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El Ventano

 

 

En los libros de historia se explica una dictadura aséptica, políticamente correcta, con Manolete y el Nodo y un Franco pescando salmones en el Sella.

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OPERACION RETORNO
POR ELENA F. VISPO

Vuelven a casa los kosovares, eso dicen, si es que a Milosevc no le da el siroco y volvemos a empezar. En cualquier caso, algún día volverán. El retorno está marcado por la desconfianza, el miedo y, supongo, la pereza de saber que hay que rehacer la casa desde los cimientos.

Milosevic y la OTAN tienen un acuerdo, eso dicen, y todos han salido ganando con esta historia. La OTAN ha demostrado que sirve para algo, y Milosevic convence a sus soldados (¿cómo lo hace?) de que la retirada es una victoria moral. Y los refugiados pueden empezar a empaquetar sus cosas de vuelta, que aquí no ha pasado nada.

La pequeña noticia detrás del despliegue militar y el cachondeo de la operación de paz es que los serbios no se atreven a volver a Kosovo. Me refiero a los que vivían allí antes, no a los que fueron a tocar las narices en nombre de la sublime raza aria. El ELK (Ejército de Liberación de Kosovo) ha dicho que va a haber venganza y la OTAN ha dicho que sí. Que sí, han leído bien, que es inevitable y hasta normal que estén cabreados y busquen resarcirse. Que va a haber revancha, y eso no lo evita ni Solana ni Annan ni Clinton ni sus madres. Follón va a haber, y en esta operación retorno los muertos se contarán por docenas. O por cientos.

Dicen que se acaba la guerra, pero yo creo que acaba de empezar. Queda juntar los pedacitos y pelear por la reconstrucción. Parece increíble saber que antes en Yugoslavia vivían todos más o menos tranquilamente. Que si a un kosovar se le acababa la sal para el estofado, iba a la vecina serbia y le pedía una tacita. Y la vecina serbia se la daba, hoy por ti y mañana por mí, y a lo mejor le invitaba a un café.

Pero un buen día llega un fanático mamón y te cambia a los vecinos. En la mejor tradición de la Ciencia-Ficción Serie B, oiga. Que un día cinco serbios violan a una musulmana, y ella reconoce a uno como su compañero de juegos infantiles. Quizá es el mismo cuerpo con un trasplante de cerebro. Quizá es un clon. Como el zapatero de la esquina, que le transmutan la personalidad por la de un francotirador carnicero. Te cambian a los vecinos y ni te enteras.

No es un hecho aislado. Si no padeciéramos amnesia histórica, recordaríamos que no hace mucho España era Kosovo. Y vale que en vez de campos de concentración había cárceles inmundas; vale que no era una cuestión religiosa, sino política; vale que no había matanzas sino paseos; y vale que Franco no tenía la mente criminal de Milosevic, por mucho que hizo méritos, el hombre. Pero más de uno podría hablar de esas extrañas transformaciones, de cómo terminó con sus huesos en la cárcel porque le delató un amigo, un vecino, un hermano.

Pues esto pasaba en este país hace menos de treinta años, que es un suspiro teniendo en cuenta que el conflicto kosovar viene de principios de siglo. En España, muerto el perro se acabó la rabia, y se pactó una transición que fue un modelo de pacifismo e hipocresía. Como con las leyes de punto final en Sudamérica, se decretó el olvido colectivo. Y la gente obedeció, porque hay cosas que duele recordar. Por eso en los libros de historia se explica una dictadura aséptica, políticamente correcta, con Manolete y el Nodo y un Franco pescando salmones en el Sella, que más que miedo da una ternura agridulce.

Pinochet está en Londres porque hay gente que no olvida. Quizá venga a España para ser juzgado y pregunte, como han hecho sus abogados, con qué derecho opinamos sobre él cuando tenemos nuestros propios trapos sucios que lavar. Y no dejará de tener razón: también existe una fosa común para los recuerdos. En Latinoamérica desentierran a sus muertos periódicamente y los sacan a pasear en las Plazas de Mayo. En España los tenemos guardados debajo de la cama, mientras los fósiles franquistas ocupan su sitio en nuestro gobierno. Allí hay quien se desvela buceando en los Archivos del Terror, reclamando una justicia que se demora décadas. Aquí, en cambio, dormitamos satisfechos en nuestro estado de bienestar.

Cuenta Bennedetti la historia de un hombre que, años después de su detención, sale del trabajo y se encuentra con su torturador en el autobús. Con la sorpresa se le borran todos los insultos guardados y sólo alcanza a decir "holaquétal". El torturador, igual de pasmado, responde "pues nada, estoy en paro". Cada uno se baja en su parada y fin.

Quizá sea el mejor final posible. Que olvidemos lo suficiente para que el rencor no nos coma la vida. Que recordemos lo suficiente para reconocer al enemigo. Y que, si nos lo cruzamos de nuevo, ya no pueda hacernos daño.

Siempre es difícil curar las heridas, retornar a la vida después del horror, pero espero que en Kosovo lo consigan. Que se arreglen. Que no olviden. Que no odien.

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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