
Todos somos culpables, si es que hay
culpa en esta realidad social del negocio del arte de la creatividad.
|
|

LOS MECENAS DEL SISTEMA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Hoy,
ahora, en cualquier rincón del mundo hay un hombre que escribe una frase, o una nota
musical, y ésta se traduce de inmediato en oro. Un hombre al que todos llaman genio. Un
hombre que gana mil veces más que el barrendero de su calle. Un hombre digo, no un dios,
y como tal un ser que tal vez tuvo que luchar desesperadamente para que el viento de su
divinidad fuera el favorito del puñado de dioses ambiciosos que gobiernan el mundo.
De estos hombres son las más hermosas obras literarias, las grandes
composiciones musicales, las deslumbrantes pinturas. De los dioses que los gobiernan, las
editoriales, los teatros, los auditorios, las salas de arte, las tramoyas y los
escenarios. También las tribunas de papel y las sapientísimas opiniones de los críticos
de arte. De ellos en fin los escaparates, los pedazos de cristal traslúcido y también
opaco donde estos hombres del arte reflejan su obra.
Después viene la marabunta y se posa a sus pies, a los del artista
digo, no a los de los dioses que en las sombras hacen taquilla. Son estos dioses que se
ganan la vida creando dioses, curioso oficio en un mundo donde todo dios parece estar
empeñado en serlo. Pero es así, ellos saben que solo pueden ser dios, fabricando dioses,
pues sólo a ellos les perdonan los demás hombres que sean grandes, geniales,
desproporcionados y brillantes. Pero cuidado, es ésta una mercancía que no soporta
excedentes, y no es que no sea fácil crearlos, pues hay miles de hombres que alientan
creación en cada uno de sus actos. Ocurre sólo que no es prudente ni recomendable ni
mucho menos rentable, y he ahí la razón más importante, para que no haya más que los
estrictamente necesarios.
Ante estos hombres se postran miles de hombres. Ellos, que sólo
quisieron crear, encontraron la fama, y con ella el dinero, la adulación y demás lacras
que nada tienen que ver con el arte. Sarcasmo de la vida, no, legítima utilización de
ellos por parte de otros seres, que incapaces de soñar, viven, sólo eso, viven como
animales en medio de la selva del sistema social que nos hemos dotado, con todos sus
instintos alerta, de ahí la clave de su éxito, ellos no hacen literatura, sino balance,
ellos no estiman sino el arte de vivir.
¿Son acaso unos mejores que otros? Creo que no. Son simplemente coautores, cómplices y a
veces sólo encubridores de una realidad social, o fenómeno de masas o como diablos se
les quiera llamar.
Lógicamente sería fácil juzgarlos, pero quién es el que arroja la
primera piedra, quién no ha deseado ser dios, crear dioses. Y aún más, quién no ha
adorado a alguno de estos dioses. Todos somos culpables, si es que hay culpa en esta
realidad social del negocio del arte de la creatividad. No podemos obviar que la culpa es
un sentimiento íntimo y esto es una continúa algarada, una cama redonda, una orgía, una
tremenda estupidez que nos hace a todos grandes empequeñeciéndonos a todos. Bajo la
sombra del mito todos somos una gigantesca sombra, todos el necesario remiendo, todos el
preciso jirón no identificado, todos grandes. ¡Sí, dios!, ¡grandes!, ¡infinitamente
grandes!, como una secuoya, ¡qué maravilla!, y es que si un hombre es capaz de tocar y
seducir el alma de otro hombre es que sin duda todos somos dioses.
Formas de ser y de entender que no tienen otra lógica ni otra
explicación que la de intentar mitigar en algo el inmenso desconsuelo que nos produce la
existencia, por acallar esta maldita herida tragamos todas las putas pócimas de este
mundo de mercadillo, y más que hubiera.
Si no fuera así, estos exitosos amantes del arte, se convertirían en libertarios mecenas
y sus millones irían a dar vida a todo movimiento creativo independiente, pero no es
así, si se atrevieran a gastar su dinero en su pasión, se verían despojados de su
apasionante grandeza, de su embrujo de divinidad social, de su hechizo de lavativa
psicoanalista. Porque no nos equivoquemos, el hombre no crea para ningún monigote de
barro al que un atardecer alienta vida, sino para hombres como él, y todo lo que hace
para otros hombres contiene una necesidad relativa. Es decir, no es para nada necesario ni
mucho menos definitivo en el preciso mecanismo que rige el universo. Se ha creado, eso
sí, la ilusión óptica de que si lo hace para esos monigotes que se agitan y vibran a
sus pies, pero eso no es sino mera representación, igual que la de él, todos somos
actores de una suerte que se llama vida social y que nos involucra en una mentira de tal
magnitud que no dudamos en adorarla. Y no hay por qué avergonzarse, saberlo si, pero no
renegar, al fin y al cabo el arte es lo mejor de nosotros y de nuestro sueño social. |