José Manuel
Fajardo le entusiasman la novelas de aventuras de las de antes, de las que te enganchan en
la primera página y te sueltan, a regañadientes, después de la palabra Fin. Por eso no
es extraño que "El Converso", su segunda novela, haya atrapado a miles de
lectores ya.
-Practicas un "periodismo con memoria", ¿cómo
lo entiendes?
-Es que resulta muy irritante esta especie de idolatría de la urgencia. La
gente se pone histérica por seguir la última novedad, que suelen ser sandeces. Se dice
que vivimos llenos de información y tampoco es cierto, las noticias que recibes a lo
largo de un día a lo mejor no pasan de veinte pero las repiten quinientas veces en
diferentes medios. Te da la sensación de estar abrumado por la información y no es
cierto, es que te repiten las cosas hasta que te aburres.
A mí me interesa hacer un periodismo que ponga lo que está sucediendo en perspectiva. Lo
importante no es que te den hechos, sino información para poder interpretarlos.
-¿Cuando se habla del pasado es para hablar del presente?
-Siempre. Gran parte de esa sensación que tiene la gente de que el mundo se
ha vuelto loco tiene que ver con la desmemoria. Cuando se te olvida que en el siglo XX
hubo cuatro guerras civiles en los Balcanes te puedes asombrar de la quinta. Pero si te
acuerdas de las cuatro anteriores la cosa empieza a tener más sentido.
-¿Qué tienen en común el siglo XVII y el XX?
-Tener el triste récord de haber sido dos siglos especialmente homicidas.
El siglo XVII fue el siglo de la guerra de los 30 años, una de las mayores carnicerías
de la historia de la humanidad, hasta que llegó el XX y consiguió ganar con las dos
guerras mundiales. Y son dos siglos en los que el fingimiento y la mentira se han
convertido en monedas de curso legal.
-¿Se puede vivir hoy esa libertad salvaje de los piratas
del siglo XVII?
-De hecho se vive. En el mundo de hoy hay un equivalente muy próximo que
son los guerrilleros que están entre el narcotráfico y el terrorismo en América Latina.
Son hombres movidos por un sentimiento originariamente noble de rechazo hacia la
injusticia que se convierten en despiadados y buscan su libertad y su idea de justicia a
cualquier precio.
-Pero eso, en cierto modo, desvirtúa el concepto de
libertad.
-Porque la libertad no existe realmente si se construye sobre la falta de
libertad de los demás. Si lees los textos de los piratas de la época, oyes hablar a los
guerrilleros colombianos o a los de Herri Batasuna en el País Vasco, se les hincha la
boca de libertad y sin embargo no tienen ningún inconveniente en pasar por las armas al
vecino.
-Tu próxima novela se llama "El hombre del
siglo". ¿Ya sabes quién es ese hombre?
-El hombre del siglo es un chaquetero. En esta novela quiero hablar sobre un
hombre que ha ido haciendo eso de que "quien cuando es joven no es revolucionario es
que no tiene corazón y quien cuando es mayor no es conservador es que no tiene
cerebro", que es la apología del oportunista.
-Alguna cualidad tendrá.
-¿El hombre del siglo? Bueno, sí, ha habido gente valiente y soñadora.
Pero estamos en un siglo en el que la gente sin escrúpulos gana, qué le vamos a hacer.
Hay que luchar por un mundo justo, pero estoy en contra de hacer el pardillo.
-Además preparas un libro de viajes sobre el País Vasco,
¿cómo lo planteas?
-No quería hacer un libro turístico, porque igual que hay muchas cosas que
me gustan del País Vasco, muchas otras no me gustan nada. El título, "Una belleza
convulsa", indica esta contradicción. Trata de un hombre que está secuestrado en un
zulo. Para no volverse loco comienza a recordar, mientras recorre su espacio en tres pasos
ida y vuelta, los viajes que ha hecho por el País Vasco. A ese personaje le presto mi
memoria de los años que llevo viviendo allí.
-¿Cómo ves el tema del nacionalismo en el País Vasco?
-Yo no tengo mentalidad patriótica, me molesta tanto que llegue un
encapuchado a forzarme a hablar en euskera como me molestaba que los falangistas me
obligaran a cantar el cara al sol. Lo que hay allí es una versión vasca de lo que hemos
sufrido durante cuarenta años en todo el país. Que haya una tregua me hace sentir
optimista. Que se esté procesando a quienes colaboran con ETA y a quienes han colaborado
con los GAL es una manera de explicarle a todo el mundo que la ley existe para todos y
volarle la cabeza al vecino no es admisible, ya sea en nombre del estado o de la patria
vasca.
Hay que esforzarse por hacer comprender a la gente que nadie es hijo de una sola tierra,
que las influencias entre los seres humanos desde la noche de los tiempos han sido
tremendas y que la obsesión por diferenciarse de los demás acaba convirtiéndose en una
obsesión por tratar a los demás de una manera desigual. Hace falta un esfuerzo
ideológico, político y cultural para tratar de compensar esa intolerancia.