
Deseo soñar y luchar también para
que éste sea el siglo de los hombres y no el de los grupos de poder económico,
político, religioso y militar, porque creo que nos están vendiendo el odio, que nos
están dividiendo mientras ellos se unen. |
|

ENTRE EL EJE Y LA HEREJÍA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Recuerdo que en mis
días de infancia, un amigo y yo decidimos montar un gimnasio en un viejo desván. Lo
limpiamos y comenzamos a ir almacenando en él todo tipo de artilugios que entendíamos
podían servirnos a tal fin. El último que echamos en falta fue una pesa con la que poder
realizar series de ejercicios que fortalecieran nuestros músculos. Buscándola,
encontramos en el patio un viejo y oxidado eje de carro castellano, es decir, una pieza de
hierro de considerable peso. La trasladamos y subimos no sin esfuerzo al desván, después
de atarlo por ambos extremos con una cuerda y tirar de él como dos condenados. Recuerdo
que el esfuerzo no importaba, la ilusión nos podía. Pero cuando por fin conseguimos
instalarlo arriba, comprendimos que no nos iba a servir, por razones obvias, su exagerado
peso. Habíamos pensado en una sola dirección, la de hacer el gimnasio, no en hacer
gimnasia, por ello habíamos subido un eje que no nos iba a servir.
Entiendo que a muchos nacionalistas les puede estar ocurriendo algo
parecido. Se han obcecado en subir su particular visión de la patria, al desván de sus
sueños, sin pensar demasiado en la utilidad real de la misma. Y quizás algún día se
den cuenta de que contar con una patria no te salva de nada, que lo que de verdad importa
es la nobleza de nuestros corazones, la tolerancia, la hermandad, el mutuo respeto. Y el
entender de una puñetera vez que el mundo es de todos y por tanto todos tenemos derecho a
vivir en él. Si nos comportáramos de ese modo, nadie suspiraría por una patria pues
todas serían la suya, la necesidad de la patria nace de la intolerancia y la xenofobia.
Lo terrible de la historia es que nosotros perdimos sólo una tarde, en la que por otra
parte aprendimos que hay que reflexionar sobre el valor de las cosas. Pero otros han
perdido un puñado de hermosos años de vida en democracia, un tiempo que nadie les va a
devolver. Entiendo también que después de todo lo sucedido es difícil reconocer: nos
hemos equivocado. Pero merece la pena intentarlo, merece la pena tomar conciencia como
nosotros hicimos más tarde, que las razones, y más aún las políticas, suelen ser
frágiles, que con frecuencia nos obcecamos y subimos un eje inservible al desván de
nuestros sueños.
Y como lo sé, reconozco que tal vez ahora mismo con esta
interpretación no esté sino subiendo otro eje inútil que no va a servir para nada de lo
que realmente pretendo. Pues no busco la confrontación sino la reflexión. Por ello
quiero pedirles perdón a todos los nacionalistas, porque interpreto, y no lo oculto, que
tras su pantalla de amor a la tierra, a la cultura y a la raza, no se esconde sino el
desprecio de la de los demás, el fanatismo y la insolidaridad más absoluta. Quiero
pedirles perdón porque desconfío de sus intenciones, porque dudo que su postura nos
lleve al entendimiento, a la pluralidad. Quiero pedirles perdón porque no los entiendo y
eso es lo verdaderamente terrible.
Tal vez sea yo quien esté equivocado, como tantas otras veces, y sí valga más la patria
que los hombres. Sí, tal vez la abstracción de lo colectivo, sea más importante que la
singularidad que nos define. O que aquello que nos homogeneiza sea lo más importante que
lo heterogéneo que nos distingue. Puede ser, pero yo en este momento creo honestamente
que no.
No obstante y sin que medie el orgullo, deseo deciros que particularmente no quiero ir con
vosotros si vosotros no queréis ir conmigo. Y que jamás levantaré mi mano para que
tengáis que estrechármela, la tenderé solamente para que si lo deseais la toméis. Que
mi corazón estará abierto a vuestro corazón y mi entendimiento dispuesto a comprender
el porqué de vuestra postura.
Entramos en un nuevo siglo, y yo había soñado para él algo nuevo,
algo distinto. No tiene por qué ser, lo sé, primero porque no soy nadie para organizar
ni tan siquiera un minuto de vuestra vida, cuanto más para atreverme a planificar un
siglo. Quiero, eso sí, ser partícipe de mi tiempo, y como tal deseo que sea el de la
tolerancia, el del futuro, no el de la memorización exhaustiva de la historia, que si un
día os golpeó con rabia no lo hizo menos en otros pueblos que hoy tildáis de
imperialistas.
Deseo soñar y luchar también para que éste sea el siglo de los hombres y no el de los
grupos de poder económico, político, religioso y militar, porque creo que nos están
vendiendo el odio, que nos están dividiendo mientras ellos se unen, porque creo que han
convertido la convivencia en un producto y el sentido filantrópico que debiera
caracterizarnos en un eslogan.
Pero a la vista de los acontecimientos, tal vez deberíamos preguntarnos si no será este
nuestro signo, vencernos una y otra vez, agotarnos y envilecernos, para que jamás podamos
alcanzar nuevos conceptos de convivencia. Como dice el poeta J.A. Valente "El enemigo
ha sido aniquilado cuatro mil veces en tantos dos mil años y las legiones aún se baten
contra los mismos muertos". |