Juiz Plácido de Souza, en Caruaru, Pernambuco,
alberga a muchos más presos de los que admite su capacidad (202 reclusos en un
espacio concebido para 50) Voluntarios cubren la falta de asistencia letrada
gratuita y de personal médico, y cada turno está cubierto por tan sólo dos
funcionarios de prisiones. Pese a ello, los administradores de la prisión han
conseguido reducir la violencia. Muchos presos trabajan en la elaboración de
artesanía regional o en un programa de reciclado de trapos para limpiar automóviles.
También hay un programa educativo. La cifra de reincidencia es muy baja, del 10
por ciento (esta cifra llega a alcanzar el 70 por ciento en otros centros).
Quizá la principal innovación es el esfuerzo para apoyar la relación de los
presos con sus familiares. A la prisión se le ha dado un entorno lo más
acogedor posible, y se organizan días especiales para los niños con talleres
de arte y teatro. En una ocasión, los funcionarios de la prisión incluso
acompañaron a los reclusos y a sus hijos a visitar el zoo local. La participación
de organizaciones no gubernamentales y grupos comunitarios en estos
establecimientos demuestra que es posible introducir cambios incluso con
recursos limitados y escasez de personal.
| |
|