Es la revolución que permite que te
muevas por New York sin tener ni papa de inglés, y que se rían si chapurreas un poco:
"no se esfuerce, leidi" |
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VENGANZA
POR ELENA F. VISPO
Yo no sé a ustedes,
pero a mí me llaman mucho la atención las gasolineras. Las gasolineras, sí. Esos
lugares enigmáticos, a medias entre El Corte Inglés y la tienda de Paco, donde uno puede
encontrarse de todo, todo y todo. Desde unos calzoncillos del Barça hasta un pocillo recuerdo
de Almería. Desde mantecadas de Astorga hasta el kit completo de la señorita Pepis.
En fin. Esa mezcla entre tienda de souvenirs, supermercado, taller de reparaciones, kiosko
y parafarmacia sería la tienda del futuro si no fuera por los precios, prohibitivos de
puro futurista. Porque dónde se ha visto, por Dios, que le cobren a una trescientas
pesetas por una bolsa de patatas pequeña. Por mucho que tenga a Obi Wan Kenobi dentro.
El producto estrella de las gasolineras es, junto a la gasolina, las
cintas de música cutre. ¿Sabían ustedes que Camela es el grupo que más vende en
España? Pues ahí donde lo ven, venden más que Julio Iglesias. Pero no salen en las
listas porque las estaciones de servicio no cuentan como tiendas de discos, y no entran en
el registro. Otro gallo nos cantara, si no. Ahora que Dover y Barricada se hinchan a
vender discos, el último reducto de la música independiente es el mostrador de la
gasolinera, al lado de los chicles de fresa y los llaveros Furby.
El caso es que yo, la verdad, paro en las gasolineras para ir al baño
y poco más. Pero en una de éstas un compañero de viaje, por hacer la gracia, tuvo una
de las ideas más geniales desde la invención del colorete: se compró el Veranillo Mix.
Como lo oyen. Y desde aquí me permito recomendárselo a todos los lectores de la revista
Fusión, y díganselo a sus amigos, háganme el favor. Que todo el mundo sepa que por el
módico precio de 595 pesetas puede usted acabar con los viajes monótonos y aburridos.
Que casi deseará pillar una retención de tres horas para poder quedarse más tiempo en
el coche. Que no hay mejor modo de disfrutar y culturizarse que escuchando los clásicos
musicales que en el mundo han sido.
Si uno escucha el Veranillo Mix, por ejemplo -por el módico precio de
595 pesetas, insisto, un regalo- podrá deleitarse con versiones casposas de los éxitos
del verano: la vida loca, la canción del anuncio de cerveza, el abanibí, Salomé -no la
de Eurovisión- y tal. Pero la surprise llega cuando te ponen Dos Gardenias, la de
Machín, versión techno trance. Y luego Que Viva España en inglés, y el Probe
Miguel a lo Bonnie M. (I was wondering 'bout Probe Miguel/ how long it's been since he
doesn't go out). Y más, mucho más, para escándalo de los puristas y deleite de los
viajeros con estómago.
Vayan acostumbrándose. Ricky Martin nos ha introducido a los españoles en los misterios
del Spanglish, como una exótica modalidad musical, pero ya antes habíamos oído casos
como el de los mexicanos Molotov -dáme el power, gimme el poder, so I can come around to
joder-; y mismamente Xavier Cugat y Carmen Miranda, qué quieren que les diga. La música
es el lenguaje universal.
El Spanglish viene, como su nombre indica, de Spanish e English, y es
la mezcla psicodélica de ambos idiomas. Son los hispanos los que la crean, añadiendo el
inglés a su bagaje, por integración, y no olvidando la lengua de sus padres, por aquello
de las raíces. No es fácil, pero es un hecho. "You gotta be tremendo echao p'alante
si quieres conservar tus raíces en el melting pot de la cultura gringa", dice Bill
Teck, editor de Generación Ñ, la revista bilingüe de los latinos en Miami.
Es la revolución. Una revolución cultural tan gorda o más que la de los chinos, pero
sin muertos. Es la revolución que permite que te muevas por New York sin entender ni papa
de inglés, y que se rían de ti los taxistas, vendedores y recepcionistas de hotel si
chapurreas un poco: "no se esfuerce, leidi". La revolución que ha
convertido a García Lorca en un autor más estudiado que Tennesee Williams, y que te deja
pasear por el East Side de Manhattan, El Barrio, con la misma chulería que por el
Eixample barcelonés. ¿Extranjeros, dice?
No está mal. Por fin, tras siglos de ser el vertedero yanki,
aguantando dictaduras de todo tipo, llega la dulce venganza de Latinoamérica: mientras el
resto del mundo se aborrega en el Mac Donald's tomando Big Macs, los latinos de
Miami entran en los fafú (de fast food) restaurants para lonchar
una hamburguesa con cachú, y una soda. Y se la sirven, broder.
La venganza latina es elegante. Se gesta en los barrios más humildes y
ha ido subiendo en la escala social. Se le toma el pulso en las escuelas de barrio, donde
ya no se pelean con la jerga de los alumnos porque saben que esto no hay quien lo pare. Se
ha colado en la literatura, en el cine, en el New York Times y en cualquier medio de
comunicación que se precie. Con una sonrisa, ironía de la fina y carácter jodedor. Sin
diplomacia pero sin violencia; lo contrario al estilo USA.
La satisfacción en el fondo es moral. Siendo realistas, es lo único que nos queda
después de la deuda externa y la Escuela de las Américas. Pero es satisfacción al fin y
al cabo. Espero que al Subcomandante Marcos, allá por donde ande, le lleguen los ecos de
la Generación Ñ, y que la carcajada resuene por las montañas de Chiapas. Los soñadores
tienen un excelente sentido del humor, you know. |