
M e pregunto yo por qué
tanta gente ha puesto el grito en el cielo al ver que el Papa, en su reciente Tour'99 por
México, ha aparecido estampado hasta en las bolsas de pan de molde, en el mismo sitio
donde la semana próxima habrá un cantante, un futbolista o un recortable de los Power
Rangers. |
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CONTRAPUNTO
EL NEGOCIO
POR CAROLINA FERNANDEZ
Se vive muy rápido. Tanto, que la mayoría de las veces no nos da
tiempo siquiera a darnos cuenta de las cosas que suceden a nuestro alrededor. Rápido,
rapidísimo. Es una época vertiginosa que no nos permite pensar. Leía el otro día una
entrevista a Susan Sontag, la escritora americana, en la que se quejaba del vértigo que
produce la opinión rápida. Se supone que uno tiene que saber de todo, estar informado
hasta de las últimas minucias que ocurren y por supuesto, saber opinar sobre cada cosa.
Pero para tener algo coherente que decir hace falta pensar. Y pensar, decía esta mujer,
es una acción lenta. La reflexión no es una cosa que a uno le surja con la misma
naturalidad con que se rasca el culo o se espanta un mosquito. Por desgracia, la vida
misma nos indica que no hay la suficiente práctica como para que sea un reflejo
automático, natural, imprescindible. Para pensar, hay que ponerse. Primero va un
pensamiento, luego van las palabras... Lo cierto es que con el tren a toda máquina ni
pensamientos ni palabras: imágenes. Van por delante. Una cara famosa es una mina de oro.
Los mitos se multiplican como las cucarachas, y las industrias, que están para cazar al
vuelo debilidades y ponerles precio, florecen cual margaritas en un prado abonado de
superstars. El culto al individuo llega a extremos grotescos: se jubila Michael Jordan y
todo USA contiene el aliento. La NBA, dicen, corre peligro de no volver a ser lo que era,
de hundirse con una pila de jugadores anónimos, que aunque buenos en la cancha, nadie
dice que no, no brillan tanto como sería deseable. Una decisión como ésta de Mr.
Jordan, y de repente millones y millones de tazas, platos, sudaderas, balones, banderines,
zapatillas deportivas, sábanas, cajas de cereales, slips y cepillos de dientes con la
imagen del susodicho han perdido su razón de existir: rendir culto a este señor y
generar dinero. Y además generar dinero, y por si no lo había dicho, también generar
dinero. Y nadie se sorprende.
Entonces me pregunto yo por qué tanta gente ha puesto el grito en el cielo al ver que el
Papa, en su reciente Tour'99 por México, ha aparecido estampado hasta en las bolsas de
pan de molde, en el mismo sitio donde la semana próxima habrá un cantante, un futbolista
o un recortable de los Power Rangers.Como que se ha abusado de la gallina de los huevos de
oro. Y claro, ha habido mosqueo. Es que, dicen, el Papa es el Papa, y no se le puede
confundir con Ronaldo, ni con Will Smith, ni con Bugs Bunny. Este señor, con rostro como
de cordero de dios, se encarga de las cosas del espíritu.
Sea como sea, con espíritu o sin él, la verdad es que este buen hombre llega siempre
precedido por banderines, estampitas, tarjetas postales; las tazas y los platos, que no
faltan nunca; medallones, fascículos coleccionables, rosarios, posters, separadores de
libros, cromos, mecheros, bolígrafos, llaveritos, linternas de bolsillo, biblias de
bolsillo, vírgenes de bolsillo... Un chorreo de dólares. Algunos fieles, ante esta
avalancha de escatología pseudoreligiosa, han torcido un poco el gesto, y se han
preguntado si está bien eso de pasear la imagen del heredero de Pedro en las bolsas de
patatas fritas. Vamos, que les da cosa verlo en las estanterías del super, con los
yogures y las galletas. Reparo, vaya. Para calmar un poco a tantos fieles quisquillosos,
cierto cargo de la Iglesia Católica ha comentado que hay que adaptarse a los tiempos y
aprovechar las nuevas técnicas de publicidad, siempre con fines evangélicos y para
propagar la fe y la palabra de dios cuanto más lejos mejor. Desde luego, cierto es que
las patatas fritas llegan a todos los rincones, seguramente más lejos que cualquier
predicador. Entonces por qué no aprovecharlo. Seamos prácticos: al Vaticano, a la hora
de la verdad, se le ve como una empresa, y como tal se entiende que tenga que velar por
sus intereses y por que su estrella no pierda puntos en los rankings de popularidad.
La diferencia entre Su Santidad y Michael Jordan, ambos al frente de un imperio, es que
uno tiene un Banco y otro no. Y algunas cosillas más, cosas sencillas, cotidianas,
fáciles de comprender para cualquier persona normal. Cosas que ya muchos católicos
"pensantes" no perdonan. Por ejemplo, cómo se come que el Vaticano esté
podrido de riqueza mientras en los países que este señor visita en su papamóvil, miles
de personas se mueren de asco. Y de hambre, y de enfermedad, y de represión. De Michael
Jordan no se puede decir que no sea coherente. Tiene su negocio y lo explota como haría
cualquier otro empresario en el mundo. La decisión de comprar o no un pijama Jordan es
mía y sólo mía. Sin embargo a una la bautizan directamente y sin preguntar.
Quizás ambos se vayan a la tumba con la conciencia pesada, porque por fuerza todo el que
atesora más de lo que necesita está contrayendo una deuda con la humanidad. Sin embargo
creo que lo de la Iglesia es más grave: se han aprovechado de siglos de confianza ciega.
Y lo han hecho bien.
Si quieren credibilidad que abran las puertas y ventilen el oro, que es lo que más duele.
A partir de ahí ya hablamos. Y mientras tanto que sigan fabricando platos, tazas,
mecheros y hasta kleenex con el sello papal. El negocio es el negocio. |