
Y fue así como me cambié a las
noticias, no las del mundo, que son muy complicadas para una persona sencilla como yo,
sino las de aquí, que tienen ese regusto casero y familiar a potaje de la abuela. |
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EL SERIAL
POR CAROLINA FERNANDEZ
Como son
ustedes de confianza, voy a contarles una debilidad confesable: yo antes me pirraba por
los seriales de la tele, sí, lo que oyen, me lo pasaba pipa sentada delante de la
pantalla, con los ojos enrojecidos de la emoción, hipando y sollozando y moqueando con
las desventuras de la pobrecita Aurita Lucía Expósito, huerfanita adorable, criada con
unas monjitas buenísimas y apadrinada por un rico hacendado cuyo vástago Evaristo
Manuel, prepotente, calzonazos y sobre todo millonario, la acosaba día y noche para
llevársela al catre. Sí, yo sufría horrores con la triste vida de Gabrielita Peláez,
la modesta maestra de barrio que por la noche se convertía en una hembra de susto en un
cabaré de la capital, para dar de comer a su pobre hijita sin padre. Yo me desesperaba
con los infortunios de Casimira Juárez, la moza que llegó del pueblo a la ciudad, sola,
abandonada por su novio, y con un corazón tan grande que de puro buena caía en todas las
trampas habidas y por haber que le ponía la mala gente con la que se encontró. Así
pasaba yo las horas hasta que, gracias al cielo, me dijeron mis vecinas que vaya atraso el
mío, que menuda cateta estaba hecha, que los culebrones ya no arrasaban en los índices
de audiencia y había que pasarse a otra cosa. Lo de cateta no lo perdono, vaya eso por
delante, pero la verdad es que el consejo era bueno y lo hacían por mi bien, por lo que
decidí dejarme de tonterías y pasarme a los productos nacionales. Y fue así como me
cambié a las noticias, no las del mundo, que son muy complicadas para una persona
sencilla como yo, sino las de aquí, que tienen ese regusto casero y familiar a potaje de
la abuela. No me perdía un telediario, oigan, con la ventaja de que los ponen muchas
veces al día y en más cadenas que los capítulos de "Los ricos lloran a
mares", que tanto me gustaban antaño.
Me he dado cuenta de que la cosa de la política no tiene desperdicio.
Esos idilios tormentosos, esas palabras envenenadas, esos celos apasionados, esos
deliciosos odios encarnizados, traiciones maquiavélicas, juramentos de amor eterno,
rupturas sonadísimas, transfuguismos de cuento de hadas... Y todo tiene su miga, no
crean, porque de cara a las cámaras son todos finos como el que más, y tiene una que ir
adivinándoles las intenciones para que no la maten del susto cuando de repente ¡zas!,
una cabeza cortada, una monumental zancadilla, o cualquier otra cosa para animar el
capítulo.
Por cierto, que el episodio del otro día fue de lo más emocionante.
Verán, les cuento: los que ahora mandan, los de la doble pe, ya saben, tuvieron de golpe
y sin avisar un arranque de sinceridad que nos dejó a todos los telespectadores con la
boca abierta a causa del sonoro ohhhh de incredulidad. Fue aún mas impactante, fíjense
lo que les digo, que cuando María de las Angustias le reconoció ante las cámaras a su
marido Alfredo Manuel, que el niño Heribertito no era hijo suyo -cosa que ya sabíamos
todos menos el huevón de su marido-, sino de Alfredo José, el jardinero a tiempo parcial
que les podaba los geranios. Fue incluso mejor que cuando Encarnita de la O confesó en
público su amor encendido y escondido por Don Mario Esteban Pedroso, párroco de su
parroquia, cacique de su barrio y amante de su querida, que resultó ser un galanzote de
primera en la alcoba. Glorioso capítulo aquél, que nos deleitó con un escándalo
singular. Pues lo que sucedió esta vez fue aún mejor que todo eso. La verdad, tengo que
reconocerlo, es que yo me impresiono fácil, y las confesiones sinceras, públicas y con
el pecho por delante, para gozo popular, son mi debilidad. Ay sí, cómo me conmueven esos
arranques de franqueza, corazón en mano, por eso, y continúo contándoles el capítulo
-discúlpenme que pierda el hilo, que una no está de hablar más que con los de casa y no
en público y ante personas de cultura- lloré como una madalena con la franqueza de los
protagonistas, estos de la doble pe, que admitieron ante la cámara y en directo sus
simpatías incondicionales, su admiración, su lealtad, hacia ese otro que mandaba antes,
el señor del bigotito, ya saben, este hombrecillo bajito, panzudo y ferrolano para más
señas, maestro de muchos, creador de una escuela, cuyo estilo ante la cámara caló entre
una buena parte de la siguiente hornada de actores. Ya ven como una se pone al día
enseguida. Pues es en esos momentos de franqueza de los personajes en los que una ve que
hasta los poderosos son humanos y en un momento de debilidad se sinceran con el público.
Y yo con el rimel hecho un asco de la llantina que me dio. Conste que no me chupo el dedo,
ya lo sabía. Me lo veía venir, sí señor, y lo comentaba con pelos y señales con mis
vecinas todos los días en la cola de la frutería. Nos olíamos la tostada, que no somos
tontas. "A estos les va el rollo del general, que yo lo sé", sentenciaba, muy
segura de lo que decía. Y la pescadera, que es una golfa pero de esto entiende un rato,
gritaba desde el puesto de al lado: "Cualquier día se les escapa y se saludan con la
mano alzada. ¡La que se iba a armar!". Y cómo nos reíamos todas. Algunas vecinas
los criticaron, porque creo que el hombrecillo este era un elemento de cuidado, pero yo
pienso que la verdad hay que decirla siempre y que cada uno es lo que es y debe ser fiel a
lo suyo. Peor habría sido lo contrario, que de repente hubiesen renegado todos de la teta
que les dio de mamar, con perdón de la expresión.
El caso es que nos han dejado en vilo y con una situación complicada
entre manos. No se sabe lo que va a pasar. Pero yo, que ya he visto muchos culebrones, me
apuesto a que en este tablero, faroles aparte, no se mueve ni una ficha, y dentro de poco
si te he visto no me acuerdo. Sepan que aún falta bastante para el casting que elige a
los actores de la siguiente entrega, y la memoria está floja y desentrenada. Me juego la
peineta a que llegado el día, de los escándalos no se acuerda ni el apuntador. Sepan que
a la chica de la telenovela siempre se la acaba llevando el que le compra más bombones,
por mucho que sea un capullo, un sádico o un tontoelculo sin más.
En fin, a ver cómo acaba esto. |