-¿De dónde viene ese amor por
la palabra, por la Enciclopedia?
-La Enciclopedia fue uno de los primeros libros con los que yo me tropecé.
En mi casa estaba la Enciclopedia Espasa, aquella de lomos negros, y el primer
sentimiento de estar frente a un texto verdaderamente literario fue justamente leyéndola.
Ahí empecé a intuir que la realidad se hace con palabras.
-¿También empezó ahí la visión del lenguaje como
ecosistema?
-En un momento determinado pensé que era un ecosistema en el sentido de que
no sobra ninguna especie y curiosamente los animales en apariencia más insignificantes
son los más importantes. En una charca tú puedes quitar una tortuga y no pasa nada, pero
si quitas los mosquitos rompes con la escala alimentaria y te cargas la charca. Con el
lenguaje pasa algo parecido, podríamos prescindir de algunas palabras pero no de lo más
pequeño, que son las letras.
-Utilizas muchas comparaciones con el reino animal. ¿Por
qué?
-La verdad es que me interesan mucho todos los discursos que aparentemente
están alejados de la literatura. Por ejemplo, hace dos o tres años, en los cursos de
verano del Escorial, se reunió un grupo de astrofísicos para hablar del universo en una
jerga absolutamente incomprensible. Yo escribí un artículo porque me sorprendió que la
sala estuviera todos los días a tope, decía ¿cómo es posible, si no entienden nada?
Efectivamente no entendíamos nada, pero la nomenclatura que utilizaban era agujeros
negros, materia oscura, principios de incertidumbre, ¿sabes cómo se llama lo que sucede
en el borde de un agujero negro? Se llama horizonte de sucesos, fíjate que acierto
literario. No sé si hablaban del universo, pero de lo que estoy seguro es de que hablaban
de mí.
-Según los periódicos, en Kosovo asistimos a un conflicto
bélico y no a una guerra, en donde no ha habido muertos, sino daños colaterales...
¿qué se busca suavizando las palabras?
-Eso genera una realidad sin sangre. Cuando uno busca en los periódicos lee
que el comportamiento de la patata ha subido la inflación, es un modo de ocultar que hay
gente que toma decisiones que hacen que la patata suba o baje. Eso crea realidades
artificiales, virtuales.
-¿Quien controla la palabra controla la realidad?
-Es una responsabilidad compartida. En un pasaje de Alicia en el País de
las Maravillas, Alicia está discutiendo no me acuerdo con quién y dice "lo
importante es lo que significan las palabras" y le responden "no, lo importante
es quien manda". Yo creo que el dueño de la realidad es el dueño de la palabra, y
que una sociedad que no sea lo suficientemente culta como para interpretar la realidad a
través del lenguaje, es una sociedad dominada. Se están creando sociedades analfabetas,
que pueden leer la realidad mecánicamente pero no pueden interpretarla.
-¿Por eso la reducción de las humanidades en los planes
de estudios?
-Tiene bastante que ver con eso. La libertad de expresión nos la jugamos en
las escuelas, porque ahí es donde se crea a un individuo que va a ser capaz de
interpretar y entender lo que está viendo. Los grandes acontecimientos mediáticos
anteriores a esta guerra han sido cosas tan banales como la muerte de Lady Di o lo de
Clinton; sin embargo, leí el otro día un suelto de quince líneas que decía que
doscientas personas detentan el 70% de la riqueza del planeta. Es un disparate, doscientas
personas caben en esta habitación. Pero es un disparate posible porque sucede en un mundo
incapaz de comprender lo que significa eso. En cierto modo ya vivimos en una sociedad de
analfabetos.
-Afirmas que la pérdida de una palabra supone la
reducción del pensamiento.
-Claro, no se puede pensar sin palabras, por lo tanto cada vez que se pierde
destreza en el lenguaje se pierde capacidad para pensar. Un pensamiento se refuta con el
manejo del lenguaje, por eso es tan importante. Alguien que domine la palabra no tiene
problemas de trabajo. El mundo está lleno de secretarios y de ministros que necesitan que
les escriban los discursos.
-¿Por eso en el ejército usan tanto los monosílabos?
-Bueno, probablemente sea por un problema de afasia, de incapacidad de
organizar sintácticamente las palabras.
-Hace tiempo saltó a los periódicos que Defensa te había
puesto una denuncia. ¿En qué quedó todo aquello?
-Tuvimos la suerte de que fue a parar a un fiscal progresista y archivó el
caso. La demanda fue a raíz de un artículo en el que comentaba que a un sargento de
Alcalá de Henares, que tenía un historial tremendo por malos tratos a los soldados, el
ejército le renovaba el contrato. Y yo decía que quizás se lo renovaban porque aún no
había llegado al grado de perfección de Miravete, que mataba a los soldados. Este los
golpeaba, o sea que tenía vocación, y tarde o temprano, si le daban tiempo, acabaría
matando con tanta eficacia como Miravete. Esto lo leyó un general y no le gustó. Pasó
el artículo a sus superiores, que pusieron una denuncia. Lo que pasa es que esta denuncia
sirvió para comprobar que en el ejército no importaba tanto tener en sus filas elementos
como Miravete como que eso se hiciera público.
-¿La libertad de expresión sigue existiendo?.
-Sí, el problema de la libertad de expresión es que muchas veces llevamos
la censura dentro. Cada vez somos menos libres internamente en el sentido que decía
antes, de que somos cada vez más analfabetos desde el punto de vista funcional. No es
necesario que haya una ley que prohíba la libertad de expresión, porque ya no existe.