mi abuelo, el
anciano Pata Liebre, le gusta ir al Río Grande, sentarse sobre una roca y desde ella
contemplar la vida. Aquel era su lugar Sagrado, donde hablaba con los espíritus y desde
el que veía, el futuro.
Desde que lo había descubierto, cada año acudía y pasaba varios días solo, en
silencio, en unión a la madre tierra, aquella que nunca le había abandonado.
Sus ojos grises, que antaño fueron los ojos de un joven inquieto y aventurero, ahora se
habían vuelto profundos y serenos, eran una puerta abierta a la profunda sabiduría de un
anciano que había vivido saboreando cada segundo de su vida.
Esta era la primera vez que compartiría su lugar sagrado, y lo hacía
de la mano de un mocoso al que quería con todo su corazón y en el que se veía como en
un espejo en el que no transcurría el tiempo. Yo lo sabía y eso me hacía sentirme
importante para él.
Aquel había sido un invierno muy duro para él. Tras largos días de viaje, un viaje que
luego comprendería que había sido el último de mi abuelo y el primero de mi vida,
llegamos al lugar sagrado.
Después de dejar las provisiones, lo primero que hizo el abuelo Pata Liebre fue quitarse
las sucias ropas y meterse en el agua del río. Cuando estábamos los dos dentro me dijo
"Un hombre debe presentarse ante lo sagrado siempre limpio". El agua estaba
congelada, pero no me importó, sentí como todo mi cuerpo agradecía poder estar dentro
de aquellas limpias aguas rodeado de peces, de vida, de color.
Luego, en silencio, el abuelo me envolvió en una manta blanca llena de
dibujos sagrados. Juntos entramos en la tienda de sudar. Una vez dentro me dijo "Un
hombre, para poder escuchar las voces de sus antepasados, no sólo debe estar limpio por
fuera, sino también por dentro. Ahora, prepárate para que no quede nada dentro de ti que
no te pertenezca. Sólo si tu cuerpo está limpio puede descubrir los secretos de tu
mente.
Limpia con tu fuego sagrado todo aquello que te aparta de ti, que te produce miedo, que te
crea limitación.
Esta es la primera de las cosas que nunca debes olvidar: mantén tu mente limpia de
pensamientos que no sean útiles y positivos. Confía en ti y en los que te rodean, no por
lo que ellos hagan o digan, sino por lo que sientas, digas y hagas tú".
Así, de la forma tan sencilla que sólo él sabía hacer, recibí mi
primera lección, una inolvidable y valiosa lección que me acompañó toda mi vida.
Luego, los siguientes días, seguí, entre juegos y aventuras, aprendiendo lección tras
lección.
Recuerdo que el segundo día cuando desperté por la mañana, el sol ya estaba alto, miré
a un lado y a otro y no vi a mi abuelo. Me levanté un poco asustado, recordé los relatos
sobre los osos que el abuelo me había contado una y otra vez ante mi insistencia, pero,
en ese momento ya no me resultaban tan apasionantes.
Busqué al abuelo por todas partes, pero este no aparecía por ningún
lado. Vi que había un fuego encendido, que seguro había dejado él, y me senté allí
para esperarle. Pasó mucho tiempo, o eso me pareció a mí, y empecé a sentir hambre,
pero el abuelo no llegaba. Así que recordé que el día anterior, mientras nos
bañábamos en el río, vi peces enormes. De pronto el estómago venció el miedo y
activó mi mente. Me levanté, cogí un palo y con mi cuchillo hice una lanza. Por suerte
el abuelo me había enseñado bien a pescar, pronto cogí un enorme pez que devoré en un
instante. Poco a poco fui cogiendo confianza y empecé a moverme por los alrededores,
siempre sin alejarme demasiado. Cuando se hizo la noche regresé junto al fuego, no por
frío sino por temor. Estaba ensimismado en mis pensamientos, cuando el abuelo se presento
a mi lado. Al principio quise reprocharle su comportamiento, pero antes de que yo pudiera
decirle algo él me habló. "Recuerda siempre que en tu interior están todas las
soluciones que necesitas para enfrentarte a los problemas y circunstancias de tu vida,
sólo debes tener presente siempre una cosa para que todo salga bien: confía en ti."
Al tercer día me levanté yo antes que el abuelo, no quería quedarme
de nuevo solo así que esperé pacientemente a que él se levantara para preguntarle qué
haríamos ese día. Después de bañarnos en el río y tomar algún alimento, el abuelo me
dijo "hoy te enseñaré cómo acercarte al gran Oso pardo, poder observarle y
aprender de él. Es el animal más inteligente y, como un buen guerrero, nunca está
desprevenido, por eso es tan difícil poder cazarlo. Lo que haremos hoy es muy serio y
peligroso. Obedece todo cuanto te diga porque tu vida puede estar en peligro. Pase lo que
pase no te separes de mi lado porque si hay peligro, yo sabré cómo salir de él".
Subimos río arriba en silencio, caminamos prácticamente toda la
mañana y por la tarde continuamos, pero yo empecé a sentirme cansado, aquello no era tan
emocionante, el oso no estaba por ningún lado. Así que, a pesar de las palabras del
abuelo empecé a entretenerme con los distintos animales, a jugar con las piedras y a,
inevitablemente, distanciarme de él. De pronto, llegó hasta mi un olor intenso y fuerte
y mi corazón se volvió como un tambor, a pocos metros estaba el gran oso y yo estaba
solo. El oso no me había visto, pero si gritaba o me movía estaba perdido.
Afortunadamente y ante mi sorpresa el oso empezó a correr hacia dentro del bosque en
dirección contraria a donde yo, temblando de pies a cabeza, permanecía inmóvil. Luego
pude conocer cómo el abuelo, con una vieja treta, había logrado llevar al oso hacia el
bosque y escapar de él.
Cuando el abuelo llegó a mi lado me dijo. "Nunca más te olvides de que si sigues a
una persona es porque confías en ella y si confías en ella nunca debes desobedecer lo
que te diga. Si no obedeces es porque no confías y si no confías, más vale que no
estés a su lado".
Después de esta lección le prometí al abuelo que nunca más olvidaría sus palabras.
Durante los días siguientes aprendí muchas cosas, aprendí lo
importante que era respetar la vida y la naturaleza y coger de ella sólo lo que realmente
podía necesitar. También el abuelo me enseñó el valor del silencio y de la
observación para poder entrar en los secretos de la mente y, sobre todo, que todo ello no
servía para nada si no lo hacía para los demás, para ser útil a mi tribu, a mi gente,
y que el auténtico valor de las personas está en su interior.
El abuelo también me enseño que cada día era parte de un sueño, que algunos viven
dormidos y muy pocos son los que despiertan. Yo soy El que Despierta, esta es mi historia.