
A veces una noticia irrelevante o un
escándalo de la página de sucesos esconden claves de una delirante partida de ajedrez
que se juega a escala internacional. Bezzi se consideraba un observador que se divertía
rastreando esa otra realidad oculta, que no es más que una lucha encarnizada por el
poder. |
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CONTRAPUNTO
EL JUEGO
POR CAROLINA FERNANDEZ
Per favore, mi porti un
whisky". El camarero, soñoliento e inexpresivo, se alejaba ya arrastrando los pies
en dirección al interior del bar. "E qualche cosetta da mangiare!". Sentado en
aquella terraza, frente a las aguas tranquilas y azules del Mediterráneo, el señor L.
Bezzi se disponía a leer los periódicos. Noticias de Roma, por fin. No había vuelto por
allí desde que había terminado su trabajo, y eso fue hace ya más de nueve meses. L.
Bezzi , como siempre, había cumplido. Dos disparos limpios, pam, pam, directos a la
cabeza. El matrimonio estaba en la cama, durmiendo. Murieron antes de despertar. Luego el
tercero, igualmente rápido, en la sien, vigilando el ángulo de entrada del proyectil
para poder simular un suidicio. Un trabajo de relojero. Bezzi estaba orgulloso. Era bueno
en lo suyo, lo sabía, y cobraba en consecuencia.
Ya sabía las condiciones: trabajos rápidos, limpios, fugaces, fantasmas, y luego... puf,
esfumarse. De todo lo demás se encargaban los "otros". Pagaban bien, es cierto,
pero también el riesgo era grande: un traspiés significaba el final de la operación...
el final de todo. No fue así en este caso. Todo salió según lo previsto. Un trabajo
perfecto.
A la mañana siguiente la prensa recogió el suceso: muere asesinado un
comandante de la Guardia de la Santa Casa y su esposa. El presunto homicida, otro miembro
de la Guardia, se suicida poco después. El escándalo parecía haber estallado, pero a L.
Bezzi no le cabía la menor duda de que cualquier cosa que pudiera suceder estaba prevista
con anterioridad.
L. Bezzi saboreaba su whisky a pequeños sorbos, mientras estudiaba con precisión cada
línea de la historia, recogida por diferentes periódicos y revistas. Todos relataban
básicamente la misma versión, ligeramente modificada según el tirón sensacionalista de
la publicación. L. Bezzi leía entrecerrando los ojos, afilándolos, como para leer mejor
el fino hilo que subyacía detrás de las palabras.
El presunto asesino era joven -con lo cual se sobrentiende que apasionado- y cabo de la
misma Guardia. La prensa extendió un rumor sobre una posible relación homosexual con la
víctima. El desenlace tenía fácil explicación: no soportó el peso del crimen y se
suicidó. "Buen golpe, lo de la homosexualidad", pensó L. Bezzi. Las reacciones
emocionalmente intensas son fáciles de asimilar. La opinión pública se escandaliza,
sí, pero las comprende, se siente reflejada, las justifica incluso. El escándalo se
había centrado oportunamente en el terreno de las relaciones humanas que son, como todo
el mundo sabe, impredecibles. De manera que nadie es culpable realmente... salvo el que
empuña el arma.
Como es habitual en estos casos, un comunicado oficial de la Casa
difundió un puñado de argumentos de manual, de los que no acusan, pero sí inclinan a la
opinión pública. La autopsia, decían los periódicos, había revelado restos de
cannabis en la orina -"Magnífico", pensó L. Bezzi. Las drogas siempre aportan
un punto de desequilibrio necesario-, además de dos docenas de cigarrillos de la misma
hierba en la mesa del chico -"Demasiado evidente"-. Lo que resultaba un
argumento inusual era el tumor cerebral que había destapado la autopsia y que, siempre
según el comunicado oficial, podría justificar una conducta "desinhibida".
Inesperado, pero correcto. Las alteraciones mentales proporcionan inestabilidad a la
historia, y de cara a la opinión pública son una explicación válida para cualquier
cosa.
En la cara de L. Bezzi se adivinaba una media sonrisa. Siempre le despertaba cierta
curiosidad morbosa saber cómo terminaban los asuntos en los que él intervenía. Jamás
se sentía involucrado, más bien se informaba desde la distancia, con el ansia de quien
sigue la liga de fútbol y quiere saber el final de los partidos. El sólo cumplía con su
trabajo. Punto.
"Mi porta il conto, per favore?". Pagó y se levantó. Los
atardeceres eran frescos todavía. Paseó un largo rato reflexionando sobre todo lo
sucedido. Este negocio tiene una parte lúdica muy atractiva, que es componer el puzzle.
Para eso hay que tener el olfato de una rata. Nunca se sabe dónde se esconden las piezas.
A veces una noticia irrelevante o un escándalo de la página de sucesos esconden claves
de una delirante partida de ajedrez que se juega a escala internacional. Bezzi se
consideraba un observador que se divertía rastreando esa otra realidad oculta, que no es
más que una lucha encarnizada por el poder.
Compró una botella de spumanti antes de ir a la pensión, a las afueras de la
ciudad. Ya en la alcoba se sirvió una copa y abrió un maletín que guardaba
despreocupadamente bajo la cama. Allí estaba lo que todos buscaban en realidad pero nadie
se atrevía a nombrar, el tesoro de Alí Ba-bá, lo que en realidad había provocado las
muertes, el escándalo, la polémica, la marea de opiniones, intervenciones televisivas de
expertos -¿en qué?- y tertulianos, publicación de un libro, y mucha, mucha tinta
inútil. Voilà: un pequeño paquete, del tamaño de una caja de zapatos, con pequeñas
cintas de casette y trascripciones íntegras de conversaciones que nunca habían tenido
lugar; un material salpicado de nombres fechas y lugares; una segunda lectura de los
sucesos históricos más importantes, y por lo tanto más sangrientos, de la última
década del siglo.
¿Cómo llegó esto a manos de un miembro de la Guardia? Ah, maravillas
del espionaje. Esta profesión era deliciosa para L. Bezzi. Nunca se sabe dónde va a
saltar la liebre. Por un azar del destino, el joven cabo estaba embalando este material la
noche en que Bezzi lo visitó para hacer su "trabajo". Esa era la verdadera
relación que unía a los dos guardias.
Con todo esto podría saltar por los aires la credibilidad de la Casa, por supuesto, y se
abrirían brechas profundas en un buen puñado de Estados de Oriente y Occidente. Pero
probablemente eso no llegaría a suceder. La información, a determinados niveles, sólo
se utiliza para negociar. El sistema ha sido diseñado para protegerse a sí mismo. Son
las normas del juego. L. Bezzi se recostó en la silla, acabó de un trago su copa y se
preparó para entrar en la partida. |